Revista 102
Número 102

PlazaSan Andrés del Congosto

Este es un pueblo de transición entre la serranía y la campiña de Guadalajara, en sus calles se mezclan ejemplos de construcciones típicas de ambas comarcas. A un kilómetro se encuentra el enorme embalse de Alcorlo, que retiene las aguas del río Bornova.

 

Los martes por la mañana el médico pasa consulta en una sala en el edificio del ayuntamiento. La mayoría de los vecinos son jubilados y la visita del doctor les sirve para comentar los achaques propios de la edad y los chascarrillos del pueblo. Todos salen de la consulta con un puñado de recetas para aliviar sus males. Entre todos destaca Miguel, un hombre de mediana edad con la cara ennegrecida por el sol. Miguel deambula sin rumbo con una radio en el bolsillo de la chaqueta: mientras escucha las noticias masculla su indignación con los corruptos y da ideas de lo que él haría con esa calaña. Nadie le presta atención mientras sigue con su perorata.


Los vecinos de este pueblo son amables y curiosos. Dos mujeres se ofrecen a enseñarme la iglesia y la ermita del pueblo. Comentan que para arreglar ambos edificios hicieron rifas y sorteos para recaudar dinero ya que ni el obispado ni el Ayuntamiento disponen de fondos. La próxima obra que quieren acometer es sustituir las escaleras que llevan a la ermita y al cementerio por una rampa, para que puedan subir los coches: la razón es que los que quedan en el pueblo son tan pocos y tan mayores que apenas pueden subir las escaleras con el féretro. También necesitan ampliar el cementerio, que se ha ido quedando pequeño a la vez que el pueblo se les quedaba grande.
La iglesia parroquial está dedicada a San Andrés, el edificio ha sido restaurado recientemente y llama la atención la ausencia del retablo mayor. Me cuentan que, hace no muchos años, unos carpinteros convencieron al anciano párroco para que les dejase llevárselo con el fin de restaurarlo. El bueno del cura, confiado, accedió de buena fe y el retablo nunca regresó a la iglesia.

 

Desagüe-Alcorlo


Pero si hay algo de lo que todos los vecinos hablan con cariño y nostalgia es del enorme árbol que había en la plaza, junto a la iglesia, conocido por todos como «La olma». Cuentan que se necesitaban seis personas para abrazar su tronco y que sus ramas competían en altura con la espadaña de la iglesia. Bajo su sombra y cobijo crecieron muchas generaciones que ahora, ya desaparecida, la echan de menos.

 

En el caserío de San Andrés de Congosto se alternan las construcciones modernas con las antiguas, y con alguna que otra en estado ruinoso; sin embargo, el conjunto transmite armonía y sencillez. La mayoría de las construcciones están levantadas con muros de adobe o tosca mampostería. El carácter de su arquitectura nos revela que esta es una zona de transición entre las campiñas y la serranía.


El pueblo tiene dos fuentes: la más notoria es la que se encuentra en la plaza junto al ayuntamiento, tiene un pilón redondo donde nadan tranquilas algunas carpas de colores y, en el centro, un pilar de piedra con un caño de donde mana agua continuamente. La otra fuente es más pequeña y se encuentra en la calle Cambrija. Un letrero informa que el agua no es potable, pero parece que nadie le hace mucho caso.


San Andrés del Congosto se encuentra situado en el valle del río Bornova. En los alrededores del pueblo encontramos lugares de gran belleza. La calle Cambrija discurre junto al cauce del Bornova y nos lleva hasta el enorme muro de la presa de Alcorlo. Este pantano se construyó en 1978, tiene una capacidad de 180 hm3 y ocupa una superficie de 599 ha. Su principal función es el abastecimiento y el riego y no cuenta con infraestructura para producir electricidad.


Antes de llegar al estrecho desfiladero donde se encuentra el dique de la presa existe un puente romano de un solo ojo que casi pasa desapercibido al estar totalmente rodeado por una tupida vegetación. Sobre un risco próximo se levantan los restos de lo que fue una torre vigía árabe que, en estratégica situación, controlaba el paso por el desfiladero. Los dueños del castillo de Corlo, del s. XV  y al cual pertenecía la Torre vigía, usaban el puente como punto para cobrar impuestos a las personas que lo atravesaban con mercancías o ganado. Los lugareños conocen a este paraje como el congosto.

 

Calle-del-Calvario


A ambos lados de este desfiladero existe un complejo de cuevas realmente sorprendente: la más grande de todas es conocida como cueva del murciélago ya que en su interior habita una colonia de estos delicados animales. La colonia ha estado a punto de desaparecer, pero gracias a la protección que ha recibido en los últimos años se recupera lentamente. En esta cueva se han hallado restos arqueológicos del Paleolítico y en Neolítico. La estructura del recinto es compleja y consta de numerosos pasadizos y galerías, el suelo está encharcado y hay que tener mucho cuidado para no resbalar. El acceso es difícil y, desde luego, no es una excursión para ir con niños o personas que no estén en forma.


Mucho más accesible es el espacio que hay junto al río Bornova, al lado de la ermita, una amplia pradera rodeada de chopos con bancos y mesas donde disfrutar de la tranquilidad del idílico entorno. Este es el lugar preferido por los vecinos para pasear y relajarse.


San Andrés del Congosto perteneció desde los siglos de la Baja Edad Media a la Tierra de Atienza, que mantuvo litigio con la de Cogolludo por la posesión de este enclave, estratégicamente muy importante pues anejo a él existía un castillo que controlaba el paso de las gentes por el valle del Bornoba. Pasó luego a pertenecer al Común de Villa y Tierra de Jadraque, en el sesmo del río Bornova, y posteriormente, con todo el dicho Común, fue acogido en el título de Condado del Cid y perteneció a la casa de Mendoza, duques del Infantado, hasta el siglo XIX.

 

 

 
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