Revista 92
Número 92

El verano más largo


Un grupo de jubilados de mi pueblo comentaban en el mes de marzo, a la salida de misa, cómo había cambiado el clima desde que ellos eran niños. Recordaban con nostalgia cómo el arroyo tenía agua durante todo el verano y que en invierno se formaba una capa tan gruesa de hielo que se podía patinar sin problemas. Recordaban también el frio intenso que hacía en la escuela y los sabañones en las orejas. Durante la conversación apareció varias veces una expresión que no existía cuando ellos iban a la escuela «Cambio climático». De hecho, la mayoría de ellos hace poco tiempo que lo escucharon por primera vez y nunca pensaron que sufrirían sus consecuencias.

Los que ya tenemos cierta edad echamos de menos a la primavera y al otoño. Ya no hay esa transición entre el frio invierno y el caluroso verano. Un día andas en camiseta y al siguiente tienes que echar mano del abrigo, o al contrario. Desgraciadamente el problema, y sus consecuencias, son bastante más graves que el dilema de salir de casa con paraguas o con sombrilla.

Según los científicos, España será el país del mundo que más sufra las consecuencias del cambio climático, no solo por su situación geográfica, sino también por la escasa conciencia y sentido común de la mayoría de sus habitantes y políticos. Entre los efectos más inmediatos podemos citar los siguientes: Alteraciones en los ecosistemas terrestres con riesgo de aumento de plagas. Reducción de la productividad de las aguas marinas, y por tanto, de la pesca. «Aridización» del sur del territorio. «Mediterraneización» del norte del territorio. Pérdidas en la vegetación de alta montaña, bosques caducifolios y la vegetación litoral. Reducción de la riqueza de especies animales, actualmente la mayor de Europa. Mayor virulencia de los parásitos. Aumento de especies invasoras. Disminución de un 20 % del agua disponible hacia finales de siglo XXI. Aumento de la desertificación por la pérdida de propiedades de los suelos. Plagas y enfermedades forestales. Disminución de la rentabilidad de las ganaderías. Aumento de una media de 50 centímetros del nivel del mar. Pérdida de playas, sobre todo en el Cantábrico. Disminución de la estancia media de los turistas, con las consiguientes pérdidas económicas. Aumento de la intensidad, frecuencia y magnitud de los incendios. Aumento de la contaminación del aire relacionada con las partículas y el ozono troposférico. Extensión de la posibilidad de contagio de enfermedades subtropicales.

Esta primavera ha sido la cuarta más calurosa de los últimos 45 años. Las temperaturas han sido 1,5 grados más altas que la media en esta época y en el mes de mayo la temperatura ha sido 2,5 grados superior a la media. Las precipitaciones han sido un 10 % inferiores a otros años. No es que hayamos perdido la primavera y el otoño, es que dentro de poco solo tendremos verano. La verdad es que me llevan los demonios cuando escucho a la gente alegrarse del «buen tiempo» y las bondades de bañarse en pleno mes de enero. Aprovechen ahora que todavía hay playas porque en unos años debido al calentamiento global el mar se las habrá tragado junto a los apartamentos en primera línea y los chiringuitos. Por supuesto los turistas habrán emigrado a países con un clima más «Mediterráneo» como Noruega.

Rogelio Manzano Rozas

 
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