Vivir en un medio rural implica ser
dependiente del automóvil. Los que circulamos por las
carreteras de nuestra comarca conocemos sus peligros. Conducir me
supone un fastidio. El camino es una cadena de obstáculos hasta que
consigo llegar a mi destino y aparcar el coche. Me resigno al mal
estado de la calzada, lo profundo de sus cunetas, sus extrañas
curvas y lo temerario de algunos conductores. Los considero
obstáculos inevitables, pero llegar a un pueblo o urbanización
supone entrar en un terreno hostil.
Además de sufrir el mal estado de las calles de muchos núcleos
urbanos, llenas de baches y grietas, tenemos que soportar esas
barreras llamadas "Reductores de velocidad" los hay de dos tipos:
los más antiguos son una especie de escalón hecho con mucho
hormigón y poca cabeza. La mayoría de estos reductores incumplen la
normativa (ORDEN FOM/3053/2008 de 23 de septiembre) en cuanto a las
dimensiones del perfil longitudinal, lo cual es motivo de denuncia
contra el titular de la vía en cuestión. Los reductores más
modernos están hechos de plástico u otro material sintético y van
atornillados al suelo. No dudo de las buenas intenciones del
alcalde de turno para evitar que algunos irresponsables circulen
demasiado rápido por las calles y evitar así atropellos de
peatones, pero al final los sufrimos todos los conductores, todos
los días, a todas horas.
El uso de estos «Reductores de velocidad» se ha generalizado hasta
el punto que su uso no se limita a zonas residenciales y de
peatones como, por ejemplo, colegios o tramos peligrosos de
travesías. Es habitual encontrarse estos obstáculos en medio de una
empinada cuesta, en la subida y en la bajada, en una carretera, en
calles desiertas… Se me ocurren mil cosas más provechosas en las
que invertir el presupuesto municipal.
Estos bien intencionados obstáculos generan más problemas que
beneficios. Muchos de los que circulan rápido no reducen su
velocidad al llegar a ellos, ya que si el coche es grande apenas se
notan y, sin embargo, los turismos pequeños aunque vayan despacio
sufren un gran impacto que acaba destrozando la suspensión. Además,
incrementan la contaminación acústica para los residentes en calles
adyacentes. Ocasionalmente sus dimensiones desproporcionadas pueden
también dañar los bajos del coche. Su instalación suele ser
arbitraria: el badén puede abarcar los dos sentidos de la
circulación (toda la anchura de la vía), siendo innecesario en uno
de ellos. Generan mayor congestión en carreteras muy concurridas en
las horas punta. Aumentan el consumo de combustible. Suponen un
gran trastorno para los vehículos de emergencias como bomberos y
ambulancias... Señores alcaldes, usen el sentido común y dejen de
gastar el dinero en levantar barreras para reducir la velocidad…
con no arreglar los baches es suficiente.
Rogelio Manzano Rozas