El más pequeño de nuestros fringílidos es abundante y gregario en invierno. Los machos, muy conspicuos por sus colores amarillos, se encuentran entre las aves que más tempranamente avisan de la primavera con sus característicos cantos. Habita tanto áreas forestales abiertas como parques con arbolado.
Se trata de un ave pequeña, con un pico ancho, pero muy corto, y una cola con una marcada escotadura en el extremo. Machos y hembras poseen un conspicuo obispillo verdeamarillento. Ambos, además, tienen el pecho y el vientre de color blanco amarillento, con pintas o cortas rayas verticales. Pero los machos, sobre todo en primavera, muestran la frente, la garganta y la pechera teñidas de intenso amarillo. Los verdecillos jóvenes se parecen a las hembras, pero son más pálidos y rayados. Por su tamaño, aspecto y coloración, el verdecillo se asemeja a los lúganos, aunque presenta el pico más corto y menos afilado y carece de las bandas verde-amarillentas que son fácilmente visibles en el lúgano. También podría confundirse con el verderón serrano; no obstante, este tiene la cabeza gris y además habita en el límite de altitud superior del bosque, donde el verdecillo resulta muy escaso. En invierno conforma nutridos bandos y se mezcla con otros fringílidos granívoros, como verderones comunes, pardillos comunes, jilgueros, etc.
Para criar selecciona prioritariamente las plantaciones de cítricos y olivos. También resulta muy frecuente en bosques abiertos, siendo algo más abundante en los de hoja perenne. Siente preferencia por grandes avenidas arboladas, parques y jardines y es habitante de las ciudades y pueblos. Lo mismo sucede en pleno campo, donde vive cerca de caseríos y en aldeas. Los huertos de frutales y los altos setos constituyen un hábitat también muy frecuentado, lo mismo que los viñedos. En otoño e invierno amplía el espectro de hábitats y es habitual observar bandos en paisajes agrarios con escasa vegetación arbórea.
Serín verdecillo
Serinus serinus
Fringillidae
Passeriformes
11-12 cm.
11-15 g.
18-20 cm.
2-3 años
Residente
No vuela habitualmente a gran altura, sino que lo hace entre los
árboles, a la vez que canta o lanza su trino. En época de celo y
reproducción vuela más como un murciélago que como un pájaro.
Entonces, sus planeos y giros muestran unas alas más largas de lo
que parecería que debería tener un pájaro tan pequeño. Camina por
el suelo a saltos. En él come a menudo en compañía de varios
verdecillos. Es muy sociable y no solamente en época invernal.
Durante la primavera se pueden congregar varias parejas muy cerca
unas de otras. En vuelo largo se nota una acusada ondulación.
Los verdecillos europeos e ibéricos son migradores parciales. La
mayoría de las poblaciones del norte, centro y este de Europa
migran a finales del verano hacia la región mediterránea y retornan
entre los meses de febrero y mayo. En España se controlan, durante
la época invernal, verdecillos anillados en Europa Occidental:
Francia, Alemania, Bélgica y Suiza. Además, una importante
proporción de la población del norte y centro peninsular desciende
en altitud o se desplaza entre septiembre y noviembre hacia el sur,
cruzando el mar Mediterráneo e invernando de manera masiva en el
norte de África. Estos verdecillos regresan a España en marzo y
abril.
Es uno de los pájaros más sonoros de la campiña. Además del canto
típico, lanza continuamente un trino largo y musical formado por
repetición de notas líquidas «¡¡tirrilirrit!!» o más corto
«¡¡rrilit!!» Durante la cría es frecuente escuchar una llamada de
ansiedad, en especial cuando siente amenazado el nido por la
presencia de un hombre o animal. Un «¡suiit!» que repite a
intervalos regulares mientras subsiste el peligro. A veces también
se escucha el mismo sonido de alarma durante el vuelo de un árbol a
otro. El canto es un gorjeo medio musical medio chirriante,
prolongado e insistente, que no resulta desagradable de escuchar y
que algunos verdecillos interpretan con cierta armonía, lo que les
hace ser menos monótonos. Habitualmente el serín verdecillo canta
posado a gran altura, pero también es frecuente escucharlo en vuelo
circular, con las alas bien extendidas, planeando y posándose en la
rama de un árbol sin dejar de cantar un solo segundo. En la
práctica canta todo el año. En el mes de enero, con sol y
temperatura benigna, se le escucha en gran parte de su hábitat
meridional. Esto es más ocasional en el Norte, pero también tiene
allí canto invernal. Desde febrero, época en que muchas parejas
quieren ya establecerse en un territorio, los machos cantan con
insistencia. Mayor intensidad tiene su voz en junio. Muy poco canto
en agosto y septiembre. A mediados de octubre se escuchan ya
algunos y en los meses de noviembre y diciembre su canto es
intermitente.
La alimentación es fundamentalmente vegetal. Minúsculas semillas de plantas parásitas y gramíneas constituyen el grueso de su dieta invernal. En primavera come muchos brotes tiernos de arbustos y árboles. Así el olmo Ulmus y el abedul Betula le atraen especialmente. En rastrojeras y campos cultivados donde crece el cardillo Taraxacum officinale se concentran en invierno grandes bandos. También come semillas de Capsella, polygonum, Artemisia vulgaris, etc. Además, ocasionalmente también captura invertebrados, sobre todo durante la ceba de los pollos, y picotea la pulpa de frutos carnosos.
Los machos empiezan a establecerse en un territorio, no muy grande ni bien delimitado, a partir de febrero. Todavía algunos no han llegado para finales de abril. La arribada de las hembras es discreta, porque el continuo canto del macho atrae toda nuestra atención. Pronto, sin embargo, aquéllas se hacen notar cuando los dos miembros de la pareja vuelan juntos lanzando el característico «¡¡rrilit!!» A finales de abril y en lugares muy favorables, incluso en marzo, ya empiezan las hembras la construcción del nido, muy pequeño y generalmente bien oculto en las ramas de un arbusto, una planta ornamental, un árbol frutal, una conífera, etc., a una altura variable entre 1,5 y 12 metros. La estructura del nido está formada por musgo, poca hierba seca, líquenes y raicillas, unido todo muy sólidamente con telas de araña. El interior está forrado invariablemente con pelo y plumas. Cada puesta consiste en 3-5 huevos, muy pequeños, de color azul pálido punteados de rojizo o violáceo que se acumulan sobre el extremo más ancho. Los huevos son lisos y brillantes y muchos tienen un tinte general verdoso.
Solo incuba la hembra, aunque a veces el macho también colabora. En
el nido es alimentada a menudo por el macho, que no deja de cantar,
mientras ella incuba. Después de 12-14 días nacen los pollos,
cubiertos de plumón gris pálido, largo y muy escaso. El interior de
la boca es rosa y no hay puntos oscuros sobre la lengua. También
son rosadas las comisuras. Alimentados por ambos adultos, mucho más
por la hembra, con materia vegetal que regurgitan, los jóvenes
verdecillos se desarrollan muy bien y rápidamente. Abandonan el
nido a los 14-16 días de edad y son cuidados y cebados muy a menudo
en el suelo por los padres, por lo menos durante otra semana antes
de que sean independientes. Dos crías anuales son normales en el
área norte de reproducción, pero, probablemente, en zonas
meridionales, donde las primeras puestas suelen ser en el mes de
febrero, debe de haber tres crías por lo menos.
La población europea podría alcanzar los 12 millones de parejas (datos del año 2000). En España se trata de un ave muy común, hasta el punto de que es la más ampliamente distribuida y abundante, de acuerdo con los resultados del programa SACRE en el año 2005. Según el Atlas de las aves reproductoras de España (2003), podría haber entre 4,1 y6,6 millones de parejas. Prefiere los ambientes cálidos a los fríos o de montaña. Su abundancia aumenta hacia el sur y este peninsular, pero también es común en las campiñas del norte de España. Las mayores densidades se han registrado en los naranjales y olivares levantinos y andaluces, con más de 28 parejas por cada 10 hectáreas.
Por su abundancia y capacidad para amoldarse a paisajes
humanizados, tanto urbanos como agrarios, es una especie
aparentemente no amenazada. Sin embargo, está sufriendo
notablemente por el uso abusivo de plaguicidas y herbicidas en los
olivares y otros cultivos. Asimismo, el verdecillo, como otros
fringílidos, padece la lacra del trampeo ilegal o consentido, de
modo que cada año mueren o son enjaulados miles de
ejemplares.