Revista 84
Número 84

PalacioPozancos

En esta pequeña pedanía habita la tranquilidad, el silencio solo se rompe por el murmullo del agua de sus fuentes. Parece que aquí se ha conseguido la armonía entre la naturaleza y la obra del hombre; entre lo nuevo y lo viejo.

A 9 km de Sigüenza, en una comarca donde abundan los pueblos deshabitados y tras dejar atrás la pequeña aldea de Ures, llegamos a Pozancos; un poco más allá acaba Guadalajara y comienza Soria. Situado en un estrecho valle, casi una garganta de laderas empinadas y cubiertas por un manto frondoso de encinas, el pueblo mira al Sur buscando la luz del sol y queda protegido de los fríos por cuatro cerros importantes a considerar: el de la Umbría, la Peña del gato, la Cuesta de los milagros y la Peña rubia.
Pozancos, al igual que la mayoría de los pueblos de la comarca, depende administrativamente de Sigüenza. Según los datos del INE en el año 2009 contaba con 34 habitantes, hoy posiblemente sean menos. En 1850 había 120 personas viviendo en Pozancos.

Como otros pueblos de la comarca seguntina, Pozancos vivió tiempos de más esplendor. La villa fue creada a finales de la Edad Media y llegó a ser cabecera de señorío. La relevancia de antaño ha dejado testimonios, como la iglesia de la Natividad y el palacio de los Lagúnez. El pueblo está formado por tres calles paralelas y escalonadas, que se llaman calle Real, calle del Monte y calle del Río. El eje del pueblo es la calle Real donde se encuentra el Palacio y una original fuente, adornada con tres pináculos; del más grande mana el agua desde sus dos caños. En el pilón de la fuente varias carpas dormitan. En la calle más alta, la calle del Monte, junto a una fuente fechada en 1954 existe un hermoso alfar, donde trabajan desde hace más de veinte años Carlos Alonso y María, su mujer. Esta pareja de artistas descubrió Pozancos en su juventud por casualidad  y ambos quedaron prendados por la tranquilidad y el sosiego que se respira en cada uno de sus rincones. En sus estrechas calles no hay coches aparcados ya que impedirían el paso de cualquier otro vehículo y es raro ver algún turismo. No existen aceras y las plantas crecen libremente en las rendijas de paredes y calles. La calle del Río corre paralela al cauce del arroyo y a las huertas.
Uno de los edificios más singulares de Pozancos es la iglesia parroquial de la Natividad. De estilo románico tiene la cabecera semicircular de mampostería, con canecillos de nacela y una saetera de sillares y la portada meridional, que abre sobre un cuerpo resaltado a base de cuatro arquivoltas de gruesos baquetones y guardapolvo de escocia. La arquivolta exterior apea sobre una pareja de jambas, mientras que las interiores lo hacen sobre tres pares de columnas con las basas muy deterioradas por la humedad. Los capiteles tienen forma troncocónica alargada y una sencilla decoración vegetal.


Plazoleta

 

El resto del templo sufrió importantes reformas la principal en el siglo XVII cuando se rehízo la nave y se construyó la sacristía. La más interesante corresponde a la capilla gótica que se abrió en el muro meridional en el siglo XV. El acceso al interior se realiza por un arco con decoración vegetal que cierra una reja de forja gótica. Destaca en esta capilla el arcosolio alojado en la pared del fondo que cobija el enterramiento de don Martín Fernández, Señor de Pozancos, beneficiado de la catedral de Sigüenza, Arcipreste de Hita y fundador de esta capellanía.
El arcosolio está compuesto de un arco trasdosado por otro conopial. El primero se decora con una moldura estriada, cardinas y un grueso baquetón. El conopial con motivos vegetales. En el centro hay una talla de la Virgen con el Niño bajo un dosel sobre un ramillete de hojas, acompañada en los laterales por las figuras de San Juan y la Magdalena.
A los lados del sepulcro se ubicaban sendas tallas de Adán y Eva que actualmente forman parte de la colección permanente del Museo Diocesano de Sigüenza, al igual que el cuadro que representa el Santo Entierro de Cristo y que ocupaba el espacio hoy vacío sobre el sepulcro. Se trata de una pintura sobre tabla con remate semicircular para adaptarse al espacio de la misma forma del arcosolio. Es de finales del siglo XV o principios del XVI, de estilo gótico castellano-flamenco, con influjo de Fernando Gallegos. De autor anónimo, se atribuye a un llamado Maestro de Pozancos que pertenecería al círculo de Juan de Flandes o de Juan de Borgoña, de los que hereda un especial interés por las figuras y, en especial, por los rostros.

 

 
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