Revista 87
Número 87

Comer con los ojos


La mente.es muy puñetera y siempre nos obsesionamos con aquello que nos falta. La crisis económica ha llevado a muchas personas a situaciones propias de una postguerra, sin trabajo, sin casa y sin comida. La situación es más dolorosa, si cabe, para muchos que antes de esta crisis vivían con holgura, e incluso cayeron en la ostentación y el despilfarro, y ahora no tienen ni para comer.

Al mismo tiempo que la miseria ha ido ganando terreno, en los medios de comunicación han proliferado los espacios dedicados a la cocina. Cada cadena de televisión tiene su concurso de cocina: Masterchef, Top Chef, Masterchef Junior, etc. Espacios en los que los concursantes demuestran sus habilidades ante los fogones. Los cocineros profesionales, ahora llamados Chef, han alcanzado un prestigio más propio de estrellas de cine. Es raro el día que la prensa no dedica un reportaje a alguno de estos profesionales. Personajes como Ferrán Adrià, Sergi Arola o Carlos Arguiñano son más famosos y reconocidos que muchos políticos, artistas y, por supuesto, científicos españoles.

Me imagino a muchas familias frente al televisor viendo Masterchef mientras cenan un huevo frito o, peor aún, un bocadillo de pan con pan, relamiéndose ante los platos que aparecen en pantalla. ¿Acaso no es perverso mostrar viandas inalcanzables a un hambriento? La imaginación puede ser el alimento del alma, pero no llena el estómago.

Vivimos en un mundo en el que 1 de cada 8 personas pasa hambre y en el que casi 25.000 mueren cada día por falta de comida. En España se calcula que entre tres y cuatro millones de personas tienen dificultades para acceder a una dieta adecuada. La realidad está llena de contradicciones: en nuestro país se desperdicia una media de 163 kilos de comida por persona al año, lo que suma 7,7 millones de toneladas al año. En términos absolutos es el sexto país que más comida tira después de Alemania (10,3), Holanda (9,4), Francia (9), Polonia (8,9) e Italia (8,7). Además, gran parte de esta comida no se tira porque esté en mal estado, sino porque tiene mal aspecto.

Cuando uno va a la frutería tiene la sensación de que las frutas, las legumbres y las hortalizas están hechas en serie en una fábrica, todas son iguales. Parece que hubieran tenido que pasar un concurso de belleza. Las hortalizas que no pasan el examen no acaban en los mostradores de las fruterías: van a parar a los contenedores de basura, donde una legión de hambrientos sin escrúpulos espera para comerse a la más fea.


Rogelio Manzano Rozas

 
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