La limpieza es una actuación destructiva del cauce, que no sirve para reducir los riesgos de inundación y que puede originar graves consecuencias, tanto en el medio natural como en los usos humanos del espacio fluvial.
La idea de que hay que limpiar los ríos y arroyos está profundamente enraizada en los habitantes de los pueblos ribereños de toda España. Hasta hace unos pocos años los cauces se limpiaban con frecuencia y sin contemplaciones, aun sabiendo que no servía para nada, ya que un par de años después todo iba a estar igual o peor...
En las pasadas elecciones municipales una de las demandas más
reiteradas en muchos pueblos fue la limpieza de los arroyos. Los
Ayuntamientos están sometidos a una gran presión vecinal, quizás
por eso los gestores públicos, a veces, tratan de regatear las
normativas ambientales con tal de tener contentos a sus
votantes.
En este caso, la palabra limpiar es una expresión inexacta. Limpiar
es eliminar lo que está sucio, por lo que debería restringirse a
eliminar la basura y residuos de procedencia humana que pueda haber
en los cauces. Pero cuando se pide limpiar un río o arroyo no se
pretende liberarlo de basuras, sino eliminar sedimentos, vegetación
viva y madera muerta, es decir, elementos naturales del propio río.
Se demanda, en definitiva, agrandar la sección del cauce y reducir
su rugosidad para que el agua circule en mayor volumen sin
desbordarse y a mayor velocidad. Este es uno de los objetivos de la
ingeniería tradicional y se basa en una visión del río muy primaria
y obsoleta; contempla al río o arroyo simplemente como conducto y
como enemigo, en absoluto como el sistema natural, diverso y
complejo que realmente es.
A menudo estos trabajos de limpieza se hacen con maquinaria pesada,
sin vigilancia ambiental, sin información pública y sin
procedimiento de impacto ambiental. En nuestro país las limpiezas
siguen siendo muy generalizadas y constituyen una de las
principales causas de deterioro de nuestros valiosos ecosistemas
fluviales.
Las limpiezas son inútiles ya que en el siguiente episodio de
crecida el río vuelve a acumular materiales en las mismas zonas
limpiadas, recuperando la morfología anterior a la limpieza.
Estas acciones son contraproducentes ya que pueden tener
consecuencias muy negativas. Los efectos de las limpiezas locales
repetidas sobre un mismo tramo serían inmediatos y devastadores:
erosión remontante, encajamiento del lecho, descenso del freático,
ruptura de los fondos, (con graves consecuencias para la vegetación
y sobre el abastecimiento de los pozos), descalzamiento de puentes,
escolleras y otras estructuras, muy probables colapsos si el
sustrato presenta simas bajo la capa aluvial, etc. En definitiva:
el remedio puede ser peor que la enfermedad.
Precisamente son las crecidas fluviales los mecanismos que tiene el río para limpiar periódicamente su propio cauce. Y el río lo hace bien, mucho mejor que nosotros, tiene centenares de miles de años de experiencia. El sistema fluvial es un sistema de transporte y de regulación. El cauce sirve para transportar agua, sedimentos y seres vivos, y con su propia morfología, diseñada por sí mismo, y con la ayuda de la vegetación de ribera, es capaz de autoregular sus excesos, sus crecidas. Este sistema natural es mucho mejor y más eficiente que el que hemos creado con los embalses y las defensas. Deberíamos intentar imitarlo dando mayor espacio al río y regulándolo menos. Todo lo contrario de lo que se está haciendo con las limpiezas.
Las crecidas distribuyen y clasifican los sedimentos y ordenan la
vegetación, la colocan en bandas. Esto sí que es realmente limpiar,
renovar el cauce. También lo limpian de poblaciones excesivas de
determinadas especies, como las algas que han proliferado en los
últimos años en tantos lugares. Cuantas más crecidas disfruten,
mejor estarán nuestros ríos.
Sí que podemos ayudar al río en sus labores de limpieza,
simplemente retirando basuras del cauce residuo por residuo,
manualmente, sin emplear maquinaria, o bien retirar madera muerta
de puentes o represas donde haya quedado retenida y pueda
incrementar el riesgo. Las crecidas e inundaciones serán siempre un
riesgo en los pueblos ribereños. No se pueden evitar. Pero gracias
a la vegetación que crece en sus cauces se pueden evitar muchas de
sus catastróficas consecuencias, ya que sus raíces evitan la
erosión del lecho y restan fuerza a la corriente, lo que amortigua
el impacto contra las defensas, los puentes o cualquier otra
construcción.
En algunos tramos fluviales se demandan limpiezas porque se
considera que está elevándose el cauce. Generalmente estos procesos
de elevación del lecho por acumulación sedimentaria no son ciertos.
Es verdad que pueden crecer algunas elevaciones sedimentarias que
se consolidan con la colonización vegetal. Pero son crecimientos
puntuales que el río compensa el la propia acción transversal, es
decir, si crece una banda, adosada a la orilla o en forma de isla,
la corriente se abre paso profundizando en el lecho al lado del
obstáculo, con lo que la capacidad de desagüe sigue siendo la
misma. Lo mismo ocurre con la vegetación del cauce. Hay que mirar
más allá del corto plazo, porque inundaciones las habrá siempre y
las zonas inundables, por definición, se inundan y se inundarán
siempre.