Revista 119
Número 119

Las mismas preguntas


La naturaleza humana no ha evolucionado a la par que la ciencia y la tecnología. La técnica avanza rápidamente y la ciencia ficción de hace 20 años ya es historia. Sin embargo, la psicología humana apenas ha cambiado nada en 100.000 años. Seguimos siendo los mismos egoístas miserables e infelices que los griegos del siglo V antes de nuestra era, igual que los romanos que conquistaron Europa imponiendo su ley a sangre y fuego, igual que los conquistadores españoles que sometieron a un continente con la cruz y la espada, igual que los nazis que se creyeron superiores y legitimaron el holocausto de más de 11 millones de judíos. Hoy miramos con horror la violencia y los abusos que se han cometido a lo largo de la historia, pero no somos mejores que nuestros antepasados, solo necesitamos una oportunidad para demostrarlo.

Sorprende leer a los filósofos de la antigua Grecia y comprobar que ya se hacían las mismas preguntas que nos hacemos hoy, que eran igual de infelices que lo somos nosotros. Las cadenas que nos hacen esclavos son las costumbres y las tradiciones mal entendidas con las que justificamos nuestros miserables actos. Frente a la miseria humana siempre han existido sabios que han tratado de ofrecer respuestas a las eternas preguntas, personas que han querido iluminar las tinieblas que nos rodean.

En el siglo IV a. C. vivió en Grecia Diógenes, un sabio por el cual siento una especial admiración por su coherencia. Diógenes decía que la costumbre era la falsa moneda de la moralidad. En vez de cuestionarse qué estaba mal realmente, la gente se preocupaba únicamente por lo que convencionalmente estaba mal. Eligió la austeridad más extrema como modo de vida, con ello pretendía poner en evidencia lo que él percibía como locura, fingimiento, vanidad, ascenso social, autoengaño y artificiosidad de la conducta humana. Solía caminar por las calles de Atenas con un farol tratando de encontrar un hombre honrado. No encontró ninguno.

Cuando camino por la calle solo veo vanidad, ignorancia, egoísmo… Sin duda son personas y tiempos distintos a los que conoció el filósofo, pero siguen reproduciendo los mismos hábitos que hace 2500 años. Cada generación está condenada a repetir los mismos errores, a tropezar una y otra vez consigo misma y, aun así, no aprendemos nada. Las personas honradas hoy siguen siendo tan escasas como entonces.

Soy un ingenuo, lo reconozco. A lo largo de mi vida son muchos los que han traicionado mi confianza. La mayoría de los que he conocido se venden como solidarios, sensibles e incluso se consideran buenas personas, pero en cuanto rascas un poco, la inmundicia de su verdadera naturaleza te salta a la cara. Ya no me hago preguntas, pues a fuerza de decepciones he aprendido las respuestas.

Rogelio Manzano Rozas

 
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