Una numerosa lista de coincidencias salpican las
biografías de los presidentes Abraham Lincoln (1809-1865) y John
Fitgerald Kennedy (1917-1963). Para empezar, ambos fueron
elegidos congresistas en 1847 y 1947, respectivamente, y designados
presidentes en 1860 y 1960. Los dos medían 1,83 metros de estatura
y sus apellidos tienen siete letras. Sus secretarios, apellidados,
respectivamente, Kennedy y Lincoln, les aconsejaron no ir a los
lugares donde ambos fueron asesinados. Los dos magnicidios
ocurrieron en viernes, y ambos estadistas recibieron balazos en la
cabeza, disparados desde atrás y en presencia de sus mujeres
(las cuales, por cierto, perdieron un hijo durante su estancia en
la Casa Blanca). El asesino de Lincoln, Booth, disparó sobre él en el teatro Ford
y se escondió en un almacén. El de Kennedy, Oswald, le disparó
cuando viajaba en un automóvil de la marca Ford (modelo Lincoln)
desde un almacén, ocultándose en un teatro. Los magnicidas, cuyos
nombres completos tenían 15 letras en cada caso, eran sureños y
habían nacido en 1839 y 1939, y ambos fueron asesinados horas
después de cometer los magnicidios (sin haber confesado su
autoría). Los dos presidentes fueron sucedidos por los
vicepresidentes Andrew y Lyndon Johnson, que eran senadores,
demócratas sureños y nacieron respectivamente en 1808 y 1908.
La cueva de Altamira fue descubierta en 1868 gracias a que el perro de un cazador se introdujo por una ranura entre las piedras que taponaban su entrada. Desde entonces, un arqueólogo santanderino, Marcelino de Sautuola, la visitó repetidamente en busca de restos arqueológicos. Pero hasta el verano de 1879 no encontró las pinturas rupestres en su interior. En esta fecha, la hija pequeña de Sautuola, María, que le acompañaba en una de sus frecuentes visitas a la cueva, ante la sorpresa de su padre, dio casualmente con la sala donde están las pinturas. Sautuola, una vez que comprendió la importancia del hallazgo, lo dio a conocer mediante un breve informe publicado al año siguiente (1880). Sin embargo, la comunidad cientofca internacional no cocedió ningún crédito a su hallazgo, hasta que, al descubrirse dos décadas después otras cuevas con pinturas rupestres de similar calidad en parajes franceses, volvió a la actualidad el descubrimiento de Sautuola (que había muerto en 1888) y se aceptó finalmente que las maravillosas pinturas de Altamira no eran una falsificación, como se había pensado al principio.
En la primavera de 1975, un bebé cayó desde una altura de 14 pisos en la ciudad estadounidense de Detroit, aterrizando sobre Joseph Figlock, ocasional transeúnte. Un año después, volvió a ocurrirle lo mismo al señor Figlock con otro niño. En ambos casos, todos los implicados sobrevivieron.
El 11 de noviembre de 1913, una tempestad hundió doce barcos en el lago Superior de Norteamérica, con el resultado de 254 personas muertas. Diecisiete años después, también el 11 de noviembre, otra tempestad hundió cinco embarcaciones en el mismo lago, muriendo 67 personas. En 1975, ese mismo 11 de noviembre, un carguero repleto de mineral, el Edmund Fitzgeral, se rompió en dos en su travesía del lago a causa de una tormenta, muriendo sus 29 tripulantes.
En 1911, tres hombres apellidados Green, Berry y Hill asesinaron en su residencia de Greenberry Hill a Sir Edmond Godfrey.
Las huellas más antiguas que se conocen del primer antepasado del hombre, el austrolopitecus afarensis, fueron descubiertas en Laetoli, Tanzania, en el transcurso de un partido informal de fútbol (con una boñiga de vaca como pelota), con el que se divertían los miembros de una expedición científica. Uno de los antropólogos cayó rodando por un terraplén y, paradójicamente a cuatro patas, se topó literalmente de narices con la prueba de que hace 4 millones de años el hombre andaba erguido.