El pasado doce de octubre fue el día de la
Hispanidad. Etimológicamente, la palabra «hispanidad» deriva
de Hispania, nombre que los romanos dieron a la provincia cuya
extensión alcanzaba la Península Ibérica y el archipiélago balear,
así como la zona norte del actual Marruecos. Por extensión, la
expresión «hispano» ha terminado abarcando a las personas de habla
hispana o cultura de ese origen, que viven en América y España.
La celebración de este día genera opiniones enfrentadas e
irreconciliables, como no podría ser de otro modo en un país como
el nuestro. Por un lado están aquellos que ven este día como una
fiesta de hermanamiento entre los países donde se habla español y
se comparten ciertos valores culturales. Por otro lado, están
aquellos que ven este día como una celebración del genocidio
cometido por los conquistadores españoles en América.
Antonio Machado decía: «En España, de cada diez cabezas nueve
embisten y una piensa». Creo que esta frase define a la perfección
lo que somos. Seguramente, usted cree que su cabeza se encuentra
entre las que piensan, es muy típico español pensar que estamos en
posesión de la verdad absoluta y los demás son unos perfectos
ignorantes. Permítanme decirles que si piensan así seguramente
deberían incluirse en el grupo de los que embisten. Me da igual que
sea de derechas o de izquierdas, catalán o andaluz, taurino o
antitaurino, rico o pobre, hombre o mujer: si usted piensa que la
culpa de lo que pasa o deja de pasar es de los demás, por sus venas
corre sangre española. Es muy típico en este país cainita ensalzar
los valores negativos sobre los positivos, criticar y fastidiar a
los que tenemos cerca, renegar de nuestra historia y remover la
mierda continuamente.
No entiendo cómo todavía hay gente que sigue rememorando, y parece
que añorando, la guerra Civil del 36, las guerras Carlistas, a los
Comuneros, la Conquista de América o la Reconquista. Pero… ¿a estas
alturas todavía estamos así? ¿Cómo vamos a enfrentarnos al futuro
si todavía no hemos superado el pasado?
No conozco un solo país que no haya escrito su historia con la
sangre de víctimas inocentes y, sin embargo, solo los españoles
seguimos atados a los aspectos más negativos de nuestro pasado.
Carecemos de una visión global, quizás por eso todavía siguen
surgiendo mezquinos nacionalismos.
Cabe recordar que cualquier país o nación, formada o por formar,
es la historia de un aislamiento, como también lo es cualquier
tradición; en cualquier caso, el resultado son sectas más o menos
grandes, basadas en estructuras más o menos complejas, que han
evolucionado a partir de un proceso excluyente, promovido desde el
poder con el objetivo de dividir a la humanidad (por mucho que
ahora pretendan, cada una de ellas, representar la unidad). Por
eso, seguir una religión, al igual que a un partido político,
pertenecer a una nación o a una ideología, es estar enfrentado con
la humanidad entera, crear el centro y la periferia, que siempre
son los otros, inevitablemente. Sin embargo tendría que ser
educación básica comprender, y respetar, la libertad radical de no
pertenecer a grupo alguno, en lugar de todos los planteamientos
dogmático-nacionalistas que perdurarán en el tiempo como limitación
a la inteligencia y como frontera física. La naturaleza del
conflicto siempre empieza en uno mismo y se disfraza mediante la
identificación para formar comunidades de cariz igualmente
egoísta.
Rogelio Manzano Rozas