La semana pasada Intermón Oxfam
presentó un informe sobre el reparto de la riqueza en el mundo.
Dicho informe ha sido elaborado con los datos aportados por
organismos oficiales. Las cifras son escandalosas: las 85 personas
más ricas del mundo tienen tanto dinero como los 3.570 millones de
personas que menos recursos tienen en el planeta. Una de las
razones que explicarían esta trágica fractura hay que buscarla en
la globalización, que ha permitido a los empresarios contratar a
sus trabajadores en cualquier esquina del globo en condiciones de
semiesclavitud. Otra, y muy ligada a la última crisis, es la
erosión que está sufriendo la clase media.
El antiguo esquema de división entre países ricos y pobres, entre
norte y sur ya no vale. En los países más ricos el número de pobres
crece sin parar y en los países más pobres un reducido número de
personas concentra la mayor parte de la riqueza. El aumento de la
desigualdad es totalmente injusto, pero además impide el desarrollo
económico. La concentración de la riqueza es una amenaza real para
la democracia, ya que otorga a los ricos un poder inmenso, capaz de
condicionar las decisiones de los políticos que acaban gobernando
para la élite económica.
España tiene el honor de situarse a la cabeza de los países más
desiguales de Europa. La crisis ha aumentado la brecha entre los
ricos y pobres: antes de 2008, el 20 % de los españoles más ricos
ganaba 5,3 veces más que el 20 % más pobre; en 2011 esa cifra
había aumentado hasta 7,5 veces.
Ser rico no es algo de lo que avergonzarse cuando el dinero se ha
ganado honradamente (si es que eso es posible), sin embargo, es
miserable el uso que los multimillonarios hacen de su capital. En
la mayoría de los casos los potentados guardan el dinero en
paraísos fiscales para no tener que tributar en sus
respectivos países y lo más indignante es que luego van de
patriotas comprometidos con su país.
Pensamos que el dinero es la fuente de la felicidad. Pero hoy
sabemos que la felicidad no se mide tanto por la riqueza que uno
acumula como por su distribución. En una sociedad desigual hay más
miedo. La afirmación de que la riqueza de unos nos beneficia a
todos es doblemente errónea. Por un lado, no es verdad porque para
eso la gente tendría que invertir su riqueza, cosa que no ocurre
siempre y, por otro, porque no revierte en más felicidad ya que
esta depende de la igualdad. ¿Cómo puede alguien ser feliz, por
mucho dinero que tenga, cuando sus vecinos, amigos o familiares
pasan calamidades?
Rogelio Manzano Rozas