Según el nuevo atlas mundial de la
contaminación lumínica, la mayoría de los humanos apenas
puede ver las estrellas en todo su esplendor. En el planeta, el 83
% de la población mundial tiene cielos nocturnos contaminados en
menor o mayor grado. La cifra llega hasta el 99 % en el caso de los
europeos y los estadounidenses.
El atlas también muestra los países con el cielo nocturno más
limpio. De los 20 primeros de la lista, 19 se encuentran en África,
el otro es Papúa Nueva Guinea. Hay zonas en Chad o Madagascar,
donde el 90 % de sus habitantes aún pueden ver un cielo virgen de
luz artificial. Compartimos el mismo cielo, pero nosotros no lo
podemos ver en su esplendor, la luz del progreso oculta las
estrellas.
La contaminación lumínica perjudica la salud de los humanos y
altera los ecosistemas a los que alcanza, a veces hasta centenares
de kilómetros. Los habitantes de las ciudades cuando miran al cielo
por la noche ven un resplandor anaranjado y plomizo que impide ver
a las estrellas. Pero, después de todo, para qué van a mirar el
universo cuando se tiene delante la pantalla de un teléfono móvil.
No estamos acostumbrados a levantar la vista, a mirar al horizonte,
a hacernos preguntas. La sociedad nos proporciona entretenimientos
para no ver más allá de una pantalla, para tener la cabeza baja,
sucedáneos para no sentirnos pequeños, creer que no estamos solos,
pensar que sabemos algo. Es peligroso mirar las estrellas,
contemplar la luna llena. ¿Acaso no nos han enseñado que hay
personas que bajo su influencia se convierten en hombres lobos,
seres primitivos e irracionales presas de sus instintos más
básicos, libres y sin moral?
Puede que la imposibilidad de ver las estrellas nos haga perder la
perspectiva de la inmensidad del universo y de nuestra propia
insignificancia.
Uno de los espectáculos más grandiosos que podemos ver es la enorme
cúpula celeste que nos arropa. Cientos de miles de millones de
estrellas, galaxias y constelaciones nos observan e iluminan,
mientras la luna muestra cada noche su aspecto mutante.
El cielo estrellado ha guiado e iluminado a nuestros antepasados
durante miles de años. Los astros se agrupaban y ordenaban formando
caprichosas figuras que trataban de explicar muchas de las
preguntas que, desde tiempos remotos, nos venimos haciendo. Quiénes
somos, de dónde venimos, a dónde vamos. Las mismas cuestiones que
todavía hoy nos preguntamos y cuyas respuestas seguimos buscando en
el cielo nocturno, en las tinieblas de la noche, evitando el
cegador resplandor del sol, bajo la tenue luz de las
estrellas...
Rogelio Manzano Rozas