Revista 76
Número 76

Desigualdad

 

La semana pasada Intermón Oxfam presentó un informe sobre el reparto de la riqueza en el mundo. Dicho informe ha sido elaborado con los datos aportados por organismos oficiales. Las cifras son escandalosas: las 85 personas más ricas del mundo tienen tanto dinero como los 3.570 millones de personas que menos recursos tienen en el planeta. Una de las razones que explicarían esta trágica fractura hay que buscarla en la globalización, que ha permitido a los empresarios contratar a sus trabajadores en cualquier esquina del globo en condiciones de semiesclavitud. Otra, y muy ligada a la última crisis, es la erosión que está sufriendo la clase media.

El antiguo esquema de división entre países ricos y pobres, entre norte y sur ya no vale. En los países más ricos el número de pobres crece sin parar y en los países más pobres un reducido número de personas concentra la mayor parte de la riqueza. El aumento de la desigualdad es totalmente injusto, pero además impide el desarrollo económico. La concentración de la riqueza es una amenaza real para la democracia, ya que otorga a los ricos un poder inmenso, capaz de condicionar las decisiones de los políticos que acaban gobernando para la élite económica.

España tiene el honor de situarse a la cabeza de los países más desiguales de Europa. La crisis ha aumentado la brecha entre los ricos y pobres: antes de 2008, el 20 % de los españoles más ricos ganaba 5,3 veces más que el 20 % más pobre;  en 2011 esa cifra había aumentado hasta 7,5 veces.

Ser rico no es algo de lo que avergonzarse cuando el dinero se ha ganado honradamente (si es que eso es posible), sin embargo, es miserable el uso que los multimillonarios hacen de su capital. En la mayoría de los casos los potentados guardan el dinero en paraísos fiscales para no tener que tributar  en sus respectivos países y lo más indignante es que luego van de patriotas comprometidos con su país.

Pensamos que el dinero es la fuente de la felicidad. Pero hoy sabemos que la felicidad no se mide tanto por la riqueza que uno acumula como por su distribución. En una sociedad desigual hay más miedo. La afirmación de que la riqueza de unos nos beneficia a todos es doblemente errónea. Por un lado, no es verdad porque para eso la gente tendría que invertir su riqueza, cosa que no ocurre siempre y, por otro, porque no revierte en más felicidad ya que esta depende de la igualdad. ¿Cómo puede alguien ser feliz, por mucho dinero que tenga, cuando sus vecinos, amigos o familiares pasan calamidades?

Rogelio Manzano Rozas

 
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