Con apenas 70 habitantes este pueblo reúne numerosos tesoros del pasado en su término municipal: fósiles, tumbas visigodas, un poblado íbero, etc. Pero, sin duda, su mayor singularidad fue la producción de vidrio desde el siglo XVI hasta bien entrado el siglo XIX.
Merece la pena bajarse del coche y echar un vistazo desde el miradorde la carretera CM-2108. A lo lejos el caserío de El Recuenco, con sus casas blancas y sus tejados rojos, parece un postre de nata y fresa en el fondo de un plato hondo de ensalada. Situado en una profunda depresión de 982 metros de altitud y 5 kilómetros de largo y rodeado de altos cerros de escarpadas rocas quemadas por el sol y profundos valles donde apenas llega la luz. Estos barrancos recogen el agua de lluvia y la vierten al río Guadiela. Los vecinos tienen un gran respeto a las tormentas, conscientes de las inundaciones y riadas que, en un momento, pueden anegar el pueblo y arrastrar todo lo que encuentren a su paso. Un año se juntaron las aguas que bajaban por el barranco del Hocino y las del barranco de la carretera, que
recoge las de otros tres barrancos, causando una gran riada que se llevó la mies de las eras, los trillos, las máquinas de aventar, etc. Para tratar de evitar estas riadas se hizo un canal para conducir las aguas y que pudiera servir de escape. Hoy este canal se encuentra completamente abandonado y se usa como camino.
Su término municipal abarca una meseta con una altitud media de
1200 metros donde crecen pinos y encinas. También las sabinas, los
enebros y las matas de romero hunden sus raíces en la roca desnuda.
Este pueblo es como una cuña de la provincia de Guadalajara que se
adentra en la vecina provincia de Cuenca, a la que perteneció en
algún momento de la historia. El Recuenco no solo es un pueblo
fronterizo, también es un pueblo de contrastes; aquí acaba la
Alcarria y comienza la Sierra. Sus paisajes son totalmente
distintos al Norte y Oeste respecto a lo escarpado del Sur y Oeste
junto al límite provincial de Cuenca.
La fértil vega está dividida en numerosos minifundios, muchas de
cuyas parcelas cuentan con un pequeño pozo para el regadío. Antes
se vivía de la ganadería y de la vega, que estaba sembrada de
judías, patatas, forrajes, etc. En los años setenta del siglo
pasado prácticamente todo el valle se sembró de mimbre, del cual
hoy ya no queda nada debido a que los resultados de su cultivo no
fueron los esperados.
En el término municipal se pueden encontrar numerosos restos del
pasado: fósiles de vertebrados de la época del pleistoceno y
restos de un bosque de troncos de madera petrificada en el paraje
conocido como La Virgen. También hay un buen número de tumbas,
posiblemente visigodas, de los siglos III-IV d. C. y un poblado
íbero conocido como el Poblado de Santa Cruz. Más modernas son las
ruinas de numerosas parideras y covachas para el ganado abandonadas
a mediados del siglo pasado.
El casco urbano es una heterogénea mezcla de lo nuevo y lo viejo.
En pocos lugares se pueden encontrar ejemplos tan chocantes de
construcciones y añadidos a veces con un resultado dispar. Bellas
casas centenarias de piedra conviven con casas de nueva factura y a
veces se encuentran bellas fachadas a las que se les ha hecho una
ampliación con muy poco gusto y menos esmero, mermando el encanto
de las casas.
El edificio más representativo es la iglesia parroquial dedicada a
la Asunción de la Virgen. Construida en el siglo XVIII con muros de
mampostería y sillar en las esquinas, apenas cabe destacar su
entrada barroca. Las naves laterales se encuentran cerradas. Las
bóvedas son de cañón con arcos intermedios. Todo el interior está
enfoscado y con resaltes de yeso. El crucero es amplio y lo cubre
una cúpula hemisférica.
Como muchos pueblos de España, El Recuenco sufrió la emigración de
su población a lo largo de los años 60 y 70. Básicamente los
vecinos se desplazaron a Madrid y sus alrededores: sus habitantes
se vieron obligados a reciclarse de la agricultura y ganadería a la
industria y sector terciario.
El efecto llamada de los primeros en emigrar llevó a la mayoría de
los vecinos de este pueblo a los municipios y barrios de la zona
este de Madrid: Vicálvaro, San Blas, Alcalá de Henares, Moratalaz,
Canillejas, etc., y a otros muchos a la misma ciudad de
Guadalajara. Prácticamente entre estos seis lugares, aglutinan más
del 70 % de la población emigrante de El Recuenco.
La historia de este pueblo tiene una particularidad y es que fue
un importante centro de producción de vidrio. Existen documentos
del siglo XVI que hablan de la fabricación de numerosas piezas en
los hornos de la localidad. Durante el Renacimiento hay constancia
de cinco vidrieros, cada uno con su propio horno. De aquí salió la
partida de vidrio más importante destinada a las ventanas del
monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
El más importante de los maestros vidrieros que en siglo XVI
trabajaron en El Recuenco, fue el veneciano Guillermo Carrara, cuya
presencia se prolongó desde 1582 a 1585. Sirvió para la iglesia y
otras dependencias de El Escorial un total de 4.848 placas de
vidrio. En 1587 contrató la producción del material de la
farmacia del monasterio, encargándose de hacer 500 alambiques
de vidrio para la destilación de la botica.
Durante el siglo XVII de los hornos de El Recuenco salieron
grandes cantidades de vidrio, que se vendieron por toda Castilla,
en competencia abierta con las manufacturas de Cadalso. En los
comienzos del siglo XVIII, el rey Felipe V, sabedor de la calidad
del cristal de El Recuenco, ordenó que se fabricasen allí las
jarras para el vino y los albarellos y alambiques de su real
farmacia. Toda la Corte se apresuró a adquirir vasos, jarras y
platos para confituras, por lo que, hacia mediados del XVIII, la
industria cristalera de El Recuenco alcanzó su máximo esplendor,
para entrar después en una clara decadencia hasta que, hace cien
años, cerró el último de sus hornos. Los arrieros del lugar
llevaban a vender en serones con sus caballerías las piezas de
cristal que en el pueblo se manufacturaban hasta los límites de las
dos Castillas.
De entre todos los acontecimientos de su pasado, la industria del
vidrio es la que más ha marcado al pueblo. El día 15 de agosto del
2001, por iniciativa de María José Sánchez Moreno, hija del pueblo,
se colocó junto a la iglesia, en el centro de un pequeño jardín, un
sencillo monumento en memoria de aquella industria y de los hombres
que trabajaron en ella.