Entre las grandes águilas es la más ágil -lo que le permite cazar un gran número de aves de tamaño medio- y también la de coloración más pálida. Está muy asociada a ambientes mediterráneos, y por eso sus poblaciones más importantes se encuentran acantonadas en Extremadura, en las sierras del Levante y en la región oriental andaluza.
El águila perdicera es un pájaro de tamaño medio, más bien grande, pues una hembra puede tener las dimensiones de un macho pequeño de águila Real Aquila chrysaetos, aunque ésta es mucho más pesada y tiene también una envergadura superior. Cuando vuela se aprecia en la perdicera que sus alas son relativamente cortas y redondeadas y la cola es larga.
El macho adulto de la subespecie fasciatus, que es la que habita en
la Península Ibérica, tiene la cabeza, el dorso y la espalda, hasta
el nacimiento de la cola, de color marrón oscuro negruzco en la
mayoría de los individuos, con pequeñas manchas blancas debidas a
la base blanca de las plumas. La cola es grisácea con un ligero
tinte marrón, con una ancha banda subterminal negra y cinco o seis
barras muy estrechas de color marrón oscuro. Las plumas primarias
de las alas son muy oscuras, mucho más que el resto de las alas, y
es nota muy distintiva aunque el águila las tenga bien extendidas.
La garganta es blanca con rayas pardas. Las partes inferiores son
blancas con un profuso moteado de manchitas en forma de gotas de
color marrón oscuro o negro. La cola por debajo es a menudo algo
más oscura, casi marrón grisácea, debido a la profusión de rayas
muy finas. La parte inferior de las alas es marrón oscuro o negro
desde el cuerpo hasta el vértice flexor, siendo más pálidas y
finamente rayadas las plumas de vuelo, salvo los extremos de las
primarias que son muy oscuros. El iris, la cera y los pies son
amarillos. Ambos sexos son semejantes en el color del plumaje, pero
la hembra tiene un tamaño bastante mayor y el dorso no es tan
oscuro, sino algo más pardo. Las águilas jóvenes tienen la cabeza
de color marrón claro, lo mismo que el cuello, y ambas partes están
muy rayadas de negro. Por encima son marrones, algo rojizas, no
negruzcas como los adultos. Por debajo el color es más bien castaño
claro con rayas finas en el pecho. La parte inferior de las alas es
parda, muy clara, incluso más que el cuerpo. La cola es marrón
grisácea por encima con estrechas bandas marrones. En su segundo
año este color se oscurece y se le aprecia una banda subterminal en
la cola de color castaño, mucho más clara que en los adultos, lo
mismo que el cuerpo, que es más claro, y el rayado se convierte en
un punteado. En esta edad los ojos son marrones y la cera y los
pies amarillos. El plumaje total de adulto lo adquieren a los tres
o cuatro años de vida.
El águila perdicera es un ave de zonas montañosas, vive a una altura superior a los 2.000-2.500 m. sobre el nivel del mar. Resulta ser muy fiel a un determinado lugar y cada pareja permanece en un reducido territorio todo el año. Las águilas inmaduras probablemente constituyen la mayoría del pequeño contingente que se observa durante el otoño por las provincias españolas alejado de las zonas habituales de nidificación.
Se trata de un ave de presa en el más estricto sentido de la
palabra, ya que es muy agresiva con otras especies, incluso las de
mayor tamaño como el buitre, al que ataca con frecuencia cuando sus
territorios están próximos. Entre el águila real y el águila
perdicera existe una gran similitud ecológica y biológica, por lo
que se presume una competencia grande entre ambas especies en los
lugares donde sus áreas de reproducción se sobreponen. Aquila
fasciata, a pesar de su menor tamaño, domina a Aquila chrysaetos y
la obliga a permanecer en su zona.
La mayoría de las paredes rocosas donde el águila perdicera anida
están ocupadas por nidos de otras aves, con algunas de las cuales
convive mientras que con otras tiene establecida una verdadera
guerra, variable en intensidad por causas desconocidas.
Águila perdicera
Hieraaetus fasciatus
Accipitridae
Entre 150 y 180 cms.
1.650 - 2.500 gr.
Hasta 15 años
Residente
Sin embargo, la agresividad y los ataques hacia el buitre leonado Gyps fulvus son muy manifiestos. Ataca a los buitres cuando estos vuelan en giros en número de 40 a 100 individuos en un radio de 100 a 250 m. de su nido. Pero no ataca a los que aisladamente pasan con regularidad a lo largo de la pared rocosa, a muy pocos metros de ella, o de su nido. Las águilas parecen irritadas por las grandes concentraciones de buitres que se dispersan con un solo ataque. Este tiene siempre lugar de manera imprevisible y por sorpresa. El águila se lanza en picado desde gran altura sobre una víctima determinada, proyectando sus patas hacia adelante con las garras abiertas en el último momento. El ataque es como el que efectuaría un halcón, y lo acompaña con un grito estridente. En él trata de alcanzar el cuello sin plumas del buitre y, cuando lo consigue, las heridas pueden ser mortales si las garras del águila alcanzan la yugular o una vena carótida. Los buitres al ser atacados se dispersan aterrorizados y el águila perdicera abandona el ataque con frecuencia sin ni siquiera haber tocado su objetivo.
Cuando coinciden águila real y águila perdicera en un mismo
territorio, la agresividad de esta última especie parece
exacerbarse y los ataques son continuos, aunque siempre rehuidos
por el águila real. Igualmente violentos son los observados hacia
el milano negro Milvus migrans, en los que éste, como es natural,
sale perdiendo y probablemente en muchos casos es muerto por el
águila.
Otras especies como el halcón peregrino Falco peregrinus, el
cernícalo vulgar Falco tinnunculus y el cernícalo primilla Falco
naumanni atacan al águila perdicera cuando sobrevuela sus
territorios, pero ella no los ataca nunca.
El águila perdicera pasa mucho tiempo planeando sobre el territorio
elegido para la caza. La rapidez, la potencia, la habilidad y los
fulgurantes reflejos de esta águila, hacen que sea un pájaro
cazador muy notable y, sobre todo, ágil para su tamaño. Junto a sus
notables cualidades de vuelo tiene también una fuerza sorprendente
y unas garras comparables a las del águila real. Su visión es
extraordinaria y puede distinguir presas situadas en el suelo a
distancias de 500 a 800 m., aunque estas se mimeticen perfectamente
con la tierra. Si en lanzamientos en picado sobre la presa es cien
por cien eficaz, no lo es menos cuando descubre a su víctima desde
un posadero. Entonces hace gala de una gran astucia y aprovecha los
accidentes del terreno para volar rápidamente hasta las
proximidades de la presa y allí, en un rápido giro, atacar por
sorpresa. Sus garras son, muy fuertes, pero hay que añadir que en
ellas llama mucho la atención la grande y fuerte uña posterior, más
larga incluso que la del águila imperial Aquila heliaca, pájaro
mucho más pesado y fuerte.
Durante el día pasa mucho tiempo planeando a gran altura sobre su
extenso territorio, concentrando sus vuelos en especial sobre la
zona de caza, más pequeña y en la cual se conoce bien su
preferencia por un posadero o bebedero determinado de sus próximas
víctimas. Normalmente, el águila perdicera vuela a alturas
comprendidas entre 100 y 200 m., desde donde la posibilidad de
tener éxito en los vuelos en picado es mucho mayor.
El águila perdicera es un pájaro bastante silencioso, pero durante
los vuelos nupciales y en el nido, se le puede oír un dulce y
aflautado «klií-klíu-klíu-klíuiit», repetido con rapidez. Si está
excitada, este sonido es mucho más sibilante: «kliuííí-kliuíí» o un
repetido «¡ki-ki-ki!». En general su voz es emitida en tono
bastante bajo y es, por supuesto, menos áspera, más dulce y
aflautada que la del resto de las águilas.
En la Península Ibérica, varios ornitólogos han estudiado las presas que esta especie lleva al nido y que son determinantes en buena parte de la alimentación general del águila perdicera. Sin duda, el nombre español está muy adecuadamente puesto, ya que la gran mayoría de las presas son perdices comunes. Su régimen alimenticio general no es muy diferente del de otras especies de aves de presa, aunque parece haber en su dieta un buen número de mamíferos pequeños y medianos hasta del tamaño de una liebre. También son frecuentes los ataques a las gallinas domésticas y sus pollos; las aves forman el 50 por ciento de su dieta. Sin embargo, son pocos los reptiles que captura y en los nidos son escasas las observaciones de lagartos.
La ración diaria del águila perdicera puede ser evaluada, por
analogía con otras especies, en 200 o 300 gr. de carne y sus presas
más habituales en Europa, la perdiz roja y el conejo, pesan entre
500 y 1.500 gr. Por consiguiente, una sola captura al día es, en
general, suficiente para alimentar a los dos miembros de la pareja.
Para presas más grandes, liebres, por ejemplo, es imposible decir
si las águilas vuelven a la mañana siguiente a consumir los restos
de la carroña o la abandonan. La hipótesis más probable es que
comen entonces una cantidad inhabitual de alimento que les permite
ayunar varios días consecutivos. No hay ningún dato fidedigno para
determinar a qué hora del día se efectúan las capturas de las
presas fuera de la época de la reproducción, pero parece probable
que sea en las primeras horas de la mañana, en que las mismas
presas tienen una superior actividad y se concentran en grupos para
comer y beber en lugares ya conocidos por el águila.
En noviembre, diciembre y enero comienzan los espectaculares vuelos nupciales y la proximidad de la época de reproducción parece incitar a los pájaros a una mayor actividad. Estos vuelos consisten en círculos sobre el lugar escogido para anidar con rápidos descensos en picado con las alas medio plegadas, seguidos de veloces ascensos y ocasionales aleteos. Al comienzo de la estación de cría planean durante largos intervalos sobre su territorio y su voz se oye con bastante regularidad. La elección del lugar donde se va a construir el nido es hecha por las águilas tres meses y medio antes. Como en otras aves de presa, se pensaba que el nido era construido solamente por la hembra, pero se ha comprobado que el macho realiza casi todo el trabajo mientras la hembra permanece posada en un árbol próximo. En realidad, el aporte del material se efectúa por ambos adultos al principio, pero a medida que se aproxima la puesta, el macho queda solo realizando la tarea. Los nidos normalmente están instalados en repisas de acantilados o paredes rocosas verticales, siempre a gran altura sobre precipicios de 45 a 80 m. de altura. Algunas veces se han observado en árboles, pero más a menudo en un entrante rocoso protegido por un gran arbusto que nace en la misma pared. El aporte de material a base de palos y ramas gruesas, muchas de espesor superior a dos centímetros, acaba formando un gran montón con frecuencia de un diámetro de 2 m. y que puede tener un espesor de 60 cm. Un nido puede ser usado año tras año y es raro que una pareja ya establecida anteriormente en una zona inicie otra construcción completa.
La puesta normal para esta especie es de dos huevos, algunas veces
uno y rara vez tres. En general el color del fondo es blanco y
están punteados o rayados de marrón y violáceo. En el sur de España
la puesta tiene lugar en los últimos días de enero o primeros de
febrero y muy poco más tarde en el norte. La incubación parece
comenzar con la puesta del primer huevo y la mayor parte de ella
corre a cargo de la hembra, que lo hace durante toda la noche y el
90 % del día. En este período, el macho aporta presas al nido, pero
no con la regularidad que lo hacen otras aves de presa y, sin que
se puedan conocer los motivos, algunos días falla en su trabajo, lo
que obliga a la hembra a efectuar salidas y capturas para
alimentarse, a veces, sorprendentemente, en compañía del
macho.
Al nacer, los pequeños aguiluchos están cubiertos con un plumón
blanco y tienen una mancha gris cerca de los ojos. Las patas y la
cera son amarillo pálido y el iris marrón grisáceo.
En los primeros días la hembra no se mueve apenas del nido,
saliendo a intervalos no superiores a media hora a un posadero
próximo donde peina el plumaje. El macho aporta un mínimo de 3
presas diarias, y, como la hembra no caza a no ser por una gran
necesidad, las presas sirven también para alimentarla. La llegada
al nido del macho con la comida es a veces precedida de un grito
«¡klía-klía!», pero en la mayoría de ellas su entrada es muy
silenciosa. La hembra emite siempre un grito lastimero y dulce: «
¡kliiieee-kliiieee...!»
Las primeras plumas aparecen sobre el cuerpo de los pollos a los
25-35 días y a los 45 ya están totalmente cubiertos. A esta edad
los aguiluchos pueden comer ellos solos, pero, como sucede con
otros muchos animales, algunos jóvenes muestran gran torpeza y
deben ser alimentados por la hembra hasta una semana antes de
volar.
A los 33 días de vida ya se puede distinguir por el tamaño el sexo
de los aguiluchos. La hembra es entonces notablemente más gruesa y
fuerte que el macho. Desde el momento en que los jóvenes vuelan,
emiten constantemente el mismo grito de los adultos, que puede ser
escuchado a un kilómetro de distancia.