La especie es sedentaria y posee una gran fidelidad al lugar donde ha criado el año anterior, de manera que puede volver a ocupar el mismo árbol o arbusto año tras año. Las jóvenes se desplazan con frecuencia en el otoño y son siempre las que realizan la propagación y consiguiente colonización. La expansión hacia el Occidente de Europa se inició a partir de 1928.
Fotografías: AGE
La gran expansión experimentada por la tórtola turca, Streptopelia decaocto, que desde el Asia Menor invadió Europa Oriental, ha llegado al fin a la Península Ibérica, tal como los ornitólogos españoles esperaban ya hace años. En estos momentos la especie cubre ya casi todos los países del continente europeo, ocupando en ellos mayor o menor extensión como luego veremos. La tórtola turca es más grande que la tórtola europea, Streptopelia turtur, y se distingue bastante bien por el color más uniforme de su plumaje, pardo grisáceo o rosado por encima, con un estrecho collar negro que cubre solamente la mitad posterior del cuello y que resulta ser el rasgo más llamativo. Las plumas primarias de las alas son muy oscuras, marrones grisáceas. Las partes inferiores y la cabeza son más pálidas, con un suave tinte rosado, algo más intenso en el pecho. La cola es larga y las rectrices externas tienen las «esquinas» blancas y muy visibles cuando las despliega, acción muy frecuente en esta tórtola. Por debajo, la mitad inferior es blanca y contrasta mucho con el resto oscuro. Los ojos son rojos, lo mismo que las patas.
Sus actividades son muy similares a las de las demás tórtolas. Es notablemente más mansa que la tórtola europea y fuera de la época de la reproducción resulta muy gregaria, formando pequeños grupos que comen en el suelo de campos, carreteras y preferentemente en suelos libres de vegetación. Son habituales los bandos de hasta 50 individuos y muy a menudo se posan al descubierto en cables del tendido eléctrico, postes, cercas, antenas de televisión, chimeneas, aleros, muros, palomares, etc. Viven en plena campiña, sobre todo en zonas suburbanas de ciudades grandes y pequeñas y en muchos pueblos, incluso en el interior de parques y jardines, aunque estén en zonas superpobladas y de intenso tráfico. Los pequeños jardines de casas de campo, con vegetación arbustiva baja y coníferas de adorno, parecen atraerlas especialmente. Los hayedos de montaña media son frecuentados en el otoño y se aprecia bien cómo las tórtolas turcas manifiestan una gran querencia por los bosques de esta especie próximos a zonas costeras.
En vuelo emite una llamada que podría representarse como un rápido ¡¡kuirr!! y su canto habitual es tan monótono como el de la tórtola doméstica, pero suena diferente, ¡¡kuúkuú-kuú!!, aunque resulta difícil expresarlo y es, por supuesto, muy subjetivo.
El vuelo de la tórtola turca es rápido, realiza fuertes
aleteos para despegar, que suelen ser ruidosos y que en un momento
se transforman en un planeo vigoroso con las alas completamente
abiertas hasta posarse de nuevo sobre su posadero.
Con más genio que sus parientes las palomas domésticas, las
turcas, no permiten, evitándolo mediante enconadas persecuciones,
que las urracas o cualquier ave, se acerquen a su parcela de
nidificación.
La alimentación de la tórtola turca se basa en granos, semillas y restos de comida que encuentran en las zonas urbanas a las que se acercan para picotear por el suelo en busca de desperdicios humanos, al igual que ocurre con las palomas domésticas.
La reproducción de la tórtola turca comienza a principios del mes de marzo, llegando incluso hasta finales de octubre. En este largó período reproductor crían dos, tres e incluso cuatro veces. De forma excepcional se puede encontrar un nido de tórtola con huevos en cualquier mes del año. Cada puesta consiste en dos huevos blancos, moderadamente brillantes, que miden de promedio 30,1 x 23,2 mm. Los nidos son una somera plataforma de palos y tallos secos de plantas, muy plana y que no se comprende cómo puede soportar los huevos sin que caigan a través de las hendiduras. Sin embargo, algunos nidos están bien forrados en su interior con hierba seca muy fina. Casi todos los nidos están en arbustos densos y en árboles de hoja perenne, sobre todo coníferas. Rara vez se encuentran en edificios, pero hay casos de nidos en muros de viejas construcciones derruidas.
Ambos adultos se alternan en la incubación que dura 14 días. El
plumón de los pollos al nacer es escaso, de color amarillento
pajizo y parece más bien pelo; la piel es oscura y el pico rosa
pálido. Atendidos y alimentados por los padres, los pollos dejan el
nido a los 18-19 días, pero no vuelan hasta cumplir las 3
semanas.
La expansión hacia el Occidente de Europa, iniciada con carácter de suceso ornitológico a partir de 1928, siguió a los intentos de colonización iniciados desde 1700 y que no llegaron a cuajar realmente hasta 1900, en que esta tórtola se expandió ampliamente por los países balcánicos y el bajo Danubio. En 1952 llegaron a Gran Bretaña y su presencia allí, comiendo en las carreteras con palomas domésticas, tuvo carácter de gran acontecimiento para los naturalistas. A Francia llegó en 1950, pero no fue hasta 1959 cuando anidó en gran número en el Nordeste. En Suecia el primer nido fue encontrado en 1951 y en 1962 ya había allí 2000 sedentarias tórtolas.
Tórtola turca
Streptopelia
decaocto
Columbidae
Columbiformes
30 cm
52 cm
200 g
Hasta 10 años
En la Península Ibérica las primeras observaciones de que se tiene noticia fueron realizadas en Asturias, en junio de 1960. Años después ya son frecuentes y en jardines y parques de ciudades cantábricas (Gijón, Santander, Torrelavega, El Ferrol, Ribadeo) su presencia es detectada en los meses primaverales. González Morales (1974), da los primeros detalles sobre la nidificación de esta tórtola en Santander. En 1974 dos parejas criaron en una palmera situada en unos jardines del centro urbano, malográndose la reproducción al ser derribados los nidos por los podadores municipales. Uno de ellos tenía dos pollos.
La colonización de Europa Occidental por la tórtola turca es
un fenómeno curioso que merece un somero comentario. La especie es
sedentaria y posee una gran fidelidad al lugar donde ha criado el
año anterior, de manera que puede volver a ocupar el mismo árbol o
arbusto año tras año aunque no sea con la misma pareja del año
anterior. Las jóvenes se desplazan con frecuencia en el otoño y son
siempre las que realizan la propagación y consiguiente
colonización. De acuerdo con el anillamiento, la mayor parte de las
tórtolas colonizadoras son jóvenes de ese mismo año o, a lo sumo,
de un año de edad. Se han comprobado desplazamientos que van desde
100 a 1000 km dentro de Europa. No es una especie migratoria y
parece estar claro que solamente una pequeña proporción de jóvenes
tórtolas es la que se aleja de su área de nacimiento para colonizar
nuevas tierras.
Mientras la tórtola turca se expande, la tórtola común
se bate en retirada. A los problemas de la caza, la mecanización
agrícola, la homogeneización del paisaje, el uso de pesticidas y
fertilizantes y la sequía, la pobre tórtola común añade ahora la
competencia de esta prima lejana suya, que no duda en expulsarla de
sus árboles de toda la vida.
Desde sus orígenes, la tórtola turca se ha visto como una
maldición. De ahí le viene precisamente su nombre científico,
decaocto, (dieciocho), que es lo que machaconamente parece repetir
en correcto griego hablado.
Cuentan en Grecia que cuando Jesucristo agonizaba en la cruz, un
soldado romano se apiadó de él y quiso comprar un cuenco de leche
con el que aplacarle la sed. Una vieja vendedora le pedía 18
monedas, pero el centurión tan solo tenía 17. No hubo manera de
regatear. Ella tan solo repetía 18, 18. Jesús la maldijo por ello,
convirtiéndola en esa tórtola que solo sabe decir en griego: 18,
18, 18. Cuando se avenga a razones, y diga 17, se convertirá de
nuevo en ser humano. Pero si sube el precio a 19, significará que
el fin del mundo está cerca.