Se cuenta que en los años 20 cuando Albert
Einstein empezaba a ser conocido por su teoría de la relatividad,
era con frecuencia solicitado por las universidades para dar
conferencias. Dado que no le gustaba conducir y sin embargo el
coche le resultaba muy cómodo para sus desplazamientos, contrató
los servicios de un chofer.
Después de varios días de viaje, Einstein le comentó al chofer lo
aburrido que era repetir lo mismo una y otra vez.
"Si quiere", le dijo el chofer, "le puedo sustituir por una noche.
He oído su conferencia tantas veces que la puedo recitar palabra
por palabra."
Einstein le tomó la palabra y antes de llegar al siguiente lugar,
intercambiaron sus ropas y Einstein se puso al volante. Llegaron a
la sala donde se iba a celebran la conferencia y como ninguno de
los académicos presentes conocía a Einstein, no se descubrió el
engaño.
El chofer expuso la conferencia que había oído a repetir tantas
veces a Einstein. Al final, un profesor en la audiencia le hizo una
pregunta. El chofer no tenía ni idea de cual podía ser la
respuesta, sin embargo tuvo un golpe de inspiración y le contesto:
"La pregunta que me hace es tan sencilla que dejaré que mi chofer,
que se encuentra al final de la sala, se la responda".
En una conferencia que Einstein dio en el Colegio de Francia, el escritor francés Paul Valéry le preguntó:
-Profesor Einstein,
cuando tiene una idea original, ¿qué hace? ¿La anota en un cuaderno
o en una hoja suelta?
-Cuando tengo una idea original no se me olvida- respondió el
físico.
Se cuenta que el filósofo Ludwig Wittgenstein se
encontraba en la estación de Cambridge esperando el tren con una
colega. Mientras esperaban se enfrascaron en una discusión de tal
manera que no se dieron cuenta de la salida del tren.
Al ver que el tren comenzaba a alejarse Wittgenstein echó a correr
en su persecución y su colega detrás de él. Wittgenstein consiguió
subirse al tren pero no así su colega. Al ver su cara de
desconsuelo, un mozo que estaba en el andén le dijo, - no se
preocupe, dentro de diez minutos sale otro.
-Ud. no lo entiende- le contestó ella- él había venido a
despedirme.
El matemático P.G. Lejeune-Dirichlet (1805-1859) no era partidario de escribir cartas. Se cuenta que una de las pocas veces que escribió alguna misiva fué en el nacimiento de su primer hijo. Dirichlet envió un telegrama a su suegro con el mensaje siguiente: 2 + 1 = 3
El escritor Narciso Sáenz Diez Serra (más conocido
como Narciso Serra) paseaba en cierta ocasión con un amigo cuando
le preguntó:
«¿Cuántos cornudos te parece que viven en esta calle sin contarte
a ti?»
El acompañante indignado contestó:
«¡Cómo sin contarme a mí! Esto es un insulto…»
A lo que el dramaturgo reformuló la pregunta:
«Bueno, no te enfades. Vamos, contándote a ti, ¿cuántos te parece
que hay?»
Richard Wagner y Friedrich Nietzsche fueron
tan grandes amigos que, en cierta ocasión, el genial músico le
envió una carta demostrándole su afecto al filósofo y en la que
escribió el siguiente texto:
-Está usted en mi corazón, entre mi mujer y mi perro.
En el transcurso de la revolución rusa el físico matemático Igor Yevgenyevich Tamm, Premio Nóbel en 1958, fue apresado por un grupo de anticomunistas que creyeron que era un agitador comunista. Cuando lo llevaron a su jefe éste le preguntó a que se dedicaba para ganarse la vida y Tamm le contestó que era matemático. "Esta bien", dijo el jefe mientras se colocaba las cartucheras con las balas y las granadas alrededor del cuello, "determina el error que se produce cuando la aproximación mediante series de Taylor a una función se trunca a partir del término n-esimo. Si lo haces correctamente te dejaremos en libertad, si fallas te fusilaremos." Con pulso tembloroso Tamm calculó lo que le pedía escribiendo con sus dedos en el polvo. Al acabar, el cabecilla echó una rápida mirada al resultado y lo dejo marchar.
En los años 30, un periodista comentó al
astrónomo y físico Arthur Eddington lo siguiente:
-He oído que usted es una de las tres personas en el mundo que
entiende la teoría de la relatividad general. Al oír esto,
Eddington puso cara de sorpresa. Cuando el entrevistador le
preguntó la razón de su extrañeza, el físico inglés
respondió:
-Estoy tratando de pensar quién puede ser la tercera persona.
Al poeta y dramaturgo François Le Métel de
Boisrobert le fueron con el chismorreo de que su esposa le era
infiel con un amante.
Sin inmutarse soltó: «La verdad es que me importa un bledo. Al
final se cansará de ella como me he cansado yo».
A principios del siglo XX, el
multimillonario escocés, Andrew Carnegie quedó muy afectado tras
perder a su mascota a orillas del lago Michigan, por lo que decidió
contratar un anuncio en el periódico local que decía lo
siguiente:
"Se busca a un fox-terrier blanco que responde al nombre de Billy.
Recompensa de mil dólares a quien lo encuentre".
Al día siguiente comprobó con perplejidad como el anuncio no se
había publicado, así que Carnegie se personó en la redacción con la
intención de protestar. Al llegar al periódico vio que allí no
había nadie y que tan solo se encontraba la señora de la
limpieza.
-¿Es qué no hay nadie?- preguntó, intrigado.
-No. Por lo que he oído, se han ido todos en busca de un perro
blanco llamado Billy.