A veces, uno tiene la sensación de que ya
se ha hablado de todo lo que se puede hablar. Busco un tema
para escribir el editorial de turno y no encuentro un asunto que me
motive, quizás ya haya dicho todo lo que tenía que decir y hablar
más sea repetirme. Como decía Samuel Beckett «Cada palabra es una
mancha innecesaria en el silencio y la nada».
Siempre he valorado el poder del silencio, especialmente en estos
tiempos en los que cualquiera tiene la posibilidad expresar su
opinión. Generalmente, los que hablan mucho escuchan poco. Hay
personas que defienden la libertad de expresión para criticar, o
más bien atacar, a los que no piensan como ellos. Poco les importan
los argumentos de su interlocutor: si no coinciden con su discurso
se les ataca y desprecia.
Hace tiempo que no trato de convencer a nadie de nada, me agotan
las discusiones. Casi todos los años hago un retiro de meditación.
Durante diez días los alumnos se someten a un código de disciplina
muy duro: levantarse a las 4 de la mañana, permanecer sentados en
el suelo durante once horas, comidas vegetarianas muy livianas…,
pero, sin duda, la norma más dura para los alumnos es la de guardar
silencio. Es difícil callarse y mirar hacia nuestro interior,
descubrir nuestra esencia, evadirse de las distracciones y no caer
en la trampa de las palabras. El hombre se adentra en la multitud
por ahogar el clamor de su propio silencio.
Pensamos que son nuestras palabras las que nos definen, yo creo
que son nuestros actos. Muchas veces he visto a animalistas
acérrimos comprando en la carnicería. Ecologistas convencidos que
se mueven en un coche todoterreno. Políticos que hablan del bien
común y a los que lo único que les interesa es servirse del cargo.
Personas que se manifiestan a favor de la acogida de los refugiados
y son incapaces de ayudar al mendigo de la esquina. Antitaurinos
que defienden la vida del toro pero celebran la muerte de un torero
o desean lo peor a un niño con cáncer solo porque quiere ser
torero. Independentistas que exigen privilegios por encima de los
derechos de los demás. El rey que pide austeridad a sus subditos y
da ejemplo matando elefantes. El «No es no» de Sanchez y el plasma
de Rajoy. Sus actos los definen y sus palabras los condenan. Cuanta
hipocresía.
Para acabar me gustaría recordar una frase de mi admirado Manuel
Azaña que dice así: «Si los españoles habláramos sólo y
exclusivamente de lo que sabemos, se produciría un gran silencio
que nos permitiría pensar».
Rogelio Manzano Rozas