El informe de la ONU sobre el cambio climático alerta del riesgo de sobrepasar muy pronto el punto crítico de no retorno en la desestabilización del clima global.
Uno de los efectos más insidiosos de este estado de estrés social en que estamos, a cuenta de la crisis económica, es que se olvidan muy fácilmente los otros problemas que nos amenazan en estos atribulados tiempos. Habitamos en una especie de totalitarismo de lo económico y lo dinerario, como si la rentabilidad material fuera el único valor de nuestras vidas y todo se justificara si da dinero, si crea empleo, si hay negocio... Desde los grandes medios de comunicación se difunde la cantinela de que hay que volver a crecer a toda costa, hay que consumir, hay que construir y gastar... sin pararse a valorar las consecuencias de la carrera consumista. Es de una ceguera funesta pensar que podemos seguir explotando, transformando, horadando y ensuciando la naturaleza sin que se nos devuelvan las consecuencias de este maltrato, ahí tenemos el ejemplo de los terremotos que sacuden la costa de Tarragona y Castellón inducidos por el almacenamiento submarino de gas denominado Castor.
Para que esta ceguera, tan funcional pero peligrosa, funcione,
requiere que la mayoría de la sociedad crea que estamos al margen y
por encima de la naturaleza, algo que es a todas luces falso pues,
desde la cuna a la tumba, la naturaleza nos provee de todo lo
básico para la existencia (incluidas la cuna y la tumba). Y también
se requiere que creamos que no tenemos responsabilidad ninguna para
con las generaciones venideras y que podemos usar y abusar del
planeta a nuestro antojo, como si el mundo se fuese a acabar con
nuestra muerte, algo falso, mendaz y tremendamente egoísta. El
enorme reto que supone el cambio climático sirve para ilustrar las
nefastas consecuencias que tienen esta interesada ceguera y esas
falsas creencias. A finales de septiembre de este año el Grupo
Intergubernamental sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas
presentó un riguroso informe, avalado por la comunidad científica
mundial, en el que alertaba, una vez más, de que el impacto de las
actividades humanas sobre la atmósfera está provocando una
alteración sin precedentes en el clima mundial, con efectos
documentados como la subida del nivel del mar y la acidificación de
sus aguas, el derretimiento de los hielos de los casquetes polares
y glaciares, la disminución de las precipitaciones, el aumento de
las sequías y de fenómenos catastróficos como huracanes y
vendavales... El informe alertaba de que si las temperaturas medias
suben por encima de 2 grados la desestabilización del clima puede
ser catastrófica y que, de seguir la tendencia creciente de emisión
de gases de efecto invernadero, a finales de este siglo la subida
de la media podría alcanzar los 5 grados, algo imposible de
resistir. Advierten los expertos en el clima que estamos muy cerca
de alcanzar un punto crítico, o de no retorno, en el que la
estabilidad climática que conocemos se puede desbaratar para
siempre (hagan
lo que hagan nuestros hijos y nietos) y urgen a que se tomen medidas de reducción drástica de las emisiones de CO2 y otros gases. Este informe, que es un grito de alerta y una llamada de socorro, pasó totalmente desapercibido para la opinión pública y nuestra clase política ni se sintió aludida, como si su trabajo no fuese velar por el interés colectivo sino por los intereses de la clase más alta, la de los dueños de todas las deudas. Y eso pese a que en ese mismo informe se documenta que el Mediterráneo entero, y la Península Ibérica en especial, están en una de las regiones que se verán más y peor afectadas por la subida de las temperaturas, las sequías, las olas de calor, las pérdidas agrícolas y pesqueras, la subida del nivel del mar, etc. Lo más trágico es que sabemos cual es el problema y sabemos cual es la causa, fundamentalmente la quema de combustibles fósiles (por ese orden de peligrosidad carbón, petróleo, gas...), y por tanto tenemos al alcance de la mano la solución, pero falta decisión y valentía política, falta que nuestra generación asuma sacrificios personales en su nivel de vida en aras del bien común y de la posibilidad de una vida buena, falta conciencia de que también nos es exigible ser justos con las generaciones venideras y con las otras especies, falta una ética de la defensa de la vida y del principal bien común que tenemos: la atmósfera, ese maravilloso manto protector de la vida toda. Y nos hace falta cambiar muy pronto el ritmo de vida que aún tenemos. Si no somos capaces de atender estas otras exigencias de este tiempo y ocuparnos de cuidar lo que nos rodea, posiblemente saldremos de la crisis económica para caer en otra crisis más catastrófica e irresoluble y seremos responsables de legar un clima de infierno a las gentes del futuro: nosotros, que recibimos un planeta aún bello y habitable de nuestros abuelos, se lo entregamos sucio e inhabitable a los nietos.
Escribo esto cuando más de 650.000 personas, como Vds. y como un
servidor (aunque más pobres), han sido desalojadas en el este de la
India ante el envite del huracán Phailin, con vientos de 240 km/h,
y una marea alta de 3,5 m. Y es que la furia de la naturaleza puede
devolver en solo unas horas toda la destrucción que lleva la
especie humana infligiéndole desde la Revolución Industrial. A los
que niegan el cambio climático o lo minusvaloran... ¡¡querría yo
verlos en el ojo de ese huracán!!
Fernando Llorente Arrebola