He de reconocer que cuando hace casi seis
años empezó la crisis me alegré: había que parar esa locura
consumista, desinflar la burbuja inmobiliaria y pagar por los
excesos. En mi ingenuidad pensé que esta crisis iba a poner las
cosas en su sitio y que, como el ser humano solo aprende a base de
hostias, no venía mal un severo correctivo para espabilar al
personal.
En las últimas semanas el Gobierno nos está lanzando mensajes de
que lo peor ya ha pasado; las exportaciones aumentan, la bolsa
sube, el paro baja, el banquero Botín dice que en España entra
dinero por todas partes, el ministro Montoro saca pecho asegurando
que seremos un país de referencia para Europa, la envidia del
mundo… No sé, creo que me he perdido algo, porque la realidad que
vivo cada día dista mucho de esas verdes praderas.
Puede que España esté saliendo de la recesión, ahora falta por
saber cuándo saldremos los españoles. Cada vez se hace más evidente
que esta crisis ha acentuado muchísimo más la tradicional fractura
social: los ricos cada vez son más y más ricos y los pobres cada
vez son más y más pobres. Pero más grave que la pérdida de poder
adquisitivo es la pérdida de derechos fundamentales.
Después de todos estos años habría que preguntarse si ha servido
de algo tanto sufrimiento, si se han corregido los defectos
estructurales que nos han llevado a esta situación y si los
ciudadanos hemos aprendido algo para no repetir los mismos errores.
Desgraciadamente creo que hemos perdido una oportunidad única para
sentar las bases de un crecimiento sostenible, para eliminar
instituciones llenas de inútiles como el Senado y las Diputaciones,
para fomentar las energías limpias y conseguir la independencia
energética, para crear una democracia real con mayor participación
ciudadana…
.
Sin embargo, los frutos de esta crisis son bien distintos a lo
esperado. A través del miedo los políticos nos han obligado a
comulgar con ruedas de molino, nos han hecho creer que todo lo
público es un lastre para la sociedad, que todo lo que funcionaba
bien ahora es insostenible, que el estado del bienestar no es más
que un anacronismo, un desliz de la historia que nos ha llevado a
la ruina. Así se ha terminado de desmontar el Estado, vendiendo a
precio de saldo servicios básicos y estratégicos como la sanidad,
el transporte, la electricidad, el agua…. Sectores cuya finalidad
no debería ser ganar dinero ni hacer negocio con las personas, sino
dar un buen servicio. Nadie nos está regalando nada, ya lo pagamos
todos con nuestros impuestos. Pero sabemos que el objetivo de las
empresas privadas no es dar un buen servicio, sino hacer
negocio.
Mucho me temo que, cuando dentro de unos años se haya superado la
crisis, la inmensa mayoría volverá a cometer los mismos errores, se
volverá a empeñar durante cuarenta años para pagar una casa, se
comprará un cochazo para presumir y seguirá siendo igual de infeliz
que siempre.
Rogelio Manzano Rozas