Creo que ideologías del siglo
pasado, como el comunismo, fracasaron, no por errar en su
análisis, sino por no tener en cuenta la naturaleza humana. La
codicia, la intolerancia, la deslealtad y la irresponsabilidad. No
me gusta la idea de englobar a individuos, que nada tienen que ver
en cuanto a sus intereses vitales, en pueblos o naciones. Esto no
es más que un reduccionismo interesado que sirve a los intereses de
unas élites políticas sin escrúpulos, que solo buscan defender sus
propios intereses de clase a costa de pisar a las minorías. Tengo
una amiga china y les aseguro que tengo más cosas en común con ella
que con mi vecina.
Hoy parece que la gente, fruto de una labor de años de
adoctrinamiento por parte de una oligarquía paleta y mezquina, se
ha olvidado de la lucha de clases y ha abrazado un nacionalismo que
culpa a sus vecinos de todos sus supuestos males.
El político socialista Pablo Castellano hace un análisis que
comparto: «Vasco o catalán, hay unos que entran en la fábrica por
la puerta de atrás vestidos de mono y viven en unos barrios
marginales, y hay otros que entran en la fábrica por la puerta de
delante bajándose del Cadillac. Yo estoy bastante más cerca,
evidentemente, del obrero vasco, o del obrero catalán o del
trabajador campesino de Soria que de la oligarquía vasca y
catalana, a la que se le llena la boca de nacionalismo, y fue la
primera colaboracionista con el régimen de Franco, cosa que la
gente está olvidando».
Vivimos en un mundo global que se va a la mierda y que necesita
una respuesta global. El cambio climático no entiende de fronteras,
tampoco los huracanes, ni la pertinaz sequía, tampoco las lluvias
torrenciales y los terribles incendios que arrasan los cada vez más
escasos bosques. Esto no va sobre olas de calor, va sobre el
hambre, va sobre los millones de personas que se agolpan en las
fronteras del llamado primer mundo buscando una vida mejor que no
somos capaces de ofrecerles. Va sobre el exterminio de millones de
especies de animales e insectos victimas de nuestro
antropocentrismo. Va sobre un crecimiento insostenible que nos
arrastra al colapso. No es una cuestión de defender unos
privilegios nacionales ni de crear más fronteras, es una cuestión
de supervivencia de la humanidad entera.
La idea de identidad o nación me produce claustrofobia. He
recorrido medio mundo y he comprobado que la mayoría de las
personas solo desean vivir en paz, tener un trabajo digno, cuidar
de sus seres queridos y cubrir sus necesidades vitales. Las
naciones, las banderas y los himnos solo son un invento de los
poderosos para dividirnos, para hacernos más débiles y así
manipularnos mejor.
Como decía Karl Marx: «El nacionalismo es un invento de la
burguesía para dividir al proletariado». Seguro que algún cachorro
de la nueva izquierda le llama facha.
Rogelio Manzano Rozas