Revista 73
Número 73

Todo para nada


He de reconocer que cuando hace casi seis años empezó la crisis me alegré: había que parar esa locura consumista, desinflar la burbuja inmobiliaria y pagar por los excesos. En mi ingenuidad pensé que esta crisis iba a poner las cosas en su sitio y que, como el ser humano solo aprende a base de hostias, no venía mal un severo correctivo para espabilar al personal.

En las últimas semanas el Gobierno nos está lanzando mensajes de que lo peor ya ha pasado; las exportaciones aumentan, la bolsa sube, el paro baja, el banquero Botín dice que en España entra dinero por todas partes, el ministro Montoro saca pecho asegurando que seremos un país de referencia para Europa, la envidia del mundo… No sé, creo que me he perdido algo, porque la realidad que vivo cada día dista mucho de esas verdes praderas.

Puede que España esté saliendo de la recesión, ahora falta por saber cuándo saldremos los españoles. Cada vez se hace más evidente que esta crisis ha acentuado muchísimo más la tradicional fractura social: los ricos cada vez son más y más ricos y los pobres cada vez son más y más pobres. Pero más grave que la pérdida de poder adquisitivo es la pérdida de derechos fundamentales.

Después de todos estos años habría que preguntarse si ha servido de algo tanto sufrimiento, si se han corregido los defectos estructurales que nos han llevado a esta situación y si los ciudadanos hemos aprendido algo para no repetir los mismos errores. Desgraciadamente creo que hemos perdido una oportunidad única para sentar las bases de un crecimiento sostenible, para eliminar instituciones llenas de inútiles como el Senado y las Diputaciones, para fomentar las energías limpias y conseguir la independencia energética, para crear una democracia real con mayor participación ciudadana…
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Sin embargo, los frutos de esta crisis son bien distintos a lo esperado. A través del miedo los políticos nos han obligado a comulgar con ruedas de molino, nos han hecho creer que todo lo público es un lastre para la sociedad, que todo lo que funcionaba bien ahora es insostenible, que el estado del bienestar no es más que un anacronismo, un desliz de la historia que nos ha llevado a la ruina. Así se ha terminado de desmontar el Estado, vendiendo a precio de saldo servicios básicos y estratégicos como la sanidad, el transporte, la electricidad, el agua…. Sectores cuya finalidad no debería ser ganar dinero ni hacer negocio con las personas, sino dar un buen servicio. Nadie nos está regalando nada, ya lo pagamos todos con nuestros impuestos. Pero sabemos que el objetivo de las empresas privadas no es dar un buen servicio, sino hacer negocio.

Mucho me temo que, cuando dentro de unos años se haya superado la crisis, la inmensa mayoría volverá a cometer los mismos errores, se volverá a empeñar durante cuarenta años para pagar una casa, se comprará un cochazo para presumir y seguirá siendo igual de infeliz que siempre.

 Rogelio Manzano Rozas

 
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