En estos tiempos en los que la
mentira y la corrupción se han extendido como una mancha de
aceite en todos los estamentos de la sociedad, uno ya no sabe como
distinguir el grano de la paja. Hemos aprendido a saber cuando los
políticos mienten, basta con mirarles fijamente la boca, si la
mueven, mienten. Pero en los últimos años hemos visto que la
infamia no solo es patrimonio de los políticos; banqueros y
empresarios. También los sindicalistas y todos aquellos a los que
se les ha presentado la ocasión no han dudado en forrarse, robando
y traicionando la confianza de las personas honradas.
Si la palabra se ha convertido en una herramienta al servicio de
la mentira, ¿cómo podemos reconocer la verdadera naturaleza de las
personas? Cuando Abraham Lincoln estaba buscando candidatos para el
consejo de ministros, uno de sus consejeros le sugirió el nombre de
cierta persona. Lincoln lo rechazó. ¿Por qué? Le preguntó el
consejero. No me gusta su cara, respondió el presidente. ¡Ese no
puede ser el motivo! Exclamó el consejero; pero si él no es
responsable de su cara… ¿Qué puede hacer? No puede evitarlo. No,
dijo Lincoln, después de los cuarenta, cada hombre es responsable
de su cara.
El rostro de las personas es como un lienzo en blanco donde, sobre
la base de la herencia genética, hemos ido moldeando una fisonomía,
reflejo de nuestra forma de ser, de las actitudes que predominan en
nuestra vida y de los sentimientos más frecuentes. Las cicatrices y
las arrugas van, poco a poco, dibujando un currículum vitae que
está a la vista de todos y es imposible ocultar. Solo hay que dejar
a un lado los prejuicios y saber descifrar las distintas
expresiones para llegar a lo más profundo de la naturaleza humana.
De ahí viene la expresión popular de que la cara es el espejo del
alma.
Hay personas a las que basta con mirarles la jeta para saber que
son unos impostores: el gesto duro y prepotente de Bárcenas lo
delata; por su cara de avaro, Blesa, que debería haber probado
suerte como supertacañón en el Un, dos tres. La repugnante jeta de
Carlos Fabra, que con sus inseparables gafas de sol parece recién
salido de una viñeta de Martínez el facha. La careta amorfa de
Oriol Junqueras o Carod Rovira, indignos imitadores de los
recordados Epi y Blas. Los militantes de Bildu. ¿Es que han ido a
la casa de los Monster a hacer el casting? No puede ser casualidad
que tengan esas caras.
Rogelio Manzano Rozas