Hemos visto como nuestro modo de vida y nuestra economía violan las leyes más importantes de la materia y la energía, de ahí que podamos sospechar que en el fondo de la actual crisis económica lo que hay es una fractura ecológica que va a provocar la quiebra del actual modelo económico y su inevitable sustitución por otro.
El actual sistema económico está diseñado para satisfacer los deseos siempre crecientes de la parte acomodada y rica de la población, pero a costa de sobreexplotar la naturaleza y de dejar sin cubrir las necesidades básicas de la parte más pobre de la población. Así mientras unos mueren de hambre otros mueren de obesidad. En el futuro la prioridad fundamental será la de satisfacer las necesidades básicas de toda la población sin poner en peligro la reproducción de las condiciones naturales de la biosfera. Esto no será posible sin cambios de valores, culturales y éticos muy profundos: se pasará de estimar el «tener» a estimar el «ser», se prestigiará la austeridad y la suficiencia al tiempo que se condenará el lujo y el derroche, se ensalzará la cooperación, la solidaridad y el apoyo mutuo frente a la actual cultura de la competencia y el egoísmo individualista. Para poder convivir y prosperar en este planeta tan pequeño y frágil tendremos que abandonar ese orgullo y prepotencia propio de nuestra especie que los pensadores denominan antropocentrismo: esa idea de que somos dueños del resto de especies y podemos disponer de ellas a nuestro antojo. En lugar de esa aberración, viviremos en el reconocimiento de la interdependencia entre todos los seres vivos, en el respeto y el cuidado a los hermanos animales, a las plantas, a los ríos…
La estructura productiva será bien distinta: el modelo de
economía basado en la extracción masiva de energía y materiales del
subsuelo será sustituido por una economía de captación del flujo
inagotable de energía solar a través de la agricultura, ganadería,
pesquería, silvicultura, etc., con lo que estos sectores
económicos, que desde el Neolítico fueron la base de toda cultura y
sociedad, volverán a ser mayoritarios y prioritarios, generadores
de más empleo que en la actualidad, máxime al tener que adaptarse a
producir sin acceso a petróleo barato en un contexto de cambio
climático. El sector industrial o secundario será sometido a una
dura poda: sectores como el automovilístico serán mucho más
reducidos, otros solo mantendrán trabajo y actividad mientras dura
su extinción y desmantelamiento (en el caso de la industria nuclear
y de la militar estas
tareas requerirán mucho tiempo y trabajo). En general toda la
industria se reconvertirá ya que producirá con mayor eficiencia
energética y con mínima generación de residuos (únicamente
sobrevivirán las industrias que produzcan bienes necesarios,
útiles, limpios y duraderos para cubrir las necesidades básicas).
Podemos imaginar que esos grandes enemigos del medio ambiente que
son la minería y el transporte también perderán peso en la
estructura productiva: algunas minerías, como las de carbón y
uranio, serán completamente abandonadas. En el sector servicios
habrá cambios importantes también: crecerá mucho el empleo, el
prestigio y la importancia de las tareas de cuidado de la vida en
sentido amplio (trabajos domésticos y de crianza, educación,
sanidad, atención a la dependencia y tercera edad, labores de
protección y regeneración de la naturaleza, etc., así como el
sector de la cultura y la creación artística en todas sus
vertientes, que son actividades que coinciden en producir mucho
«valor humano añadido» con poco consumo de energía y materiales);
decaerá mucho esa parte del sector servicios que es manifiestamente
inútil y/o altamente intensiva en uso de energía y materiales, como
el turismo, la publicidad, los deportes de motor, etc. De modo que,
salvo en los sectores de la agroganadería y en el de los cuidados,
habrá un decrecimiento generalizado en volumen de negocio y en
empleo en todos los sectores. Exceptuando la fase de transición,
podemos estar seguros de que en el futuro habrá menos trabajo y,
sin embargo, también habrá menos paro puesto que el trabajo
socialmente necesario estará repartido de modo que, trabajando
menos, trabajaremos todos. Este reparto del trabajo irá de la mano
de una distribución más justa de la riqueza porque, si bien parece
imposible alcanzar una igualdad económica total, la radical
desigualdad que vivimos es moralmente inaceptable, destructiva del
medio ambiente e incluso nociva para la propia economía real, como
estamos comprobando en esta crisis actual.
Afirmamos que el mundo del futuro será más o menos así, sustentable en lo ecológico y más justo en lo social, no hay otra alternativa razonable, los otros caminos posibles que podemos tomar (la lucha por los últimos recursos, la guerra entre pobres, la convulsión irreversible del clima, las hambrunas y enfermedades, la refeudalización violenta de las sociedades, la regresión teocrática, el colapso ecológico…) son pesadillas tan horribles que no merecen el nombre de mundos. El proceso de transición del capitalismo a una economía ecosocial será más o menos largo y traumático, pero ha empezado ya y es nuestra responsabilidad histórica poner todo empeño en encauzarlo por derroteros de justicia social y ambiental, paz entre pueblos y esperanza colectiva.
Fernando Llorente