Revista 83
Número 83

Hechos insólitos

Soldados alemanes

Las cifras pavorosas

Las guerras antiguas se decidían con unos pocos miles de muertos. La Gran Guerra fue una guerra de potencias industriales muy pobladas en las que se derrochó sangre y material. Sus cifras resultaron tan pavorosas y desacostumbradas que se pensó que sería la última de las guerras. Participaron en ella, en números redondos, más de 65 millones de combatientes de 30 países de los cuales murieron unos 10 millones (seis de los aliados y cuatro de los imperios centrales). Contando los muertos indirectos de la guerra (civiles muertos por hambre y enfermedades favorecidas por el hambre) se podría elevar la cifra a 19 millones. Poca cosa comparada con la cifra de la Segunda Guerra Mundial, entre 45 y 60 millones de muertos.

 

MadrinasMadrinas de guerra

Para elevar la moral del soldado, el ejército francés favorecía la institución de «madrinas de guerra», corresponsales voluntarias que escribían al amadrinado largas cartas y, sobre todo, que recibían sus confidencias y desahogos. La redacción de una carta y la espera de la respuesta se revelaron una medicina casi milagrosa contra las depresiones y la «fatiga de trinchera».
La de las madrinas era una correspondencia no necesariamente amorosa, aunque, por supuesto, el soldado esperaba conocer personalmente a la chica, quizá durante un permiso, y merecer un trato de mayor proximidad. Sugerentes postales nos muestran al 'poilú', (peludo, como llamaban familiarmente al soldado francés) en amoroso diálogo con su madrina o incluso encamado con ella.


Soldados y madrinas intercambian también regalos en cumpleaños o fechas señaladas. Las madrinas obsequiaban a sus ahijados con paquetes de comida o ropa de abrigo  tejida por ellas mismas. A cambio recibían alguna obra de artesanía en la que los 'guripas' invertían las horas muertas: broches confeccionados con esquirlas de metralla, lapiceros a partir de cartuchos de balas, monederitos hechos con carcasas de granadas de mano, fruslerías así.


La institución de las madrinas de guerra se transmitió a España durante las guerras de Marruecos e inspiró a Miguel Mihura una comedia en dos actos, 'La madrina de guerra', estrenada en 1922.
Durante nuestra Guerra Civil muchas jóvenes falangistas y 'margaritas' navarras aceptaron con entusiasmo el madrinazgo como una contribución  de la mujer al triunfo de las armas nacionales. En el bando republicano no hubo tantas madrinas porque las autoridades temían que un aumento significativo de la correspondencia con retaguardia desbordaría de trabajo de la censura militar que supervisaba las cartas del frente.

 

Mata-Hari

La espía Mata Hari

La espía más famosa de la gran guerra fue una chica holandesa llamada Margaretha Geertruida Zelle, aunque mucho más conocida por su nombre artístico de Mata Hari. Hija de un oficial holandés y una javanesa, había cumplido ya los 40 pero, aunque era más bien feílla, conservaba una envidiable figura.
La chica se hacía pasar por princesa de Java y se ganaba la vida como bailarina exótica de 'striptease'. Su sensual versión de la danza de los siete velos, que la dejaba al final desnudita como una bandeja de plata, levantaba relinchos entre el público masculino y era muy aplaudida en los cabarets de París. Mata Hari, como tantas 'demimondaines' de su oficio, practicaba también la prostitución de alto standing con sus admiradores más pudientes.


Cuando empezó la guerra se trasladó a Madrid y redondeó sus ingresos actuando como espía a favor de Alemania. Era Madrid, capital de un estado neutral, un hervidero de espías, especialmente en los salones de los hoteles Palace y Ritz recientemente inaugurados, en los que se citaban los diplomáticos acreditados en las embajadas. La sensual javanesa obtenía sus informes de oficiales de alta graduación a los que, después de la expansión venérea, a la hora del cigarrillo reponedor, sonsacaba información reservada.


Informado el contraespionaje francés de que Mata Hari y la espía alemana H-21 eran la misma persona, aguardó a que atravesara la frontera en una de sus periódicas visitas a Francia y la detuvo. Condenada a muerte, la fusilaron una fría madrugada de octubre, en el bosque de Vicennes, cerca de París.

 
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