La naturaleza humana no ha evolucionado a
la par que la ciencia y la tecnología. La técnica avanza
rápidamente y la ciencia ficción de hace 20 años ya es historia.
Sin embargo, la psicología humana apenas ha cambiado nada en
100.000 años. Seguimos siendo los mismos egoístas miserables e
infelices que los griegos del siglo V antes de nuestra era, igual
que los romanos que conquistaron Europa imponiendo su ley a sangre
y fuego, igual que los conquistadores españoles que sometieron a un
continente con la cruz y la espada, igual que los nazis que se
creyeron superiores y legitimaron el holocausto de más de 11
millones de judíos. Hoy miramos con horror la violencia y los
abusos que se han cometido a lo largo de la historia, pero no somos
mejores que nuestros antepasados, solo necesitamos una oportunidad
para demostrarlo.
Sorprende leer a los filósofos de la antigua Grecia y comprobar que
ya se hacían las mismas preguntas que nos hacemos hoy, que eran
igual de infelices que lo somos nosotros. Las cadenas que nos hacen
esclavos son las costumbres y las tradiciones mal entendidas con
las que justificamos nuestros miserables actos. Frente a la miseria
humana siempre han existido sabios que han tratado de ofrecer
respuestas a las eternas preguntas, personas que han querido
iluminar las tinieblas que nos rodean.
En el siglo IV a. C. vivió en Grecia Diógenes, un sabio por el cual
siento una especial admiración por su coherencia. Diógenes decía
que la costumbre era la falsa moneda de la moralidad. En vez de
cuestionarse qué estaba mal realmente, la gente se preocupaba
únicamente por lo que convencionalmente estaba mal. Eligió la
austeridad más extrema como modo de vida, con ello pretendía poner
en evidencia lo que él percibía como locura, fingimiento, vanidad,
ascenso social, autoengaño y artificiosidad de la conducta humana.
Solía caminar por las calles de Atenas con un farol tratando de
encontrar un hombre honrado. No encontró ninguno.
Cuando camino por la calle solo veo vanidad, ignorancia, egoísmo…
Sin duda son personas y tiempos distintos a los que conoció el
filósofo, pero siguen reproduciendo los mismos hábitos que hace
2500 años. Cada generación está condenada a repetir los mismos
errores, a tropezar una y otra vez consigo misma y, aun así, no
aprendemos nada. Las personas honradas hoy siguen siendo tan
escasas como entonces.
Soy un ingenuo, lo reconozco. A lo largo de mi vida son muchos los
que han traicionado mi confianza. La mayoría de los que he conocido
se venden como solidarios, sensibles e incluso se consideran buenas
personas, pero en cuanto rascas un poco, la inmundicia de su
verdadera naturaleza te salta a la cara. Ya no me hago preguntas,
pues a fuerza de decepciones he aprendido las respuestas.
Rogelio Manzano Rozas