Hace trece años que siete jóvenes de Madrid, hartos de las oportunidades que les ofrecía la ciudad, decidieron retirarse a Puebla de la Sierra y emprender un proyecto común basado en la autogestión y en intentar vivir de los recursos locales, vivir del campo colectivamente.
Para la mayoría de las personas no es fácil entender las razones que llevan a unos jóvenes, muchos de ellos con estudios superiores, a abandonar la ciudad donde se han criado y dejar de lado su vida social y familiar para irse a vivir de pastor a la sierra de Madrid. Sin embargo, el colectivo de Los Apisquillos no encaja en la imagen de pastor o pastora tradicional; una persona mayor, solitaria y poco instruida. Los Apisquillos es un colectivo numeroso (actualmente 10 adultos y varios niños) y heterogéneo con orígenes diversos.
Seguramente el ser un grupo es la gran ventaja de Los Apisquillos sobre los pastores tradicionales, ya que les permite llevar mejor la enorme presión y disciplina que supone trabajar con animales que requieren una dedicación continua durante todo el año, lo que ellos llaman el «estrés rural».
Las motivaciones que llevaron a cada uno a tomar una decisión así
son diversas, pero les une el rechazo al trabajo asalariado y el
deseo de recuperar la cultura campesina, estar en contacto con la
tierra y despojarse de todo lo banal de la «sociedad del
espectáculo».
Entre los miembros fundadores de la cooperativa había ingenieros agrónomos, forestales, veterinarios y biólogos. Conocían Puebla de la Sierra gracias a que habían trabajado en los retenes contra incendios. Además, Cristina, una de las chicas, era de allí y su familia tenía una gran tradición ganadera. Bautizaron a la cooperativa con en nombre de una de las montañas que rodean al pueblo: el pico Apisquillos.
Los comienzos fueron difíciles, pues carecían de recursos
económicos y no tenían ningún tipo de infraestructura para
desarrollar una cooperativa ganadera. Con las ayudas para la
primera instalación de jóvenes agricultores, compraron 200 ovejas,
uno de los últimos rebaños de oveja rubia del Molar y, un año más
tarde, un rebaño de 200 cabras a un cabrero del pueblo. En la
actualidad cuentan con un rebaño de 230 ovejas y 190 cabras, que
constituyen su principal ocupación productiva y fuente de ingresos.
La cooperativa cuenta también con gallinas, cerdos y varios
huertos, que son un importante complemento a la economía del
grupo.
Además de comprar el ganado, lo primero que hicieron fue adquirir
una vieja casa en ruinas en el pueblo que sirviese de residencia a
los miembros de la cooperativa. Poco a poco reunieron el dinero
para levantar una nueva casa conservando los viejos muros de piedra
originales. La obra fue un reto ya que todos los materiales usados
se sacaron del entorno tal y como se hacía antaño y también se
reciclaron puertas y ventanas de otros edificios. El coste
económico fue pequeño, pero el trabajo fue enorme.
La casa está perfectamente integrada en el entorno y sirve de residencia al grueso del grupo, aunque también hay miembros que han optado por alquilar sus propias viviendas para tener más intimidad e independencia. Además de residencia, la casa de Los Apisquillos es un punto de encuentro para muchas personas relacionadas con el grupo o ajenas a él. A las horas de las comidas se reúnen alrededor de la mesa, discuten sobre los asuntos más variados y se distribuyen las tareas. La cooperativa hace un importante trabajo de transmisión de conocimientos sobre el pastoreo y la agroecología en general.
La toma de decisiones se hace por consenso, un método que ha hecho
popular el 15M pero que tiene una larga tradición y se extiende a
la organización del trabajo y a la economía, que gestionan de forma
comunal. El principio que rige al grupo es «a cada uno según sus
necesidades» y se busca el equilibrio para definir colectivamente
esas necesidades. No existe el salario (tampoco la asignación),
sino un fondo al que todos pueden recurrir. Cada miembro coge lo
que necesita y lo apunta. No existen los horarios ni las
vacaciones.
Álvaro, miembro fundador de la cooperativa explica así la filosofía
de Los Apisquillos: «Buscábamos darle sentido a nuestra actividad.
No queríamos tener un trabajo asalariado. Muchas veces no sabes por
qué estás trabajando y las decisiones que tomas se limitan a si
compras esto o lo otro. Aquí, al tener cierta autonomía material y
ver que podemos alimentarnos por nosotros mismos, también tenemos
mayor autonomía mental. Vemos que el mundo se puede organizar de
otra manera».
Aunque en la práctica la producción de carne y lácteos es
totalmente ecológica, Los Apisquillos renunció al sello ecológico
debido al enorme papeleo y los trámites absurdos que exige al
Ministerio de Agricultura para este tipo de explotaciones. Sus
principales clientes son los grupos de autoconsumo,
mayoritariamente de El Casar, Galápagos, Guadalajara, Madrid y la
sierra.
Un trabajo que complementa la economía del grupo es el esquileo. En
primavera Los Apisquillos salen de Puebla de la Sierra y acuden a
distintos pueblos de Madrid y Guadalajara para esquilar a numerosos
rebaños, recuperando así esta tradición casi olvidada a
consecuencia del bajo precio de la lana.
La filosofía de vida y los valores que defiende este colectivo lo
han llevado inevitablemente a un enfrentamiento con el
Ayuntamiento, más interesado en especular con el terreno y
urbanizar que en mantener el rico patrimonio natural
heredado.