Hace una semana enterré a Sila, mi
compañera durante 13 años. Llegó a mi con apenas un mes de
vida, cabía en la palma de la mano, tenía las orejitas puntiagudas
como un gato, su pelo era ralo, era feúcha y no tenía ni idea de
qué tipo de perro podría llegar a ser. Pasó el tiempo e, igual que
el patito feo, Sila se transformó en un animal espectacular: fue
bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad.
Tuvo todas las virtudes de los humanos y ninguno de sus
defectos.
Después de haber compartido toda una vida no me acostumbro a su
ausencia. Cuando el viento golpea la puerta pienso que es ella y,
automáticamente, me levanto a abrir, escucho su respiración
mientras trabajo y todos los días espero a que, como de costumbre,
venga a darme los buenos días a la cama; ya nadie me recibe con esa
alegría cuando llego a casa. Los que amamos a nuestras mascotas
sentimos que son un miembro más de la familia.
Mi vida se podría contar por los perros o, mejor dicho, las
perras, que me han acompañado a lo largo de los años. Chispa, Lira,
Saba, Laika y Sila. Especialmente con Sila he sufrido muchas veces
la marginación, la crítica, las amenazas y la calumnia por llevarla
sin correa, por entrar a algún local o, simplemente, por caminar
por la calle. A todos los amargados que me han criticado me
gustaría decirles que siento pena por ellos, pues jamás sabrán lo
que es el amor incondicional y acabarán sus días abandonados
como... sí, como un perro.
Los perros son una fuente inagotable de conocimiento: podemos
aprender mucho sobre nosotros mismos observándoles, pues en ellos
está la esencia de lo que somos. Desde que llegan a nuestra vida
nos enseñan a ser pacientes, a perdonar, a amar incondicionalmente,
a ser responsables… Durante sus breves existencias nos muestran
todas las etapas de la vida y provocan una reflexión sobre el paso
del tiempo y sus efectos: la juventud, la madurez y la decadencia.
Con ellos he aprendido que llega un momento en el que, aunque el
ánimo sigue intacto, el cuerpo ya no responde.
Seguro que hay gente que no entiende que la pérdida de una mascota
sea un asunto trascendente, pero Sila era el único ser que sabía
realmente quien soy y me hizo mejor persona. Si existe el cielo
seguro que está lleno de perros, no lo concibo de otra manera, pues
son los seres más maravillosos del mundo.
Rogelio Manzano Rozas