Esta estación nos brinda uno de los mejores momentos para disfrutar del campo y de los bosques de la provincia.
Aunque la mayoría prefiera, en general, el verano como la mejor estación para disfrutar del aire libre y del campo, ciertamente el otoño es una estación fascinante en la que se puede gozar de algunos de los grandes dones del ciclo anual de la naturaleza (muchos frutos) y en la que esta se viste con sus mejores y más bellos ropajes. En nuestro clima mediterráneo son los bosques los principales testigos del milagro crepuscular de la otoñada. Cuando la noche empieza a crecer sobre la horas de luz la naturaleza entera se prepara para el reposo, el frío y la oscuridad del invierno. Al marchitarse las hojas de árboles y arbustos estos acumulan los nutrientes en la madera, los animales hacen acopio de alimentos y reservas, el verde en general se apea de las copas y baja al suelo, la hierba rebrota con fuerza después de la sequía estival que la agostó... Por eso una de las tareas más saludables para esta época es pasear por los bosques que nos quedan.
Sin salir de esta comarca nos podemos deleitar con los coscojales,
encinares, quejigares y enebrales que aún sobreviven más allá de
las fronteras agraria y urbanística, en general son pequeñas
manchas de austera hermosura y gran biodiversidad que deberíamos
cuidar y mimar como oro en paño. Un poco más al Norte de la
provincia, en las serranías, podemos visitar los robledales
engalanados de ocres y amarillos, las fresnedas y alisedas de los
fondos de los valles y las riberas de los ríos, incluso los
extensísimos (por desgracia y por ICONA, que viene a ser lo mismo)
pinares cuajados en estas fechas de níscalos. Más al Norte aún,
donde ya nuestra provincia se asoma a Segovia y a Soria (a la
Castilla Vieja que nunca debimos dejar de ser), tenemos la joya de
los bosques provinciales: el hayedo de Tejera Negra en el término
de Cantalojas, uno de los más meridionales con el de Montejo de la
Sierra en Madrid, pero mucho más extenso, hermoso y rico que este.
Se trata de una reliquia que nos queda de la última glaciación, de
cuando todas estas tierras de la meseta estaban cubiertas de
grandes bosques caducifolios y de especies que hoy se refugian en
las montañas más altas (abedules, abetos, serbales...). Y hay otro
tipo de bosques que son tan singulares como poco conocidos: los
sabinares, que se asientan en las parameras frías y altas del Este
y Noreste. La sabina es una cupresácea, o sea, una gimnosperma
prima de los enebros, un árbol de crecimiento lentísimo, de madera
tan dura que no flota, y que forma un tipo de bosque muy abierto o
adehesado digno de conocer y defender. Defender, por ejemplo, de
esos lumbreras de ingenieros forestales a los que se les ha
ocurrido plantar pinos entre ellas, como han hecho en el Alto Tajo.
En el pasado imperial de este país su madera fue muy empleada en la
industria naval y fueron arrancadas por millones, por eso hoy
quedan tan pocas. Las sabinas son auténticos fósiles vegetales,
seres de los más antiguos que pueblan nuestra tierra: entre ellas
puede uno imaginarse cómo era el Terciario, y en Guadalajara
tenemos la suerte de que aún nos quedan algunas en Tamajón, en el
Señorío de Molina, en el Alto Tajo...
Además. el otoño es la época de las bellotas, algunas muy
comestibles como las de ciertas encinas, también de los hayucos y,
allí donde las hay, de las castañas, -las bellotas de Zeus- que
decían los antiguos griegos. Recoger o comprar y consumir castañas
crudas, cocidas, asadas o incluso en harina, algo que solo se puede
hacer en estos meses, no solo es sano, nutritivo y delicioso, sino
que además contribuye al mantenimiento de los castañares que están
en regresión entre otras causas por la caída de la demanda y por el
precio de este alimento ecológico 100 %. No hay que olvidar que en
el pasado este cultivo (todos los castaños que hay en la península
son cultivados o proceden de cultivos de antaño) fue básico para la
supervivencia de las poblaciones pobres de extensas comarcas del
Oeste y el Norte de este país, que hacían con la harina de castaña
un rústico pan, o más bien torta. Otoñadas templadas y húmedas como
esta son muy propicias para las setas y hongos, un auténtico regalo
para los sentidos que la naturaleza nos oferta gratuitamente. A la
hora de recolectarlos conviene seguir algunos criterios que son de
sentido común: solo coger aquellas especies sobre las que no se
alberga ninguna duda, nunca arrasar ni coger mas de lo que vayamos
a utilizar, transportarlos en cestos de mimbre u otros que permitan
la liberación de las esporas y no destruir nunca setas, aunque sean
de las venenosas. ¡Más venenosas son las nucleares o los consejos
de ministros y convivimos con ellos! La otoñada es también la
última oportunidad de contemplar a anfibios y reptiles antes de que
hibernen y aún podremos ver, en los días claros, a las abejas
trabajando la floración de otoño, escuchar la berrea de los ciervos
(más bien en los inicios del otoño) o rastrear las hozadas de los
jabalíes en las praderas. Aún es buen tiempo para recoger tomillos,
mejoranas, romeros y otras plantas medicinales que nos aliviarán
las gripes del invierno... Buen tiempo este de otoño para apagar la
dichosa pantalla y subirse al Ocejón, a las Tetas de Viana o a
cualquiera de los muchos cerros hermosos de esta provincia, a
deleitarse un rato con la vista de esta tierra nuestra tan dura,
tan recia, tan viva y emocionante.
Fernando Llorente Arrebola