Lejos de las autovías y carreteras principales que surcan la Comunidad de Madrid, escondida, casi oculta y desconocida para la mayoría, Puebla de la Sierra renace hoy gracias a que ha sabido recuperar el modo de vida de las gentes de antaño, sin renunciar a los avances técnicos del presente.
La orografía y el paisaje que rodean este hermoso pueblo al norte de la Comunidad de Madrid, en la misma frontera con la provincia de Guadalajara, son duros y agrestes pero también extraordinariamente bellos. Puebla de la Sierra dispone de menos horas de luz solar que otros pueblos vecinos. Su situación, en un anfiteatro definido por montañas de más de 1800 m. hace que sus días sean más cortos. Montañas seguramente bautizadas por pastores dominan el horizonte agreste; el pico de la Tornera de 1866 m. la Peña de la Cabra con 1834 m. o el Porrejón Bajero con 1350 m. rodean, casi abrazan, el núcleo urbano.
Las dos carreteras que comunican el pueblo con el resto del mundo
serpentean entre montañas y barrancos, antaño poblados por robles
que el ICONA arrancó para posteriormente plantar pinos.
Afortunadamente todavía se conservan amplias zonas de robledal
autóctono. En los alrededores del pueblo todavía es posible
encontrar numerosos ejemplares centenarios. La jara y la maleza han
ido conquistando las antiguas sendas y pastos usados antaño por los
rebaños de cabras y ovejas, así como las escasas tierras empleadas
para cultivar cereal (trigo, avena y centeno principalmente). Como
dato curioso y revelador hay que decir que en Puebla de la Sierra
nunca hubo carros ni ningún otro tipo de maquinaria provista de
ruedas. El terreno escarpado y agreste y la angostura de los
caminos hacían inviable el uso de cualquier tipo de transporte que
no fuesen los lomos de mulas, burros o caballos.
A pesar de ser un pueblo pequeño, Puebla de la Sierra tiene uno de
los mayores términos municipales de toda la provincia de Madrid,
5700 ha. El pueblo más cercano es Prádena del Rincón a 18 km.
siguiendo la carretera M-130 que alcanza en algún punto los 1600 m.
de altura.
Es posible que el origen de Puebla de la Sierra sea un pequeño
asentamiento árabe. Tras la reconquista y por razones defensivas,
los reyes cristianos fomentaron nuevos asentamientos en toda la
comarca, con colonos vascos y navarros principalmente.
A finales del XIII, la entonces llamada aldea de la Mujer Muerta
estaba en manos de un arcediano madrileño que la recibió de Sancho
IV y la permutó más tarde por otra aldea. El Señorío era solo
jurisdiccional, ya que las tierras pertenecían al común de Villa y
Tierra, organización que ya estaba constituida en dicha
época.
En 1490, para compensar el aislamiento y la lejanía que
dificultaba su gobierno, recibió de Íñigo López de Mendoza, el
célebre Marqués de Santillana, el título de villazgo. Por él
adquiría la villa jurisdicción propia. El concejo de Puebla se
reunió en el pórtico de la iglesia hasta la segunda mitad del XVI,
cuando se construyó el primer ayuntamiento. También en estos años
se levantó la fragua que todavía usan los vecinos y la fuente vieja
que aún se conserva. En 1562 se construyó la Ermita de la Soledad,
también hoy en uso, que se utiliza como lugar de enterramiento y
que pertenecía a la Cofradía de la Vera Cruz.
Uno de los momentos de mayor importancia demográfica de Puebla se
produjo en el siglo XVIII: en 1768 contaba con 313 habitantes. Los
vecinos vivían de la ganadería, básicamente lanar, la agricultura
de secano (centeno y trigo) y la de regadío (lino y huertos),
además de las colmenas y el aprovechamiento del bosque.
En el siglo XIX se sucedieron las distintas medidas que pusieron
fin al Antiguo Régimen: abolición de los señoríos, división
provincial, desamortización religiosa y civil. Las tierras de
Puebla que salieron a subasta pública (el 70 % del término)
quedaron en su mayor parte en manos del común de los vecinos.
El siglo XX comenzó con la población estabilizada. Durante la Guerra Civil se destruyó el ayuntamiento y se quemaron las imágenes de la iglesia. En los años 40 fue objeto de la actuación del programa de Regiones Devastadas y se reconstruyó la Casa Consistorial, urbanizándose también la plaza.
A mediados del siglo XX el municipio casi se quedó sin vecinos
debido al aislamiento geográfico y al abandono por parte de las
instituciones. Un dato revelador es que la electricidad no llegó a
Puebla hasta 1975. En el año 1991 tan solo había 48 personas
censadas. De forma paralela se produjo la práctica desaparición de
la producción agropecuaria y la extensión de la superficie de
bosque, por las repoblaciones realizadas en los montes. En el año
1989 solo se cultivaban 3 ha y apenas quedaban 100 ovejas y 150
cabras.
Afortunadamente, Puebla de la Sierra ha resurgido de sus cenizas
gracias a que algunos jóvenes que en su día emigraron a la capital
han regresado. Algunos de ellos han recuperado la tradición
ganadera del pueblo. En Puebla también han encontrado refugio
algunas personas que buscaban la libertad y la tranquilidad que no
encontraban en la ciudad. Entre los nuevos vecinos hay que destacar
al colectivo de Los Apisquillos, un grupo de jóvenes que han
encontrado en las escarpadas laderas y los profundos barrancos el
entorno ideal para desarrollar un modo de vida alternativo,
recuperando la tradición ganadera de la comarca. Gracias a los
nuevos pobladores el censo del pueblo ha crecido en los últimos
años hasta alcanzar los 104 habitantes y los niños vuelven a jugar
por sus calles.
Puebla de la Sierra es hoy un pueblo cuidado y tranquilo y muchas
casas aparecen recién restauradas conservando el tradicional estilo
de la arquitectura serrana, más propia de los pueblos de la
arquitectura negra de la Sierra Norte de Guadalajara. La pizarra y
el gneis son las materias primas de la mayoría de las
construcciones. Las calles son estrechas y están conectadas por
angostos callejones por donde apenas cabe una persona. La escasez
de medios obligó a los vecinos a compartir recursos como la fragua
o los dos molinos con los que contaba el pueblo. El molino de abajo
estuvo funcionando hasta los años 60 y últimamente ha sufrido una
restauración muy agresiva y poco respetuosa.
Hay que destacar la recuperación de costumbres serranas y oficios
antiguos como por ejemplo la fiesta del esquileo. También se ha
mantenido viva la fiesta del carnaval, la tradicional vaquilla y la
Botarga, única en la Comunidad de Madrid, donde una persona
ataviada con una piel de cabra y numerosos cencerros simula
atemorizar a los asistentes.
A duras penas Puebla de la Sierra ha conseguido mantenerse al
margen de la fiebre del ladrillo que ha arrasado todo el país.
Algunos promotores han querido sacar tajada del privilegiado
entorno y, mediante engaños y sobornos han intentado urbanizar
cañadas y los escasos espacios llanos usados como eras o huertos.
Afortunadamente, la burbuja inmobiliaria les explotó en la cara.
Sin embargo, lejos de renunciar al pastel todavía se puede ver
trabajando una triste excavadora haciendo zanjas.