Este minúsculo pueblo ha estado varias veces a punto de desaparecer debido a las malas comunicaciones y a la nula inversión en infraestructuras por parte de la administración. En invierno está prácticamente deshabitado, aunque en verano su población alcanza las 40 personas, que buscan refugio en sus angostas calles y bellos parajes a las altas temperaturas estivales.
En Solana sentimos una especial predilección por los lugares poco poblados e inaccesibles. Muchos son los pueblos de Guadalajara a los que, para llegar, hay que perderse. No es este el caso de Huertapelayo, el cual no queda de paso a ningún sitio y debido a su pequeño tamaño, escasos vecinos y agreste ubicación parece que a la administración le cuesta invertir en un acceso digno.
Huertapelayo siempre fue un pueblo con comunicaciones deficientes.
Hasta mediados del siglo XX se tardaba un día entero en llegar
desde la capital de la provincia: Había que ir hasta Trillo y
luego a Villanueva de Alcorón y desde allí a Zaorejas, donde había
que dejar el coche y coger las mulas hasta la pequeña aldea.
No fue hasta mediados del pasado siglo cuando se hizo una
carretera. Debido a lo abrupto del terreno los propios vecinos, sin
ningún tipo de ayuda por parte de las instituciones, tuvieron que
horadar la
montaña a base de dinamita y pico y pala. Tras mucho trabajo se consiguió abrir un túnel, por el que hoy pasa la carretera que comunica a los pelayos, como se conoce a los oriundos del lugar, con el mundo.
Muchos pelayos se vieron obligados a emigrar debido a las duras
condiciones de vida y al aislamiento; sus destinos en España fueron
Guadalajara, Madrid y Barcelona. La mayoría se dedicaron a ir por
el mundo vendiendo resinas, miera, aguarrás, pez, maderas y
destilados. Tras la primera guerra mundial, la mayoría se fueron a
los Estados Unidos, para servir como ganaderos, guardabosques,
tenderos... Se cuenta que, en los años veinte, llegaron a reunirse
a pasar la Nochebuena juntos 68 pelayos y pelayas presididos por el
alcalde, que especialmente viajó a América para esa ocasión. Fue
tan nombrada la reunión en Nueva York que después los maestros
Antonio Álvarez Alonso y Penella compusieron un pasodoble que haría
popular Conchita Piquer.
La aldea reposa en un profundo valle, rodeada de escarpados cerros
en los que anidan los buitres leonados. El casco urbano se
encuentra dividido en dos por el arroyo de la Vega. Varios puentes
comunican las dos orillas en las que crece una frondosa vegetación.
Debido a lo angosto de su ubicación Huertapelayo es un lugar muy
fresco en verano y muy frío en invierno ya que los rayos del sol
apenas se asoman entre los altos cerros.
Paseando por sus angostas calles se comprueba que la mayoría de
las casas se han rehabilitado recientemente. Aun así el conjunto
resulta armonioso y, a pesar de las fachadas enfoscadas con
cemento, todavía se conserva el encanto de antaño. El edificio más
notable es su iglesia parroquial situada en la plaza del pueblo.
Una de sus paredes hace las funciones de frontón. El interior del
templo es barroco. Sorprende que todavía conserve su bello retablo
de estilo plateresco ya que todas las iglesias de la comarca
sufrieron un expolio generalizado durante la Guerra Civil de 1936 y
todas las imágenes y retablos fueron pasto de las llamas. También
el hermoso retablo mayor de Huertapelayo, presidido por San
Antonio, y con Santa María Magdalena en segundo plano, fue arrojado
al fuego, pero no ardió. Durante muchos años permaneció ahumado y
algo chamuscado. Gracias a las donaciones de una familia vinculada
a Huertapelayo ha sido posible su restauración que ha supuesto un
coste de 21.000 euros. El retablo es de 1747, se construyó en
talleres retablistas de Cuenca y es un bello ejemplo de estilo
barroco que ocupa todo el frontis del presbiterio. Consta de tres
elementos: el basamento, un gran cuerpo central y un tercer bloque
que sirve de coronación. El cuerpo central posee cuatro grandes
columnas que aportan un cierto carácter unitario a la obra.
El basamento o pedestal se levanta sobre el zócalo, que es de
albañilería para evitar que la humedad del suelo afecte a la
madera. El pedestal se compone de cuatro macizos o repisas, sobre
los que se levantan las columnas, y tres vanos siendo el central
más amplio para albergar el relicario o el sagrario. Las cuatro
columnas del cuerpo principal dividen la obra en tres secciones,
con una hornacina en la central y dos repisas laterales de marcos
decorados que albergan imágenes religiosas. Por último, la
coronación o remate, de forma circular, posee, enmarcada por dos
estípites, una caja o marco para la imagen del Crucificado y
muestra en su parte más alta la representación de un corazón
traspasado por dos clavos. La ornamentación del conjunto es
esplendorosa destacando por su gran variedad de formas barrocas y
dorados de gran calidad.
Huertapelayo respira tranquilidad y bien merece una visita, pero,
sin duda, su mayor atractivo reside en su entorno lleno de parajes
escondidos entre vertiginosos cortados y tupidos bosques de pinos,
sabinas y robles. La mejor forma de descubrir los encantos y
rincones de este vasto territorio es caminando. No es fácil
adentrarse en el laberinto de valles, gargantas y riscos sin un
buen mapa o la compañía de algún vecino. Según el censo de 2010 el
pueblo contaba con diez habitantes, hoy seguro que serán menos.
Uno de los parajes con más encanto de Huertapelayo es el puente de
Tagüenza, uno de los más espectaculares de la provincia. Siempre
fue muy utilizado porque ponía en comunicación a las gentes del
Señorío de Molina con las de la serranía del Ducado. Es una
construcción sólida, pero que parece levitar sobre la garganta
horadada por el Tajo. Sus extremos se asientan sobre unas altas y
verticales rocas, teniendo por cimientos a la misma piedra, que el
agua ha excavado a lo largo de miles de años. El puente se
encuentra en este lugar desde hace muchos siglos. Al principio fue
de madera, todavía se pueden ver tallados en las rocas de las
orillas los agujeros donde reposaban los pilares de madera que lo
sustentaban, y luego de piedra, hasta que fue volado durante la
Guerra Civil de 1936-39. La Diputación, presidida a la sazón por
Manuel Rivas Guadilla, no dudó en reconstruirlo tras la guerra tal
como hoy lo vemos.
Para aquellos que quieran conocer mejor Huertapelayo existe un
libro escrito por Marta Embid Ruiz, descendiente del pueblo. Con
una estructura simple y clara, este libro nos transmite las
esencias de un pequeño pueblo serrano. La geografía nos habla de
sus montes, altitudes, clima, flora y fauna. De la prehistoria, de
sus primeros moradores, celtíberos por supuesto, y de sus huellas
más o menos visibles.