Revista 101
Número 101

El legado de Félix


El pasado mes de marzo se cumplían 35 años de la muerte de Félix Rodríguez de la Fuente junto a dos de sus más estrechos colaboradores: Teodoro Roa y Alberto Mariano Huéscar y el piloto de la avioneta, Warren Dobson. No sé si fue casualidad, pero el mismo día del aniversario de su muerte se celebraba en Madrid una multitudinaria manifestación pidiendo más protección para el lobo ibérico. En la alocución final la representante del PACMA recordaba la deuda que todos tenemos con Félix y su trabajo para defender al lobo.

Su trabajo como divulgador marcó a toda una generación. Los viernes por la noche la cita con El hombre y la tierra era para mí algo sagrado. Niños y adultos nos reuníamos frente al televisor para descubrir un mundo tan cercano como desconocido y asombroso. Capítulo a capítulo conocíamos la vida de animales tan comunes como el conejo o tan escasos como el lince. Es difícil saber a cuantos potenciales cazadores convirtió en entregados conservacionistas, pero seguramente sin los documentales de Félix yo no sería quien soy y posiblemente Solana no existiría.

Tenemos el patrimonio natural más rico de Europa, la verdadera marca España. Félix defendió esta singularidad en un país como el nuestro, donde la gente pensaba que defender la naturaleza era estar en contra del progreso. Gracias a él podemos disfrutar de lugares únicos como las Tablas de Daimiel, salvadas in extremis y condenadas a desaparecer por el régimen de Franco. También salvó a principios de los años 70 la Albufera valenciana de la incipiente especulación urbanística. Rodríguez de la Fuente ganó su última batalla seis años después de su muerte cuando, gracias a sus denuncias y gestiones, el ejército dejó de hacer maniobras en la isla de Cabrera que hoy es un santuario para la vida salvaje.

Animales considerados hasta entonces «alimañas» como el buitre leonado, el lince o el lobo, cobraron una nueva dimensión que nada tenía que ver con la leyenda negra que les ha perseguido secularmente. Gracias a El hombre y la tierra descubrimos que eran animales hermosos y delicados, sin la crueldad que la ignorancia humana les atribuía. Y lo más importante es que mostró que estas «alimañas» no son enemigos del hombre, sino sus aliados, y su presencia es sumamente beneficiosa para el mundo rural.

Con el tiempo Félix pasó de ser un divulgador a convertirse en un activista, sin embargo, su figura provocaba no pocas reticencias entre el movimiento ecologista, que criticaba algunos de los métodos para filmar sus documentales. Los ecologistas también le reprochaban su amistad y cercanía con el poder establecido, así como su silencio sobre la energía nuclear y su defensa de ciertos métodos de caza como la cetrería.

Puede que la lección de Félix sea que no se puede vencer sin convencer y que para valorar y defender el mundo que nos rodea antes debemos conocerlo.

Rogelio Manzano Rozas

 
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