La crueldad hacia los animales es un hábito profundamente arraigado en nuestro país, donde muchas veces se trata de justificar el sufrimiento alegando razones culturales.
Una buena manera de juzgar la catadura moral de una persona, un pueblo o un país es valorar el trato que da a sus animales. Si esto es verdad, ¿qué podemos pensar de un país cuya fiesta nacional más ancestral consiste en torturar y sacrificar toros?, un país en cuyas celebraciones locales el personal se divierte alanceando toros, poniéndoles fuego en los cuernos y acosándolos por los campos hasta la muerte; o arrojando cabras, pavos u ocas desde los campanarios; u hostigando equinos. Y qué decir de la costumbre invernal de achicharrar a tiros la poca fauna salvaje que nos va quedando, y no para comer como en el pasado sino como "deporte". Un deporte, este de la caza, que además de envenenar tierras y aguas con plomo, a veces usa también otras malas artes: ojeos, ligas, lazos, reclamos, cepos, vallados, venenos ilegales, etc. No en vano la imagen del rey posando delante de un elefante vilmente abatido con cargo al erario público es toda una metáfora de nuestro tiempo y de la dichosa "marca España". Para rematar la jugada (nunca mejor dicho) ciertos cazadores son también responsables del abandono de perros poco hábiles... Pero de esa vergüenza no son los únicos culpables algunos cazadores, a esta costumbre nacional se unen muchos pacíficos ciudadanos que se enternecen ante la inocencia y belleza de los cachorros pero luego, ya crecidos, los abandonan cruelmente para que sean atropellados (en el mejor de los casos), acaben sus días en un centro de acogida o sean sacrificados.
Pero
como en este país "o calvo o tres pelucas", esta insensibilidad con
las mascotas de una parte de la población tiene su contraste en la
gente que cae en un exceso de sentimentalismo y se gasta en la
peluquería de su perro más de lo que necesitaría una familia de
Mali para vivir dignamente, o en esos otros que deciden que
animales que nunca fueron domésticos, ni lo serán, como reptiles,
arácnidos, anfibios, etc., van a ser mucho más felices en el
terrario de su salón que en el biotopo del que fueron robados.
Además, tenemos los zoológicos, algunos mejores que otros,
demasiados vergonzantes y todos injustificables en un mundo en el
que existe suficiente tecnología para ver casi cualquier animal en
casi cualquier momento o lugar. En estas tristes cárceles agonizan
miles de hermosos y exóticos animales que provienen del oscuro y
criminal negocio global del tráfico de especies animales
protegidas, que los zoológicos alimentan y financian. Por desgracia
todavía quedan circos en los que se humillan y explotan animales de
los más bellos del planeta: tigres, osos, delfines, elefantes,
leones... para diversión, pero no educación, de niños y
mayores.
Pero hay algo que dice mucho a favor de este país: tanto los toros
como la caza, los zoos y los circos con animales, y también las
modas de las pieles y las mascotas exóticas son costumbres en
retroceso y solo es cuestión de tiempo que desaparezcan o sean
progresivamente prohibidas. La mayoría de la población ni caza, ni
tortura animales ni disfruta viéndolo, ni viste pieles, ni abandona
galgos... e incluso mucha gente hace lo contrario: defiende a los
animales, los respeta y denuncia los maltratos. Podríamos decir
entonces que la calidad moral de este país "progresa adecuadamente"
si no fuera porque la mayor parte del sufrimiento animal en
España y en toda Europa no está en la caza, ni en las pieles, ni en
los toros sino en la ganadería industrial e intensiva que nos
alimenta a casi todos y con la que, por tanto, casi todos
colaboramos. Las condiciones de vida de las vacas, cerdos,
gallinas, etc. que nos alimentan son, en la mayoría de los casos,
intolerables. El internamiento permanente en establos saturados
impone a los animales un régimen de vida desnaturalizado y atroz de
superexplotación. Como en Guantánamo, no hay derechos para los
animales ahí dentro, solo hay cálculos de rentabilidad: los
animales se convierten en factores de producción, su alimentación
deviene un gasto, su vida un período de amortización...
Semejante régimen de esclavitud, hacinamiento y trabajo forzado
conlleva gran proliferación de enfermedades que se combaten
empleando el arsenal de antibióticos, corticoides, hormonas,
anabolizantes y otras sustancias, legales o ilegales, con las que
trafican y se lucran las farmacéuticas y que acaban ingresando en
nuestra dieta. Pero lo peor es cómo se alimentan los ganados con
que nos alimentamos: soja y maíz transgénicos cultivados en
Sudamérica, harinas de pescado, o incluso de carne, purines de
gallina y otras sustancias inimaginables... con el solo objetivo de
engordarlos más con menos gasto. La ganadería industrial e
intensiva está jugando peligrosamente con la salud pública y nos ha
metido masivamente los transgénicos en la dieta, contribuye a la
erosión de la cultura rural y al despoblamiento del campo tanto en
Sudamérica como aquí, y constituye una auténtica aberración ética,
un crimen de "lesa animalidad", una vergüenza colectiva contra la
que la ciudadanía tiene un único pero poderoso remediodejar de
consumir productos derivados de animales maltratados y optar por
los procedentes de ganadería extensiva, familiar, ecológica o de
cercanía.
Fernando Llorente Arrebola: Gestor Ambiental