Estamos inmersos en plena campaña
electoral y, después de un letargo de cuatro años, los
candidatos a ocupar los ayuntamientos salen a la luz y se presentan
en sociedad. Algunos son nuevos, a otros los conocemos porque
siempre están dispuestos a salir en la foto y otros han estado
hibernando cuatro años.
Es el momento de valorar y evaluar la gestión municipal en esta
legislatura que ahora termina. Para ello, hay que clasificar a los
candidatos en tres categorías: la primera y más escasa corresponde
a los regidores que han hecho un trabajo eficiente y discreto, en
algunos casos sin cobrar, conscientes de la situación económica de
sus municipios. Luego están los alcaldes que se han pasado la
legislatura en el bar haciendo el zángano, cobrando más que un
ministro y siempre dispuestos a salir en la foto. Por último, están
los eternos candidatos, que legislatura tras legislatura, esperan
ocupar el sillón de alcalde, van por la calle como un alma en pena
y no son conscientes de que su tiempo ha pasado.
El caciquismo es un mal muy arraigado en nuestro país; con el
tiempo ha ido mutando para adaptarse a los nuevos tiempos y, bajo
una apariencia más amable, seguir perpetuándose en el poder. Es
curioso observar la transformación de los humildes candidatos en
arrogantes señores feudales cuando alcanzan la alcaldía. Es
bochornoso ver cómo lo primero que hacen cuando llegan al
ayuntamiento es rodearse de sus amigotes otorgándoles privilegios y
premiando su sumisión con un cargo, un sueldo por no hacer nada u
otros privilegios menos evidentes pero igual de rentables. Si esto
es lamentable, aún lo es más el silencio de los vecinos, que siendo
conscientes de la situación callan y otorgan.
Hay que ejercer un control diario sobre los alcaldes que no hacen
su trabajo. Muchos dan por buenas las malas artes de algunos
regidores porque siempre se ha hecho así, o porque no quieren
problemas. Sin embargo, muchas de estas prácticas son un delito
castigado por la ley con nombres como nepotismo, soborno,
prevaricación, cohecho, tráfico de influencias… En fin, la
corrupción tiene muchas caras y muchos nombres, pero el objetivo es
siempre el mismo: servirse de lo público para enriquecerse.
En una comarca como la nuestra donde la política urbanística no ha
tenido ningún control son muchos los alcaldes que se han forrado a
costa de dilapidar el patrimonio municipal. Así, se han declarado
urbanizables terrenos rústicos después de ser comprados por el
promotor de turno, que en algunos casos era incluso el propio
arquitecto municipal.
Sinceramente, creo que hay pueblos en nuestra comarca que no
tienen futuro, lugares donde el dilema está en elegir entre lo malo
o lo peor, donde el alcalde vegeta durante toda la legislatura en
la barra de un bar y la oposición brilla por su ausencia. Pueblos
donde los vecinos no tienen más interés que saber cuantos toros van
a contratar para las fiestas patronales. Así nos va.
Rogelio Manzano Rozas