El deporte está arraigado en nuestra
cultura desde hace mucho tiempo y esto, en sí mismo, no
tiene porque ser algo negativo: el problema surge cuando la cultura
se limita al deporte.
En el siglo I el poeta romano Juvenal describía con su enunciado
«Pan y Circo» la costumbre de los emperadores romanos de regalar
trigo y entradas para los juegos circenses como forma de mantener
al pueblo distraído de la política y los problemas sociales. Desde
entonces la situación no ha cambiado mucho.
No hay más que ver el telediario de cualquier cadena, o echar un
vistazo a cualquier periódico, para darse cuenta de que la mitad de
la información es deportiva y principalmente habla de futbol. Da
pena ver cómo los medios de comunicación comienzan sus informativos
hablando del hambre en África, la guerra en Palestina, las cifras
del paro, o los recortes en sanidad o educación y acaban hablando
de los fichajes millonarios de los futbolistas. Es muy triste que
un medio de información dedique más espacio a Cristiano Ronaldo que
a la pobreza infantil. Mientras el Estado no tiene dinero para
arreglar carreteras o restaurar nuestro rico y despreciado
patrimonio cultural, se gastan millones de euros en construir
polideportivos infrautilizados.
El opio del pueblo ya no es la religión. El deporte, y
concretamente el fútbol, se ha convertido en la droga más popular
para adormecer a las personas. El silencio de la población ante los
recortes sociales y la situación política contrasta con los
alaridos que profieren en los estadios.
Pero ¿qué tiene el fútbol para enganchar a la gente de esta
manera? Muy sencillo, conecta con lo más primario de nuestro ser.
Los aficionados no entran en dilemas morales, estéticos, ni
siquiera deportivos. Su lógica se limita a creer que su equipo es
de puta madre y los rivales son unos hijos de puta.
Es patético ver los disgustos que se agarran algunos cuando su
equipo pierde, gente llorando desconsoladamente, agresiones a los
aficionados del equipo rival, destrozos en el mobiliario urbano…
Puede que no tengan para pagar la hipoteca, que no puedan comprar
los libros de texto a sus hijos, pero… qué importa mientras gane su
equipo.
Hoy en día el deporte es, ante todo, un gran negocio que ha
prostituido sus valores: respeto, cooperación, compañerismo, afán
de superación… Ahora ya no importa competir bien, lo importante es
ganar de cualquier manera. Hay mucho en juego.
Donde se mueve mucho dinero hay mucha corrupción e intereses
extradeportivos. La FIFA, la FIA, el COI… no son más que
organizaciones dirigidas por personas a las que bien poco les
interesa fomentar en deporte, lo único que les interesa es
forrarse. A nosotros nos dejan el circo, el pan se lo quedan
ellos.
Rogelio Manzano Rozas