En el ámbito de la creciente agricultura ecológica cada vez más personas optan por el empleo de caballos, mulas o burros para la labranza y otras tareas agrícolas.
Habrá quien piense que es un
contrasentido calificar a la tracción animal como moderna.
En este país tan sofisticado y tan enriquecido asociamos
inconscientemente el empleo de animales de tiro con un pasado que
juzgamos definitivamente superado, pero lo cierto es que
actualmente en el mundo hay 400 millones de campesinos que labran y
laborean la tierra con la ayuda de caballos, burros, bueyes, mulos…
y «solo» 100 millones que lo hacen con tractores. Además, los
animales siguen transportando muchos millones de personas y
mercancías en todos los continentes, no solo en los países
empobrecidos del Sur -de los que nos creemos tan lejos-, sino
también en países ricos que envidiamos como Estados Unidos,
Alemania o Francia donde el indiscutible dominio del tractor no
supuso abandonar y olvidar del todo la tracción animal. Por poner
algunos ejemplos: en Francia más de 100 ayuntamientos realizan la
recogida de basura de sus cascos urbanos con carro y caballos; en
Alemania, además de seguir utilizando carruajes, la tracción animal
se emplea cada vez más en la agricultura ecológica y biodinámica;
en los Estados Unidos sigue viva toda una cultura agraria que gira
en torno al uso del caballo, especialmente sorprendente es la
comunidad amish que vive desde el siglo XIX sin recurrir ni a la
electricidad ni al motor de explosión y que ha desarrollado tanto
el transporte como la producción agraria y multitud de otros
ingenios en torno al uso de equinos.
Incluso aquí, en este atribulado país nuestro, hay signos de que
puede que la tracción animal vuelva a ser una realidad presente y
futura. En el ámbito de la creciente agricultura ecológica cada vez
más personas optan por el empleo de caballos, mulas o burros para
la labranza y otras tareas agrícolas. Las ventajas de la tracción
animal sobre el tractor son muchas: menos compactación de la
tierra; más precisión en las labores; menos contaminación y, por
ello, menos emisiones de CO2 y menor consumo de recursos
fósiles -cada vez más caros y lejanos-; menos dependencia del
agricultor de flujos financieros y tecnológicos multinacionales;
además, las bestias, al contrario que los tractores, se reproducen,
se alimentan de recursos cercanos y tienen precios, gastos y
mantenimiento muy inferiores… Por todo ello hoy las caballerías se
emplean ya para trabajos madereros en terrenos de alta pendiente y
suelos de especial fragilidad donde la maquinaria pesada provocaría
enormes destrozos; en la labranza de viñas viejas cuyo marco de
plantación, anterior al tractor, impide la entrada de estos; o en
viñas ecológicas que, después de comprobar la compactación
provocada por el tractor, han decidido volver a la labranza con
bestias, en terrenos aterrazados con olivar, en horticultura
intensiva (en Valencia, en Albacete…) y, especialmente, se está
empezando a emplear cada vez más en los nuevos proyectos
agroecológicos que tratan de integrar a los animales en sistemas
agrosilvopastorales de gran productividad, eficiencia y diversidad.
Se argumentará en contra de la tracción animal que los tractores y
demás maquinaria agrícola ahorran mucho trabajo y son mucho más
potentes y productivos que las caballerías y, a groso modo, es
verdad, pero es que se comparan cosas distintas. Un buen caballo de
tiro de en torno a 800 kilogramos de peso tiene una potencia de
alrededor de 4 caballos de vapor, y eso hay que tenerlo en cuenta a
la hora de comparar la capacidad de trabajo de un tractor de 70
caballos de vapor con la de un caballo percherón, porque, en
términos puramente físicos de tracción, el caballo tiene una
eficiencia del 20 por ciento y el tractor del 7, o sea que a
igualdad de peso el caballo tira más. Eso sí: carece de toma de
fuerza o hidráulico. Por eso en Francia muchas explotaciones
emplean el tractor en las labores que requieren del hidráulico y
los animales para las tareas de tracción ahorrando así costes
energéticos.
Vuelve la tracción animal, pero vuelve modernizada: por un lado
con aperos más eficientes, más ligeros, más ergonómicos que
facilitan el trabajo a labradores y animales y, por otro lado, con
un manejo distinto de los animales, dejando de lado la garrota y
los malos tratos, desarrollando formas de doma y trato más
sensible, más cariñoso y pedagógico, disfrutando de la relación de
mutua ayuda que se establece entre animales y humanos. Por
desgracia, para el resurgir de la tracción animal en nuestro país,
hay también grandes obstáculos derivados del olvido en que dejamos
lo rural ante los cantos de sirena de la modernización y
urbanización: en los últimos 50 años hemos perdido los aperos,
herramientas y oficios relacionados, hemos perdido el saber y la
cultura del manejo de las bestias, hemos perdido hasta el
patrimonio genético y la diversidad de animales… pero aún así
podemos afirmar que de cara a un siglo XXI en que habrá que
cultivar cada vez más alimentos con cada vez menos petróleo y, por
lo tanto, progresivamente más caro, es lógico pensar que, a no ser
que alguien encuentre una alternativa al gasoil para mover
tractores, tendremos que recurrir de nuevo a la ayuda de los
animales para labrar los campos, para transportar mercancías y
gentes, para mover molinos, ingenios… Y este retorno de la tracción
animal no solo es que sea lógico e inevitable, es que además es
deseable.
Fernando Llorente Arrebola: Gestor Ambiental