El diccionario de la RAE define minusválido como: "Dicho de una persona: Incapacitada, por lesión congénita o adquirida, para ciertos trabajos, movimientos, deportes, etc".
El pasado mes de septiembre se celebraron los Juegos Paralímpicos
de Londres. Este acontecimiento apenas tuvo seguimiento desde los
medios de comunicación, acaso una breve reseña en el telediario y,
poco más. Nadadores sin extremidades, que nadan mucho mejor que la
mayoría de nosotros; corredores sin piernas, que nos dejarían atrás
en cualquier carrera; futbolistas ciegos, jugadores de baloncesto
en silla de ruedas… ¿acaso estos atletas no son más admirables que
la mayoría de las estrellas que acaparan la sección deportiva en
los medios de comunicación? Sin embargo, nadie les presta
atención.
La sociedad oculta y margina a quienes no se ajustan al patrón de
belleza. Las estadísticas dicen que los guapos tienen hasta cuatro
veces más posibilidades de encontrar trabajo que el resto de los
aspirantes, y también se les paga mejor.
Los minusválidos han de sobrevivir en un mundo hostil donde el
mero hecho de salir a la calle supone una carrera de obstáculos.
Cualquier actividad es un problema que estas personas convierten en
un reto.
Nadie es perfecto y todos nos hemos sentido inútiles o incapaces
en alguna ocasión. Nuestros defectos y limitaciones potencian el
resto de las habilidades y no deberían ser nuestro lastre, sino la
seña de identidad que nos hace diferentes, pero no inferiores.
Muchos de los grandes genios de la humanidad fueron, en su tiempo,
considerados retrasados mentales y seguramente muchos otros que
podrían haber aportado grandes beneficios a la humanidad acabaron
en un manicomio o marginados por una sociedad mediocre,
desaprovechando su talento en una fábrica de tornillos.
En estos tiempos muchos nos sentimos vulnerables y desvalidos
frente a los problemas cotidianos, incapacitados y ninguneados por
cretinos que se creen mejores que los demás. Sin tener ninguna
minusvalía física nos sentimos torpes y pesados. Tenemos piernas
pero no avanzamos, tenemos brazos pero no luchamos, tenemos ojos
pero no vemos…
Hace unos días visitó Madrid un grupo de músicos parapléjicos
congoleños. Un periodista preguntó a uno de ellos como había
superado las limitaciones de su discapacidad, el músico desde su
silla de ruedas le respondió: "Yo no soy discapacitado, la
discapacidad está en la cabeza".
Rogelio Manzano Rozas