Cruzar la puerta que cierra las murallas y pasear por sus calles sin coches es viajar a la Edad Media. Pedraza ha sido capaz de resurgir de sus cenizas y recuperar el esplendor de épocas pasadas. Su enorme plaza mayor es el corazón de la villa y reúne algunas de las joyas de la arquitectura popular medieval.
Pedraza se ha ganado la merecida fama de ser uno de los pueblos medievales más bonitos de España. Ubicado en la provincia de Segovia el origen de su nombre se remonta a los tiempos romanos. Los primeros datos históricos se remontan a don Fernando Gómez de Albornoz, señor de Pedraza, nombrado por el rey Enrique II de Castilla.
Pedraza se levantó en los tiempos de la repoblación cristiana
después de reconquistar estas tierras a los musulmanes. La mayoría
de los colonos venían del norte de la península y el grueso de los
nuevos pobladores venían de lo que hoy es Euskadi y Navarra.
El apogeo de la villa tuvo lugar en los siglos XVI y XVII, debido
a la ganadería ovina (principalmente ovejas merinas) y la
exportación de lana y tejidos manufacturados, capaces de competir
con los mejores elaborados en el norte de Europa. La mayor parte de
los palacetes y casas señoriales
pertenecen a esta época de esplendor. Pedraza contaba entonces con unos 5000 vecinos. La población se mantuvo estable hasta el siglo XVIII para comenzar, en siglos posteriores, un declive que a punto estuvo de dejar la villa despoblada. A principios del pasado siglo el pueblo estaba abandonado y en estado ruinoso: muchos labradores y ganaderos compraban las casas del casco histórico para derribarlas y usar las piedras y vigas como materia prima para levantar corrales y tinados en otros lugares. Gracias al boticario de aquella época don Pedro Abad, el pueblo no acabó desapareciendo desmontado piedra a piedra como sucedió con muchos otros bellos lugares de nuestra geografía. El lucrativo negocio de vender edificios como material de derribo estaba en pleno auge cuando el pintor Ignacio Zuloaga llegó a pueblo y compró a precio de saldo las ruinas del impresionante castillo y una iglesia próxima. El pintor, consciente del valor de los inmuebles restauró lo que pudo e instaló su taller de pintura en la torre del homenaje.
El panorama seguía siendo desolador cuando en los años treinta don
Miguel de Unamuno visitó Pedraza: «En una revuelta de la carretera
apareciósenos en el alto horizonte, como tarja en las nubes del
cielo otoñal de Castilla, Pedraza de la Sierra, coronada por su
Castillo castellano, no alcázar morisco. En él ha hecho labrar
Ignacio Zuloaga uno de sus reposaderos. Entramos en la villa (ya no
ciudad) por un portón de sus murallas arruinadas, entramos a la
soledad silenciosa y al silencio solitario de ese pedernoso aguilar
vacío que agoniza sin estertores».
Poco a poco la villa medio abandonada y en estado ruinoso se fue
conociendo entre las personas cultas e influyentes. Uno de estos
ilustrados fue el marqués de Lozoya, director general de Bellas
Artes que, gracias a su cargo e influencia, consiguió que en 1951
Pedraza fuese declarada «Conjunto Monumental».
En principio, este título no cambió la decadente inercia del
lugar. El panorama era desolador cuando Cela visitó el pueblo:
«Pedraza es un pueblo grande y medio vacío, un pueblo que se vació
sin más ni más, Dios sabrá por qué. A lo mejor Pedraza, andando el
tiempo, se queda yerma y seca, como yermo y seco está ya el
despoblado Meteroso, muerto en su término municipal. Pedraza es
pueblo de aire militar y derrotado, de digno y pobre ademán, de
altanera traza e inhóspita y misteriosa realidad».
El desarrollismo de los años sesenta hizo que una colonia de
artistas se asentara en el pueblo. Estas personas imprimieron al
lugar un aire exquisito y personal. En 1967 el caserón de la
inquisición fue incorporado a la red nacional de paradores como
Hostería. Sin duda este hecho, así como los primeros asadores,
contribuyeron a popularizar Pedraza. Con todo, la ruina era lo más
común en sus calles. En 1974 el poeta Dionisio Ridruejo describía
con estas palabras el estado de la villa: «Las ruinas abren mellas
en las calles. Muchas casonas nobles y las más de las casas
populares se ven abandonadas. La impresión de soledad llega a ser
impresionante».
Para bien o para mal los años ochenta trajeron consigo un cambio
para Pedraza. El refugio de artistas se fue convirtiendo poco a
poco en un destino para el turismo de masas. Este cambio de modelo
quizás haya restado romanticismo y misterio a las calles de la
villa, sin embargo, la prohibición de la entrada a la villa de los
vehículos hace que uno pueda disfrutar de la belleza, encanto y
solera de sus calles en todo su esplendor. Muchos ayuntamientos de
pueblos singulares deberían tomar nota de esta medida, pues los
coches no sólo contaminan con sus gases, también lo hacen
visualmente, además de generar otros problemas.
El gobierno de Castilla y León ha tomado como modelo de
crecimiento sostenible a Pedraza. La fórmula, basada en el
desarrollo de pequeños establecimientos enfocados al turismo
cultural o de actividades en plena naturaleza, ha ido sustituyendo
la tradicional actividad agrícola y ganadera.
En el año 1996 la fundación internacional Europa Nostra otorga a
Pedraza un diploma por «revitalizar la villa medieval amurallada,
mediante una respetuosa rehabilitación de sus viejos edificios,
muchas veces con la contribución de la iniciativa privada».
Pedraza acoge en su incomparable marco arquitectónico numerosas
actividades culturales. Cada verano se dan cita en la plaza mayor
los mejores dulzaineros de Castilla y León y Castilla-La Mancha.
Pero, sin duda, el evento que más público mueve es su famoso
concierto de las velas.
Desde hace veinticinco años las noches de los dos primeros sábados de julio se iluminan con 50.000 velas: la tenue luz crea un ambiente mágico y acogedor donde músicos de renombre como Narciso Yepes, Tete Montoliú, el Orfeón Donostiarra y grandes orquestas como la de RTVE interpretan bellas melodías. Al principio los conciertos se celebraban en el castillo, pero en los últimos años se han celebrado en la plaza debido a la gran afluencia de público. El problema es la masificación que sufren las calles esos días. Miles de personas acuden a este evento lo cual le resta encanto. Este ambiente cultural que se respira en cada rincón de la villa se debe a la profunda huella que dejaron los numerosos artistas que repoblaron el lugar a mediados del siglo pasado.
Las fiestas patronales son entre los días siete y doce de
septiembre. El día 8 se celebra la procesión de la virgen de las
Vegas mientras los vecinos y vecinas bailan jotas delante de la
virgen.
Uno de los espectáculos con mayor arraigo entre los vecinos es el
tradicional encierro de reses desde la dehesa de la villa hasta la
plaza mayor. Los mayorales a caballo dirigen a los toros y
cabestros con garrochas. Cuando la manada llega a la puerta de la
muralla los mozos corren delante de los animales hasta la plaza
mayor y por la tarde se celebra la tradicional corrida de toros en
este marco incomparable.