A 1.033 metros de altitud se levanta Sienes, un pequeño oasis enclavado en las faldas de los montes de Valdehuzmendo y Torrellana (1.221 metros de altitud), en las estribaciones de la sierra Ministra. Gracias a sus más de 80 hectáreas de regadío proliferan una gran cantidad y diversidad de árboles frutales, choperas, fresnos, sauces, nogales y cultivos herbáceos.
En las estribaciones de la sierra Ministra, al norte de la provincia de Guadalajara, descansa Sienes. Limita al Este con el término municipal de Miño de Medinaceli, al Norte con los de Alpanseque, Barahona y Valdelcubo y al Sur y al Oeste con el de Olmedillas, Villacorza, Riba de Santiuste y Querencia. Cuenta con dos pedanías, los pueblos abandonados de Tobes y Torrecilla del Ducado. Sienes es un pueblo que sorprende, después de dejar atrás los pueblos abandonados de Querencia y Tobes es difícil de imaginar que Sienes siga vivo.
Como otros pueblos de la comarca, Sienes conserva la típica
arquitectura que distingue a esta zona de Guadalajara, que marca
los límites de la provincia con la vecina Soria. Un paisaje de
tierra y piedras rojas que aporta a los habitantes de esta comarca
la materia prima para levantar los recios muros de sus casas e
iglesias.
Sienes contagia su tranquilidad cuando se camina por sus calles
limpias. Nada más llegar un perro se acercó a mí y bastó una
caricia para hacernos amigos: durante toda la mañana no se separó
un segundo de mi lado. Junto a este inesperado cicerone fui
descubriendo las calles y rincones de este bello lugar. El agua que
les falta a otros lugares de estas soledades parece que a Sienes le
sobra. Las acequias que hay junto a los caminos sirven al perro
como improvisada piscina. Los muros de las cercas están cubiertos
de hiedra, que forma frondosos arcos en las puertas de las
huertas.
A través de sus piedras Sienes nos habla de su historia. Llama la
atención una picota de piedra blanca que hay junto a la fuente, su
color y nueva factura desentonan con el conjunto del pueblo. Hasta
los años ochenta en este mismo lugar se levantaba la picota
original otorgada por Felipe II. Sorprendentemente en 1967 los
vecinos derribaron este singular monumento, supuestamente para
dejar más espacio a los coches.
El caserío de Sienes, salvo unas pocas excepciones, se ha
mantenido intacto desde sus orígenes hace casi quinientos años. Las
casas son de gruesos muros de piedra horadados por amplias ventanas
que miran al sur. Por el contrario, en las paredes orientadas al
norte los pocos huecos que se abren son pequeños, para evitar el
viento gélido que azota estas tierras en el invierno.
Oficialmente, según el censo de 2015 Sienes cuenta con 55
habitantes, sin embargo, en invierno no llegan a la mitad y en
verano duplican este número con la llegada de los veraneantes y los
nietos de los más ancianos. La mayoría de los vecinos son
jubilados, aunque desde hace algunos años residen en el pueblo un
par de familias de rumanos que se dedican a la construcción y
también llevan el bar del pueblo, que hace de punto de encuentro no
solo para los vecinos de Sienes, sino
para los habitantes de los pueblos próximos que no cuentan con
ningún lugar donde reunirse.
El perro y un albañil rumano me acompañan a buscar la llave de la
iglesia hasta la casa de Maruja. La iglesia, dedicada a santa
Eulalia de Mérida es un curioso edificio de una sola nave, cuya
construcción original es románica aunque su interior es barroco.
Tiene una espadaña maciza en el muro occidental y en su interior
contiene varios retablos barrocos de gran belleza. Hay que destacar
el original retablo mayor situado en el ábside que tiene integradas
dos puertas para acceder a la sacristía. Una talla de santa Eulalia
de Mérida en el centro y otras dos de san Antonio de Padua y de
santa Bárbara, una a cada lado, completan la obra. Los techos están
cerrados con bóvedas de cañón y junto al altar hay una cúpula
adornada con relieves en escayola. El pórtico de entrada es, cuando
menos, curioso, ya que han reforzado las columnas que soportan el
tejadillo con unos contrafuertes inclinados que le aportan un
original aspecto.
La economía local, como en tantos pueblos de la comarca, se ha
basado en la agricultura y en la ganadería, principalmente de
rebaños de ovejas. Este pasado ganadero ha dejado su huella en el
callejero; así podemos encontrar la plaza de las mulas o la de las
cabras.
En el ayuntamiento de Sienes se conserva, magníficamente, escrito
sobre manuscrito del siglo XVI, el documento o prerrogativa de
Villazgo, documento de unas 120 páginas de gran tamaño que es
sumamente interesante para conocer en detalle el mecanismo de esta
declaración y obtención del Villazgo por parte de los pueblos.
Gracias a estos documentos conocemos detalladamente los hechos que
acontecieron hace casi quinientos años cuando Felipe II, previo
pago de un millón ciento setenta y ocho mil maravedíes, concedió a
los vecinos libertad y jurisdicción propia.
Después de recorrer el pueblo varias veces, en compañía de mi
amigo de cuatro patas, me dirijo al coche. Mientras abandono el
pueblo el perro viene corriendo tras el coche hasta donde acaban
las casas, por el espejo retrovisor lo veo parado en medio de la
calle mientras mira como me alejo. En sus ojos atisbo una nube de
tristeza. La actitud de este animal es muy reveladora del carácter
de las gentes de Sienes, amables y sencillas.