Loco para unos, genio para otros, marginado en su pueblo y admirado en el mundo, Justo es un espíritu libre, un anarquista místico que a nadie deja indiferente.
Dicen que la fe mueve montañas, con ella Justo levanta una catedral. Este hombre enjuto, de ojos pequeños y penetrantes y tocado con un gorro rojo de lana lleva más de 50 años levantando prácticamente solo una catedral. Él mismo se define como un exagerao, todo lo lleva al límite. Dice que su fuerza viene del cielo, de lo más alto. Así debe de ser porque un cuerpo tan ajado no puede irradiar tanta energía. A Justo no se le va la fuerza por la boca, piensa que la mejor manera de decir es hacer. Tan cansado estaba de contar su historia a cada uno de los curiosos que se acercan hasta su catedral que redactó un texto que comienza así: «Debido a mis problemas de afonía, les ruego eviten hacerme hablar. Si desean información, lean este cartel».
Justo Gallego vino al mundo el 20 de septiembre de 1925, en
Mejorada del Campo. Sus padres, Félix y Atanasia, eran labradores
que contaban con un buen patrimonio en tierras de labranza. En 1936
comienza la Guerra Civil y muere su padre. Con solo diez años Justo
tiene que abandonar la escuela para ayudar a su madre en las
labores del campo. Fueron años difíciles, una mujer sola con tres
hijos pequeños a los que sacar adelante en la crueldad de la guerra
y en el hambre de la posguerra. El carácter de su madre,
trabajadora, muy estricta y creyente en Dios marcó para siempre la
vida de su hijo pequeño que tomó esas cualidades como ejemplo de
superación. A los veintiún años Justo ya sentía una clara
inclinación por la vida contemplativa y el misticismo, que acentuó
su carácter reservado y solitario.
A los veintisiete años ingresó en el convento de clausura de Santa
María de Huerta en la provincia de Soria. Allí permaneció ocho años
hasta que cayó enfermo de tuberculosis y fue expulsado por miedo al
contagio del resto de los monjes. Regresó a Madrid donde, después
de un año de tratamiento, la penicilina produjo el milagro de la
sanación. Justo regresó al convento, pero la comunidad de monjes lo
miraba con recelo. Largos periodos de ayuno, trabajo físico intenso
y un misticismo exacerbado no encajaban en la rutina y la calma de
la vida contemplativa del convento. Los monjes temían por su salud
mental y Justo tuvo que abandonar definitivamente el convento.
Este suceso provocó en él una profunda crisis personal. De regreso a Mejorada Justo evitaba el contacto con los vecinos y solo salía a la calle para asistir a misa. En el trayecto no saludaba a sus amigos, no miraba a las chicas. No quería dar explicaciones.
El aislamiento llevó a este campesino a una catarsis personal que
le hizo buscar un proyecto, una misión para dar sentido a su vida.
El día del Pilar tuvo una revelación: construiría una catedral en
honor de la patrona de la Hispanidad. Así empezó todo. Al igual que
don Quijote empezó a comprar libros de caballería, Justo fue
adquiriendo libros de catedrales y castillos y cogiendo ideas de
aquí y allá para acoplarlas a su proyecto. Cuando lo tuvo claro,
construyo con palitos una pequeña maqueta y se lanzó a realizar su
sueño. Sin planos, sin proyecto, sin conocimientos de arquitectura
o de albañilería. Todo estaba en su cabeza. Disponía del terreno,
de un viejo Land-Rover y de toda una vida para hacer realidad su
idea.
Una fábrica de ladrillos del pueblo le fue donando todo el
material defectuoso y con esa materia prima fue levantando su
templo. Poco a poco, sin pausa, la catedral iba tomando forma. El
pueblo iba creciendo y los bloques de pisos iban ocupando las
tierras de labranza que rodeaban la obra de Justo. Los vecinos
empezaron a llamarlo «El loco de la catedral» incapaces de
reconocer y valorar al personaje excepcional que tenían como vecino
y el mérito de su trabajo.
Para financiar su obra fue vendiendo las propiedades que tenía, poco a poco se fue deshaciendo de todo su patrimonio e invirtiendo su capital en comprar material o contratar esporádicamente algún peón de albañil que le echara una mano. Sus sobrinos también lo ayudaron en un principio pero luego se casaron y desaparecieron. En los últimos 20 años Justo ha encontrado un ayudante de confianza, Ángel, a quien encomienda numerosos trabajos: suya fue la idea para hacer las vidrieras y también otras ocurrentes soluciones.
Hace unos años Justo protagonizó la campaña publicitaria de una
famosa marca de refrescos. Por el anuncio le pagaron 36.000 euros,
pero gracias a esta publicidad su obra pasó a ser conocida en todo
el mundo y a través de donaciones particulares consiguió más de
300.000 euros que inmediatamente se invirtieron en la catedral.
Liquidado todo su patrimonio, se financia gracias a las donaciones
de particulares y a vender recuerdos de su catedral: llaveros,
vídeos, libros y calendarios son los souvenirs más corrientes, pero
el mejor regalo es compartir con él unos momentos.
Unos jóvenes arquitectos visitaron la obra el año pasado y cuando vieron cómo estaba hecho el edificio dijeron: «Estupendo, 5 años de carrera a tomar por culo». Por lo visto, la estructura y edificación no siguen ninguna de las reglas básicas de la construcción moderna. La verdad, es asombroso que una persona sin ninguna formación haya sido capaz de levantar algo así.
Arquitectos de todo el mundo han quedado maravillados con la obra
de Justo Gallego. El famoso arquitecto Norman Foster tras su visita
a Mejorada del Campo dijo de la catedral de Justo: «Es lo más
impresionante que he visto nunca».
Esporádicamente, algunos veranos acuden grupos de jóvenes,
mexicanos y alemanes principalmente, para echar una mano en la obra
de modo altruista. Los alemanes, que sabemos cómo son de serios en
el trabajo, le dijeron a Justo el año pasado «esto en Alemania ya
estaría terminado», a lo que Justo respondió: «es lo bueno de ser
españoles», que somos así. Todos los visitantes se quedan
impresionados ante esta titánica empresa; unos lloran de emoción y
otros recuperan la fe perdida en Dios, pero sobre todo la fe en el
ser humano.
Justo Gallego practica el sacrificio como redención, el trabajo
como penitencia. Cree que la gente pierde el tiempo, que el ser
humano podría hacer maravillas. Piensa que en lugar de trabajar las
personas se quejan por todo, que no hay ideales ni confianza.
El futuro de la catedral de Justo en Mejorada del Campo es
incierto. La burocracia implacable puede acabar con cincuenta años
de duro trabajo, con un ejemplo de superación único en el mundo,
con una obra de arte de la cual el Ayuntamiento del pueblo debería
estar más que orgulloso porque lo ha hecho famoso en todo el mundo.
Al no tener ningún tipo de licencia para levantar su catedral, el
Ayuntamiento de Mejorada puede acabar derribando el edificio.
La construcción de la catedral no está oficialmente reconocida por
la Iglesia ya que se ha hecho sin permisos. Las autoridades
municipales admiten que durante años miraron hacia otro lado «en
parte por el cariño del pueblo hacia Gallego y también porque pocos
pensaban que tendría éxito». La intención de Justo es legar la
catedral a la Diócesis de Alcalá de Henares. Sin embargo, el
vicario y consejero legal Florentino Rueda asegura que la catedral
de Justo es «admirable y me arrodilló ante su fe», pero manifiesta
que las «construcción es ilegal, lo que significa que podríamos
heredar un problema». Rueda asegura que no quieren ser los malos
que derriben la catedral y que les gustaría legalizarla, pero se
pregunta cuánto costaría y si alguien se hará cargo del seguro.
Mientras tanto, Justo trabaja sin descanso todos los días menos el
domingo. Ante las insistentes preguntas de los curiosos que no se
han leído el cartel de la entrada sobre cuándo tiene previsto
acabar la obra, él siempre responde lo mismo: «No existe fecha
prevista para su finalización. Me limito a ofrecer al Señor cada
día de trabajo que Él quiera concederme y a sentirme feliz con lo
ya alcanzado. Y así seguiré. Hasta el fin de mis días, completando
esta obra con la valiosísima ayuda que ustedes me brindan. Sirva
todo ello para que Dios quede complacido de nosotros y gocemos
juntos de Eterna Gloria a su lado».