La carretera serpentea por el desfiladero entre los abruptos muros del río Mesa. Dejamos atrás Algar de Mesa y, poco a poco, las enormes paredes de piedra se van abriendo y suavizando.Al doblar una curva un pairón nos avisa de la cercanía de Villel de Mesa.
En el valle del río Mesa, afluente del
Jalón, confluyen las provincias de Guadalajara, Soria y
Zaragoza. En este cruce de caminos se encuentra Villel de Mesa,
considerado como la capital del valle del Mesa. Ubicado en una
amplia y rica vega ocupada por huertos, limita con los municipios
alcarreños de Algar de Mesa, por el este, y Amayas y Mochales por
el sur; al oeste con la provincia de Soria (término de Iruecha) y
al norte con Zaragoza (término de Sisamón). La altitud sobre el
nivel del mar es de 937 m y sobresalen los más de 120 m. los cerros
colindantes. La superficie del término municipal es de 3722
ha.
El censo de Villel no llega a 200 personas, aunque en verano la
población se duplica: los jubilados, que en invierno se retiran a
la ciudad huyendo de los rigores invernales de estas tierras.
regresan en el tiempo de las golondrinas buscando la tranquilidad y
la compañía de sus vecinos. Los que todavía tienen fuerzas se
entretienen con la huerta y los que tienen achaques emplean el
tiempo en largos paseos y tertulias con los vecinos.
Villel de Mesa es uno de esos pueblos donde la vida pasa despacio,
donde no hay sobresaltos y parece que nunca pasa nada. Por las
tardes los jubilados se sientan en los bancos de la plaza a tomar
el sol y pasan revista a los pocos forasteros que se acercan a este
hermoso pueblo. Un grupo de hombres juega al mus en la terraza del
bar, cuatro mujeres comentan lo poco que vienen los dueños del
palacio, y una señora echa unos mendrugos de pan a una perra
abandonada que ha tenido cachorros. «Me da mucha pena el animalito,
mira que agradecida es», dice. Y añade: «¡cuánto tenemos que
aprender las personas de los animales!». Villel de Mesa, aunque es
un pueblo pequeño, es el más grande de su entorno y posee la única
escuela de los alrededores. En ella estudian los seis niños que
viven en el pueblo, un auténtico tesoro ya que los pueblos
limítrofes de Mochales y Algar de Mesa no tienen niños. Los pocos
jóvenes que se han quedado en el pueblo trabajan en el
mantenimiento de los enormes aerogeneradores que en los últimos
años han ido poblando toda la comarca.
Villel es un pueblo cuyo ayuntamiento cuenta con muy pocos
recursos económicos. Su escasa población y su lejanía de la capital
de la provincia de Guadalajara hacen que tenga pocos servicios. No
dispone de personal municipal para las tareas más básicas, como la
limpieza de las calles o el cuidado de los jardines. Son los
propios vecinos, generalmente jubilados, los que se organizan para
mantener las infraestructuras del pueblo. Se hacen cuadrillas para
la limpieza de las calles, para desbrozar las cunetas, para echar
sal en las calles y carreteras durante el invierno, etc.
Los vecinos de Villel de Mesa, al igual que los paisanos de los
pueblos vecinos, sienten autentica pasión por la caza: a menudo sus
conversaciones giran sobre este tema y cada temporada esperan
ansiosos que se abra la veda.
El elemento más representativo de Villel es su castillo, o lo que
queda de él.
Encaramado en lo alto de una cresta de roca, su presencia domina
todo el pueblo, que se arremolina en torno a su desvencijada
estampa. El castillo de los Funes es un ejemplo de «castillo
roquero», porque su planta se adapta a la estrecha cresta que
le sirve de base. La puerta de la fortaleza se encuentra bajo la
gran torre orientada al norte. El interior del recinto es angosto y
cuenta con un pequeño patio, y en el extremo opuesto a la gran
torre se encuentra un pequeño torreón o garito con paredes de
adobe. La torre de la entrada servía de residencia y punto fuerte
del bastión. No hace muchos años, un rayo desplomó algunas almenas
de este castillo, construido de sillarejo y tapial. A sus pies
destaca el palacio de los marqueses de Villel, obra del siglo XVIII
muy representativa de la tipología de las casas nobles molinesas.
Su interior conserva la estructura original.
Otro edificio emblemático de Villel de Mesa es su iglesia
parroquial, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción. Es una obra
arquitectónica del siglo XVI, y en ella se mezclan los estilos
gótico y renacentista, con una portada orientada al mediodía,
ventanales y un interior cubierto de bóvedas de crucería. La torre
del campanario cuenta con un reloj, parado, y las cornisas del
templo están adornadas con hermosas gárgolas que cuando llueve
vomitan el agua del tejado. En el interior, sus muros cuentan con
algunos buenos retablos de pintura y escultura de los siglos XVI al
XVIII. El retablo mayor es barroco y sobre él aparecen talladas
imágenes de la asunción de la Virgen, de Cristo resucitado y de San
Bartolomé. Y tras el gran altar mayor encontramos restos de
pinturas murales, aunque en mal estado de conservación. La hermosa
pila bautismal del siglo XVI con tallas de puntos, guirnaldas y
florones se conserva en la capilla a los pies del templo.
En las afueras, son de destacar las ermitas de los Pastorcillos y
de Jesús Nazareno y uno de los parajes más apreciados por los
vecinos es el conocido como Pozo Galano. En este lugar el cauce del
río Mesa se estrecha y se retuerce entre numerosos saltos de agua y
abruptos meandros. El lugar es de una gran belleza salvaje.
La presencia de asentamientos humanos en la zona se remonta,
según los distintos yacimientos arqueológicos presentes dentro de
los límites de Villel de Mesa, al año 1000 antes de nuestra era.
Durante la transición de la era del Bronce Final, (también llamado
Bronce III), a la del Hierro.
Entre los años 600 y 300 a. C., la región del señorío de Molina se
encontraba en plena Celtiberia Citerior. En concreto, el término de
Villel de Mesa habría estado bajo el dominio de la tribu Tittos,
que se extendían desde lo que es la actual Molina de Aragón hasta
la desembocadura del río Mesa en el río Piedra.
Se cree que muy cerca de Villel de Mesa pudo pasar una vía romana,
que comunicaba la zona de La Mancha con la importante calzada que
conectaba las ciudades de Calatayud, Sigüenza, Bilbilis y Segontia.
Un testimonio de esta vía es el puente romano sobre el río Mesa
entre Mochales y Villel.
Los visigodos se asentaron en la zona hacia el siglo VI. De su
cultura ha quedado los restos de una necrópolis con sus tumbas y
ajuares y alguna otra tumba aislada.
A principios del siglo VIII comienza la conquista de la península
por parte de los árabes, quienes permanecerán en el señorío de
Molina hasta finales del siglo XI.
Entre los años 1121 y 1124 se produce la reconquista de los valles
del Jalón y el Mesa. Posteriormente se lleva a cabo un proceso de
repoblación, repartiendo las tierras conquistadas entre aquellos
que habían ayudado a la expulsión de los musulmanes. Es en este
momento cuando tiene su verdadero origen la actual villa de Villel,
que abandona el antiguo asentamiento árabe, conocido como El
Villar.
En el año 1202, Villel quedó bajo la jurisdicción del castillo de
Mesa, que era propiedad de los señores de Molina. y en los años
posteriores el asentamiento cambió varias veces de manos entre los
reinos de Castilla y Aragón.
La Guerra de Sucesión (1700-1714) deja también sus marcas en
Villel. Entre ellas el incendio del palacio de los marqueses en
1710.
En el siglo XVIII, a finales de la década de los veinte, la zona
sufrió intensos daños en las cosechas y el ganado debido a los
crudos inviernos, el granizo, las heladas y las nevadas.
Hasta el año 1801 perteneció a Cuenca y a partir de dicha fecha
pasó a formar parte de Soria.
Durante la Guerra de la Independencia (1808-1814), el pueblo fue
saqueado e incendiado por los franceses. Una vez terminada la
guerra Villel siguió perteneciendo a Soria, aunque se ubicaba
fuera de los límites de la provincia. En noviembre de 1820 se
agregó al partido de Molina de Aragón y quedó dentro de los límites
de la provincia de Guadalajara.
En el siglo XIX, en la década de los setenta y ochenta, la villa
se vio afectada por las epidemias de viruela y cólera, que
redujeron la población en más de cien habitantes. La viruela, duró
124 días (del 1 de noviembre de 1874 al 4 de marzo de 1875) y acabó
con la vida de un total de 42 vecinos. Diez años después, una
bacteria causó aún mayor estrago que el virus anterior: el cólera
dejó en la villa 67 fallecidos en tan solo 52 días, del 22 de julio
al 12 de septiembre de 1885. Aún existe el cementerio de los que
murieron en la epidemia.