Revista 117
Número 117

Turismofobia


España es una potencia turística de primer orden. El año pasado visitaron nuestro país 75,6 millones de turistas y este año se alcanzará un nuevo récord con una previsión de 83 millones de visitantes. El gasto total de los turistas extranjeros que visitaron España en 2016 fue de 77.625 millones de euros, un 9 % más que en 2015 y casi un 25 % de lo que suponen las exportaciones manufactureras, según datos difundidos por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Todas las previsiones indican que este año se superará esa cifra.

No cabe duda de que el turismo es uno de los pilares de nuestra economía y ha desempeñado un papel determinante en la recuperación económica de nuestro país. Sin embargo, es un sector muy dependiente de la demanda externa y, por lo tanto, muy frágil.

La perspectiva de explotar nuestros recursos turísticos al máximo y conseguir dinero fácil puede convertir a España en un país de servicios lleno de camareros temporales y sueldos miserables. Sin embargo, el modelo español es claramente deficiente ya que necesita un gran volumen de demanda, que, a su vez, tiene unos costes que se externalizan en lo social y lo ambiental.

Tanto para el sector público como para el privado, el crecimiento desaforado ya es una preocupación real. El turismo en España está, como es lógico, desigualmente repartido. Los 75 millones de visitantes que entraron en el país en 2016 representan 1,6 por cada español, pero la cifra aumenta a 2,4 por cada catalán (y 4,1 para cada barcelonés), 6,3 por cada canario y 11,7 por cada balear. En esta última comunidad autónoma, la presión de la industria turística es tal que muchos trabajadores tienen problemas para encontrar alojamiento.

Nada de esto sale barato ni para el medioambiente ni para la sociedad. La combinación de sol y playa, tradicionalmente la base de la industria turística española, viene acompañada de una intensa presión sobre los recursos hídricos que el cambio climático está agravando. La especulación urbanística en el litoral mediterráneo ha convertido a este en una muralla de adosados frente al mar. Ciudades como Barcelona, Madrid, Palma o Granada han visto cómo el centro de la ciudad se ha llenado de turistas mientras que los vecinos de toda la vida han sido expulsados por la subida de precios y la pérdida del comercio de proximidad. Pueden darse una vuelta por el centro de Madrid y verán cómo las terrazas han ocupado las plazas donde antes jugaban los niños del barrio. Encontrarán vecinos hartos de soportar las juergas de los inquilinos de los pisos turísticos. Se toparán con una muchedumbre de turistas alelados taponando las aceras.

Mal vamos si pensamos que la economía es la razón suprema y que la reducción del paro lo justifica todo. El turismo de masas es pan para hoy y hambre para mañana.


Rogelio Manzano Rozas

 
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