Para este número no tocaba este
editorial. Hace unas semanas nos dejó Miguel Arqués,
colaborador de Solana desde sus inicios. Puntualmente en el último
minuto, Miguel me mandaba su viñeta del mes. Muchas veces apenas me
daba tiempo a echarle un vistazo antes de mandar la revista a
imprenta. Me reservaba el placer de disfrutar de sus dibujos y sus
textos cuando tenía la revista en mis manos. Mensajes duros en boca
de personajes amables. Al principio, la temática era más social
para acabar siendo más política. Todos los temas fueron
diseccionados con su afilada plumilla: La Navidad, las fiestas
patronales, la basura, los pirómanos, los refugiados, los
autónomos, la corrupción, el terrorismo, la carretera de Mesones…
Las viñetas de Miguel quedarán como testimonio de una década en la
que el mundo cambió radicalmente.
Cuando decidí crear Solana en la primera persona que pensé fue en
él. Me siento un poco responsable de haberlo recuperado para el
mundo después de mucho tiempo de inactividad creativa. En otro país
Miguel habría triunfado con sus viñetas, su talento habría sido
reconocido hace mucho tiempo. A lo largo de los años, muchos
colaboradores han dejado su huella en la revista, pero Miguel
siempre se mantuvo fiel. Siempre hasta el final. No me imagino la
revista sin su página, sin sus personajes narigudos y su humor
afilado.
Su arte era una prolongación de su carácter, su mundo era un
espacio lleno de color y matices. Miguel era un anarquista cabal
capaz de mantener sus ideas al margen de modas. Sabía que no hay
nada más subversivo que la risa y renegaba de los que, en nombre de
la libertad, ejercen violencia, de los patriotas que se envuelven
en la bandera (la que sea) para robar y dividir, de los que en
lugar de sumar restan, de las fronteras y de los políticos de
cualquier signo.
Los que le conocimos sabemos de su elegancia, interior y exterior.
Me recordaba a esos hidalgos de adarga antigua, rocín flaco y galgo
corredor de los siglos XVII y XVIII, dispuestos a luchar contra
cualquier injusticia que se cruzase en su camino. Aunque su bolsa
estuviese vacía, le faltaba tiempo para acudir en ayuda de quién lo
necesitaba. Durante estos últimos diez años Miguel fue un gran
apoyo para mí, fue mi amigo, mi colaborador más querido y también
mi consejero. En los momentos de desesperación siempre tenía
palabras de comprensión y ánimo.
Miguel, aunque ya no estés aquí nos quedan tu obra y los buenos
momentos que tu ingenio nos regaló. Hasta la vista amigo. No te
olvidaremos.
Rogelio Manzano Rozas