Revista 74
Número 74

Monasterio de Piedra (I)

 

El Parque Natural del Monasterio de Piedra nos ofrece una de las experiencias más gratificantes que se pueden encontrar en el mundo, a través de un recorrido por un vergel insólito en torno al agua: sus cascadas, grutas y lagos, nos evocan un lugar fantástico.

Lago-del-Espejo-Cabaña

 

 

Dentro del término municipal de Nuévalos, en la provincia de Zaragoza, casi en el límite con Guadalajara, se encuentra el Parque Natural del Monasterio de Piedra. El conjunto agrupa un entorno paisajístico insólito en la Península formado por cascadas y saltos de agua espectaculares. El parque acoge densos bosques de ribera, en un ecosistema de enorme riqueza biológica donde se encuentran muchas especies de animales y plantas en un espacio relativamente reducido. Un lugar paradisíaco que se recorre en dos horas y media y que permite disfrutar de un paraje natural sin parangón.


Cualquier época del año es buena para visitar esta joya de la naturaleza: el otoño se muestra en toda su amplitud cromática, desde el amarillo al rojo la paleta de colores otoñales se presenta en todo su esplendor; el invierno desnuda los árboles, pero descubre rincones de piedra y agua cubiertos por la vegetación durante el resto del año; la primavera es una explosión de vida y el verano un refugio de frescor a la sombra de sus árboles centenarios.


El Monasterio de Piedra se encuentra en una de las zonas más desérticas de Aragón. Su origen se remonta al año 1194, cuando Alonso II el Casto y su esposa doña Sancha donaron un antiguo castillo árabe a los monjes de Poblet, para construir un monasterio y consolidar la fe cristiana en la zona. El 4 de noviembre de 1835 el lugar fue expropiado por el Estado y en 1840 Pablo Muntadas Campeny compró el Monasterio, manteniendo la actividad agrícola y ganadera que se llevaba a cabo. Su hijo, Juan Federico Muntadas, dará forma al parque realizando transformaciones, abriendo caminos y paseos y efectuando plantaciones. En 1860, tras descubrir la gruta Iris, el parque se hizo accesible al público. En 1867 se creó el primer centro de piscicultura de España, naturalizando en las aguas del río Piedra la trucha común y el cangrejo ibérico. Este centro sigue, en la actualidad, surtiendo a los ríos aragoneses de especies para su repoblación. El resultado de estas actividades es el jardín que hoy conocemos y que en 1940 fue declarado Paraje Pintoresco Nacional.

 

En septiembre del año 1871 la acreditada revista inglesa Fraser's Magazine describía una visita al Parque Natural del Monasterio de Piedra como «una excursión a una de las curiosidades naturales más extraordinarias de Europa». Y añadía: «El efecto del sol poniente visto desde el interior de la caverna (la gruta Iris) a través de la catarata, así como las sensaciones que despierta el conjunto del espectáculo, no pueden describirse».


Hoy en día se pueden visitar dos zonas bien diferenciadas. Por un lado el monumento, el edificio, que acoge todas las dependencias utilizadas por los monjes hasta su exclaustración, y por otro el parque. Ambas zonas son complementarias, logrando el conjunto una simbiosis perfecta entre naturaleza y arte que deja gratamente sorprendidos a todos los visitantes del parque.


Declarado Jardín Histórico en el año 2010, lo que fue la antigua huerta de los monjes esconde maravillas difíciles de describir para quien no las ha contemplado. En un recorrido de algo más de 4 km encontramos numerosas cascadas, diferentes especies de árboles monumentales y rincones únicos a lo largo de todo el recorrido, incluyendo la primera piscifactoría fundada en España dedicada a la cría de truchas y un lago rodeado de altas paredes rojizas con un nombre tan evocador como es el de «Lago del Espejo».
Era el vergel la parte del monasterio que más iba a ser divulgada y en la que se apoyaría la vieja tradición turística de este lugar. Es evidente que se ha sacado el máximo partido a un hecho tan simple como el nacimiento del río Piedra a poca distancia del monasterio, que, dividido en dos ramas, envía una, que ya debió de tener importancia en la época medieval, a fertilizar la huerta  y derrama la otra en multitud de riachuelos, que van buscando su salida entre los accidentes y altibajos del terreno dando lugar a múltiples cascadas, más o menos importantes, para concluir finalmente reuniéndose esos arroyuelos en el torrente de los Mirlos, cuya masa acuática se lanza desde lo alto constituyendo la llamada Cola de Caballo. Esa serie de juegos de agua entre los desniveles, que con la humedad se cubren de rica vegetación, crea un ambiente animado a su vez por el continuo ruido del fluir del agua.


El conjunto natural exaltó la imaginación de visitantes y propietarios y los comentarios de poetas y escritores, que fueron dando nombres más o menos acertados y pintorescos a las grutas, estanques y cascadas. Son las cascadas el principal atractivo del paraje y en contraste con el agua en movimiento encontramos el Lago del Espejo, llamado así por la nitidez del reflejo que devuelve y que, encajado junto a la Peña del Diablo, contribuye a lo espectacular del lugar. Pero esta maravilla no es solo obra de la naturaleza, la mano del hombre ha modificado sutilmente muchos elementos para hacer del paraje un conjunto de efectista belleza. Posiblemente, ya en la época de los monjes se hicieron modificaciones importantes en los cursos de agua para el riego de las huertas, pero sobre todo fue bajo la orientación de los Muntadas cuando se hicieron las reformas más importantes, pues no en vano Juan Federico Muntadas fue un gran diletante y poeta neorromántico, que hizo sus delicias con el vergel del Monasterio de Piedra. Fue él quien descubrió en 1860 la gruta Iris, recinto amplísimo y profundo excavado y elaborado por las filtraciones y salpicaduras del agua, bajo la caída de la Cola de Caballo. El espacio es difícil de describir; la variedad de formas de la piedra o el agua estancada al fondo de la gruta nos trasladan a un lugar de ensueño, que alcanza su máximo esplendor cuando los rayos del sol atraviesan la cortina de agua y penetran hasta el fondo de la misma.
Durante primavera y verano se realizan tres exhibiciones de vuelo libre de aves rapaces a  horas programadas.

 

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