El caballero de Éon (Charles Geneviève Beaumont d'Éon, 1728-1810) fue un famoso espía Francés, cuya peripecia es, sin duda alguna, ciertamente curiosa. Reclutado como espía por el rey Luis XIV, fue destinado a Rusia, donde se presentó disfrazado de mujer. Pronto se abrió paso en la cosmopolita corte de Catalina II La grande, destacando tanto que la zarina le nombró lectora de la corte. Allí ejerció sus labores de espionaje a plena satisfacción, aunque, para no levantar sospechas, recibió orden de reincorporarse a París. Poco tiempo después, fue enviado de nuevo a San Petersburgo, donde de presentó esta vez como hermano de aquella lectora, sin que nadie se diera cuenta del engaño. Cumplida su misión, volvió a su país, donde obtuvo el empleo de capitán de dragones, tomando parte en la guerra de los Siete Años. Posteriormente fue enviado a Londres como ministro plenipotenciario, aunque cayó en desgracia ante Luis XIV, por lo que hubo de permanecer exiliado algunos años en la capital inglesa, hasta que fue rehabilitado por el nuevo rey Luis XV, permitiéndosele que regresara a Francia, siempre que lo hiciera en calidad de mujer. De nuevo en Versalles, el equívoco sobre su verdadera identidad -hombre o mujer- se mantuvo durante el resto de su vida. Cuando finalmente murió, a los 82 años, se pudo comprobar que se trataba, efectivamente, de un hombre.
El piloto del avión B-29 Enola Gay que dejó caer la bomba atómica de Hiroshima se llamaba Robert Lewis. Una leyenda suele contar que tiempo después de su acción, desolado y arrepentido, ingresó en un convento de monjes trapenses. Pero lo cierto es que Lewis, finalizada la contienda reingresó en su puesto de jefe se personal de una fábrica de confitería de Nueva Jersey, donde vivió con su esposa , sus tres hijos y su madre. Es más, no solo no renegó de su participación en tan trágico hecho, sino que incluso acudió a numerosas entrevistas y firmó muchos artículos periodísticos (todo ello bien remunerado) en los que no se cansó de rememorar su acción con todo lujo de detalles.
Entre las muchas mujeres barbudas, reales o falsas, que han dejado su huella en la historia, destaca el caso de la napolitana Magdalena Ventura, muy conocida por haber servido de modelo al pintor José Rivera El Españoleto en su obra Un milagro de la naturaleza. Esta mujer vio como a los 37 años, casada y con tres hijos, le crecieron barba y bigote muy poblados, lo que no le impidió, tras enviudar, volver a casarse y engendrar cuatro hijos más (el último de los cuales nació cuando Magdalena tenía 52 años).
Simón el Mago fue un sectario cristiano de origen judío, a quien se considera fundador del gnosticismo de raíz cristiana, que vivió en el siglo I y que aparece citado en Los Hechos de los Apóstoles. Era un experto mago y fue convertido al cristianismo por las predicaciones de San Felipe. Poco después, fascinado por los milagros de San Juan y San Pedro, pretendió comprarles el don de realizar prodigios. De este intento, violentamente rechazado por los apóstoles, procede la palabra simonía, referida a la compra o venta deliberada de cosas espirituales, especialmente sacramentos, prebendas y demás beneficios sacerdotales. La Iglesia considera la simonía como un sacrilegio. Según la leyenda, Simón el Mago murió en Roma, estrellado contra el suelo cuando pretendía caminar por los aires.
Para ejemplificar la extrema tacañería del multimillonario estadounidense Paul Getty se cuenta que hizo instalar en su casa un teléfono de monedas, tratando de limitar las facturas, para él excesivas, del consumo telefónico.