La mente.es muy puñetera y siempre nos
obsesionamos con aquello que nos falta. La crisis económica
ha llevado a muchas personas a situaciones propias de una
postguerra, sin trabajo, sin casa y sin comida. La situación es más
dolorosa, si cabe, para muchos que antes de esta crisis vivían con
holgura, e incluso cayeron en la ostentación y el despilfarro, y
ahora no tienen ni para comer.
Al mismo tiempo que la miseria ha ido ganando terreno, en los
medios de comunicación han proliferado los espacios dedicados a la
cocina. Cada cadena de televisión tiene su concurso de cocina:
Masterchef, Top Chef, Masterchef Junior, etc. Espacios en los que
los concursantes demuestran sus habilidades ante los fogones. Los
cocineros profesionales, ahora llamados Chef, han alcanzado un
prestigio más propio de estrellas de cine. Es raro el día que la
prensa no dedica un reportaje a alguno de estos profesionales.
Personajes como Ferrán Adrià, Sergi Arola o Carlos Arguiñano son
más famosos y reconocidos que muchos políticos, artistas y, por
supuesto, científicos españoles.
Me imagino a muchas familias frente al televisor viendo Masterchef
mientras cenan un huevo frito o, peor aún, un bocadillo de pan con
pan, relamiéndose ante los platos que aparecen en pantalla. ¿Acaso
no es perverso mostrar viandas inalcanzables a un hambriento? La
imaginación puede ser el alimento del alma, pero no llena el
estómago.
Vivimos en un mundo en el que 1 de cada 8 personas pasa hambre y
en el que casi 25.000 mueren cada día por falta de comida. En
España se calcula que entre tres y cuatro millones de personas
tienen dificultades para acceder a una dieta adecuada. La realidad
está llena de contradicciones: en nuestro país se desperdicia una
media de 163 kilos de comida por persona al año, lo que suma 7,7
millones de toneladas al año. En términos absolutos es el sexto
país que más comida tira después de Alemania (10,3), Holanda (9,4),
Francia (9), Polonia (8,9) e Italia (8,7). Además, gran parte de
esta comida no se tira porque esté en mal estado, sino porque tiene
mal aspecto.
Cuando uno va a la frutería tiene la sensación de que las frutas,
las legumbres y las hortalizas están hechas en serie en una
fábrica, todas son iguales. Parece que hubieran tenido que pasar un
concurso de belleza. Las hortalizas que no pasan el examen no
acaban en los mostradores de las fruterías: van a parar a los
contenedores de basura, donde una legión de hambrientos sin
escrúpulos espera para comerse a la más fea.
Rogelio Manzano Rozas