En 1918 una epidemia de gripe mató a unos
50 millones de personas en todo el mundo. Algunos científicos del
bando aliado sospecharon que podía tratarse de un virus creado para
la guerra bacteriológica que se les había ido de las manos a los
alemanes. Hoy sabemos que su origen era del todo natural: una
mutación de la gripe aviar que afectaba a los humanos. El caso es
que se cebaba principalmente en las personas debilitadas por el
hambre, que en Europa eran muchas a causa de la guerra.
Al parecer la pandemia se había
originado en Asia Central (como la peste negra histórica) y
se había detectado primero en el campamento de instrucción del
ejército norteamericano de Fort Riley (Kansas). Soldados
procedentes de ese campo trajeron la gripe a Europa. ¿Por qué,
entonces se llama 'gripe española'? Porque los gobiernos
europeos, enzarzados como estaban en la Gran Guerra, silenciaron
las terribles cifras de mortandad que la gripe
causaba.
En España, sin embargo, dada su
condición de país neutral, no se silenció la existencia de la
epidemia, lo que nos hizo acreedores a su atribución. Podían
llamarla 'la gripe del 18', o 'la gripe de la Gran Guerra', pero
no: la llaman gripe española. Un capítulo más que añadir a la
leyenda negra.
La única colonia alemana que resistió hasta el
final de la guerra fue el África Oriental Alemana defendida por el
coronel Paul Emil von Lettow-Vorbeck.
El 4 de noviembre de 1914 un contingente inglés desembarcó cerca
de Tanga, para conquistar la colonia alemana. Las tropas alemanas
estaban en desventaja, pero se ayudaban con sus tropas coloniales.
También los ingleses aportaban en esta ocasión una mayoría de
tropas coloniales indias.
Iniciado el tiroteo, de pronto, una nube negra brotó de los
pantanos y un gigantesco enjambre de abejas irritadas se ensañó con
los alborotadores, especialmente con los indios (no se sabe si por
el color o por el olor). Los desquiciados indios abandonaron las
armas y huyeron despavoridos. Muchos se ahogaron en los pantanos,
otros cayeron en las manos nada misericordiosas de los 'áskaris'.
La operación británica resultó un fracaso y dejó en manos de
los alemanes toneladas de armas y munición con los que Von Lettow
resistiría hasta el final de la guerra.
El general von Lettow resistió toda la guerra practicando una
hábil guerra de guerrillas. El 'León de África', como lo llamaron,
resistió hasta 10 días después de la rendición oficial de
Alemania.
En 1964 el gobierno alemán decidió remunerar a los indígenas
'áskaris' que hubieran luchado bajo sus banderas en la Gran Guerra,
pero resultó que las listas se habían perdido. ¿Cómo distinguirlos?
Al final los pagadores acordaron que cada candidato realizara los
movimientos de ordenanza con una escoba en lugar del fusil. Todos
los ancianos 'áskaris' aspirantes a la paga demostraron no haber
olvidado su instrucción: presentaban armas con la perfección del
más avezado recluta.
La Gran Guerra fue también una guerra de
propaganda en la que cualquier referencia positiva al enemigo
estaba perseguida. El odio al contrario era tan vivo que muchos
aristócratas ingleses de origen alemán se apresuraron a cambiar de
apellido: en adelante los Battenberg se llamaron Mountbatten (o
sea, lo tradujeron al aristocrático francés, porque el 'berg'
alemán, «montaña», se convierte en 'mount'). La familia real
inglesa que solía llamarse Sajonia-Coburgo-Gotha, todo alemán, tomó
en adelante el nombre de su principal castillo residencia y se
llamó casa Windsor.
En Francia, al agua de colonia le cambiaron el nombre y la
llamaron agua de provenza. En Estados Unidos, se propuso que las
'hamburgers' (hamburguesas) se llamaran 'Salisbury steak' (filete
de Salisbury) para olvidar su origen (la ciudad alemana de
Hamburgo). Por la misma razón, las salchichas de Frankfurt (o
'Frankfurters') se llamaron 'liberty sausages', (salchichas de la
libertad) y los perritos calientes o 'dachhunds' (perritos
alemanes) se llamaron 'liberty dogs' (perritos de la
libertad).
Shakespeare quedó proscrito de los escenarios alemanes; Mozart y
Wagner, de las salas de conciertos francesas e inglesas. Los
profesores alemanes explicaban que Dante era germánico; los
franceses, que Beethoven era belga; sin escrúpulos requisaban los
bienes culturales de los países enemigos, como hacían con los
cereales y los minerales.