Uno de los problemas más graves que tenemos es el de la basura: producimos mucha y la gestionamos mal, pero hay alternativas.
Basura es todo aquel material de deshecho procedente de la actividad humana que, bien por su cantidad o por su composición química, resulta difícilmente asimilable por la Naturaleza. Así, por ejemplo, el estiércol sólo se convierte en contaminante si se acumula en grandes cantidades en un sólo punto. Pero hay otros materiales artificiales que se vuelven problemáticos aunque sea en pequeñas cantidades: el plástico, el mercurio, el plomo, y muy especialmente los residuos radioactivos y otros peligrosos.
Para un manejo eficiente de la basura hay que seguir estrategias
distintas según el tipo de basura, de ahí que sea tan importante la
separación de residuos en origen, o sea en nuestras casas. Pero,
antes de nada, lo prioritario es reducir drásticamente la
producción de basura peligrosa, así como de la superflua. Eso
requiere cambios tecnológicos y legislativos, pero también cambios
en nuestros hábitos de consumo: ahorro de electricidad, menos
bolsas de plástico, latas, tetra-briks, consumir más alimentos de
temporada y producidos cerca para que no requieran tanto transporte
y embalaje, reciclar, etc.
Para los
residuos no peligrosos e inevitables deberíamos observar cómo
funcionan los ecosistemas naturales y aprender de ellos. En la
Naturaleza todo deshecho de un proceso sirve de alimento a otro
proceso. Así, las hojas muertas del otoño sirven de alimento a las
bacterias del suelo, fertilizándolo. La Naturaleza recicla y
reutiliza todo... todo lo que puede, porque también ella tiene unos
límites temporales y espaciales en su capacidad de asimilación. La
contaminación llega precisamente cuando traspasamos estos límites
al insertar en un ecosistema demasiada basura en poco tiempo o
basuras tan complejas y artificiales que requieren siglos o
milenios para ser asimiladas.
El caso de la basura orgánica es especialmente sangrante. Basura
orgánica es toda aquella compuesta por materiales vegetales,
animales y minerales simples, o sea los despojos de nuestras
cocinas, los residuos agro-ganaderos, los de la pesquería, los
forestales, los del textil no sintético, incluso el papel... Tienen
la gran ventaja de ser fácil y rápidamente biodegradables, pero
producimos tanta cantidad de ellos (casi 2 kg por habitante y día)
y los manejamos tan irracionalmente, que son un grave y caro
problema de contaminación e insalubridad colectiva. La
irracionalidad comienza en el mismo punto de partida, al considerar
basura, deshecho o residuo a lo que en realidad son materiales
ricos en proteínas, fibras, ligninas, nitrógeno, etc y por tanto
son riqueza neta, vida. Así que el primer paso para resolver esta
locura en que vivimos pasa por separar estrictamente la fracción
orgánica de nuestra basura, evitando que se mezcle con plásticos,
latas y demás.
Toda familia que posea un trozo de tierra puede elegir un rincón en
el que ir depositando la basura orgánica doméstica, que se ha de
mezclar con materiales ricos en fibra o "secos": paja, hierba seca,
hojas, resto de poda desmenuzados, lana de oveja, serrín, incluso
cartón y papel. Si mantenemos la humedad del montón, se producirá
un proceso de fermentación y en unos meses tendremos un humus
excelente para fertilizar huertos, jardines o frutales. Pero no
todo el mundo, ni siquiera la mayoría, tiene un trozo de tierra y
puede hacer su proceso de compostaje, así que mucho más efectivo
sería que cada pueblo tuviera una planta de compostaje de materia
orgánica, con una modesta inversión en maquinaria (tractor con
pala, trituradora, y poco más), donde se podrían reciclar todos los
residuos domésticos orgánicos, los restos de poda, de jardinería y
forestales, e incluso los ganaderos, produciendo un humus que ya se
comercializa a precios muy rentables. Esto aliviaría mucho el
problema y los gastos de los actuales vertederos que, aunque llaman
"controlados", son fuente de contaminación del agua, la tierra y el
aire. Se generarían además algunos puestos de trabajo
autosostenidos en cada pueblo y devolveríamos a los campos un
material fértil del que están muy hambrientos.
Esto no es un sueño, esto ya es realidad en muchos municipios de
Navarra y otras provincias, donde funcionan varias plantas de
compostaje de residuos domésticos que han demostrado ser rentables,
ya que los gastos de instalación y procesamiento se amortizan con
los ingresos de la venta del humus. Los beneficios ambientales de
este tipo de plantas no se contabilizan monetariamente, pero no por
ello dejan de ser muy importantes. Que no tengamos ya estas plantas
de compostaje no sólo se debe a la ceguera e ignorancia de nuestros
políticos, sino también a que la ciudadanía no se lo exigimos con
suficiente fuerza.
Fernando Llorente Arrebola, gestor ambiental.