Esta villa de origen antiquísimo es considerada la capital de la Alcarria. Su bello casco histórico está perfectamente conservado y sus estrechas y sinuosas calles encuentran su contrapunto en la espaciosa plaza de la Hora a la cual se asoma imponente el Palacio Ducal, donde pasó recluida sus últimos años la princesa de Éboli.
El principal encanto de Pastrana no es su rico patrimonio de palacios, iglesias y conventos, ni sus bellas y laberínticas calles que nos transportan a la Edad Media, el mayor atractivo de esta villa son sus gentes. No he conocido en toda la provincia de Guadalajara gente tan acogedora y agradable.
Al principio choca que todas las personas que te cruzas por la
calle te saluden, las buenas costumbres y la educación hace mucho
que se perdieron en pueblos más pequeños y con menos visitantes que
la villa ducal, pero se nota que aquí conservan el espíritu de
antaño, esa armonía y tranquilidad que hace tiempo se perdió en
otros lugares.
Caminar por sus calles estrechas y sinuosas es transportarse a la
Edad Media, poco han cambiado desde entonces: apenas los cables del
tendido eléctrico y las farolas nos indican que estamos en el siglo
XXI.
La nota negativa, que rompe en parte el encanto de sus calles
seculares, son los coches. Como casi la totalidad de lugares
históricos de nuestra geografía Pastrana ha sucumbido a la plaga
delos vehículos, que contaminan con su presencia el encanto de un
lugar tan hermoso. Es necesario regular el tránsito y
estacionamiento de vehículos dentro de los cascos históricos de
pueblos tan bellos como Sigüenza, Atienza, Cogolludo, Ayllón o
Pastrana. Creo que es una medida impopular, por eso ningún alcalde
la propone en su programa, pero también que, como ocurrió con la
prohibición de fumar en establecimientos públicos, al final todos
saldríamos ganando.
Pastrana es la capital de la comarca de la Alcarria. Vivió su
época de esplendor entre los siglos XVI y XVII. En el año 1966 fue
declarada conjunto histórico-artístico.
El pretor romano Tiberio Sempronio Graco destruyó la ciudadela carpetana durante la conquista del año 180 antes de Cristo. 100 años después fue reconstruida por orden del cónsul Paterno Paterniano, de quien tomó el nombre de Paternina.
En el año 1174, el rey Alfonso VIII de Castilla concedió la entonces aldea de Pastrana, junto con Zorita de los Canes, a la Orden de Calatrava, probablemente como aldea de repoblación tras la expulsión definitiva de los árabes. Más adelante, el rey Enrique II de Castilla, a propuesta del maestre calatravo, le concedió el privilegio de villazgo en 1369. En este mismo período, se construyen su muralla y su iglesia primitiva. Pastrana creció a partir de entonces en detrimento de Zorita.
El Rey Carlos I, consigue de los papas Clemente VII y Paulo III,
las bulas necesarias para enajenar bienes de las órdenes religiosas
militares y, usando de esta facultad, vende, en 1541, la villa de
Pastrana con los lugares de Escopete y Sayatón a doña Ana de la
Cerda, condesa de Mélito y viuda de don Diego Hurtado de Mendoza.
Es esta primera señora de Pastrana la que comienza la construcción
del conocido Palacio Ducal. Muerta doña Ana, pasa el señorío a sus
hijos D. Gaspar Gastón y D. Baltasar Gastón, los cuales venden
estas propiedades en 1569 a los príncipes de Éboli Ruy Gómez de
Silva, consejero, valido y amigo personal de Felipe II y la célebre
doña Ana de Mendoza y de la Cerda. Posteriormente, estos obtienen
del rey el título de duques de Pastrana.
Con los primeros duques, llega para Pastrana su época de gran
esplendor, ya que éstos realizan grandes obras en la villa. En 1569
mandan llamar a Santa Teresa de Jesús con el fin de fundar un
convento de Carmelitas Descalzas, creándose el de san José para
mujeres y el de san Pedro (hoy del Carmen) para hombres.
En 1570 traen a un numeroso grupo de moriscos, expulsado de las
Alpujarras de Granada, para trabajar la seda y levantar una de las
fábricas de tapicería más prestigiosas de España durante los Siglos
XVI y XVII. Más tarde, los duques completan su obra ascendiendo la
iglesia parroquial a colegiata y dotándola de un cabildo de 48
canónigos, que superaba en número a todas las catedrales de España,
excepto a la catedral primada de Toledo. espués de la princesa de
Éboli se suceden los duques y, al trasladar estos su residencia a
Madrid, en el siglo XVIII, Pastrana inicia su vida rural.
En la actualidad, Pastrana sigue conservando gran parte de su
trazado medieval y la riqueza artística que atesoró durante el
Siglo de Oro. Pastrana cuenta con1054 habitantes, según el censo de
2013. En su mayoría trabajan en el sector de servicios, donde el
turismo es uno de los principales pilares.
A mediados del pasado siglo Camilo José Cela calificó
Pastrana como «Instantánea del tiempo pasado». En su obra
Viaje a la Alcarria Cela escribía «...A la mañana siguiente cuando
el viajero se asomó a la Plaza de la Hora y entró de verdad para su
uso, en Pastrana, la primera sensación que tuvo fue la de
encontrarse con una ciudad medieval, una gran ciudad medieval».
Ana de Mendoza y de la Cerda (1540-1592), era hija única de Diego de Mendoza, príncipe de Mélito y nieto del gran cardenal Mendoza. Diego se casó en 1538 con Catalina de Silva, hermana del entonces conde de Cifuentes. Ana nació en Cifuentes y murió en Pastrana, por lo que puede considerarse propiamente como alcarreña.
Esta rica heredera fue casada en 1552 con Rui Gómez de
Silva (1516-1573), noble segundón portugués mucho mayor que
ella.
Con el favor de Felipe II, Rui, que se había ganado la
amistad del monarca, entroncó por matrimonio con los poderosos
Mendoza. Como la novia solo tenía doce años, Ana permaneció unos
años más en casa de sus padres hasta la consumación del
matrimonio.
El matrimonio no se consumó hasta 1557. Ana y Rui vivieron
juntos desde la vuelta de éste en 1559 y tuvieron seis hijos vivos
durante los trece años de matrimonio. Rui, aunque tuvo algunos
pleitos con su suegro, había logrado entretanto que éste fuera
nombrado miembro y presidente del Consejo de Italia en 1558 y
virrey. Los puestos parece que se eligieron principalmente con el
objetivo de alejar lo más posible a Diego de su hija y su
yerno.
En su intento, truncado por la muerte, de lograr un
poderoso mayorazgo para sus hijos, Rui compró a su suegro Éboli en
el reino de Nápoles. Felipe II lo nombró príncipe de Éboli en 1559.
Más tarde compró las villas de Estremera y Valderacete, siendo
nombrado duque de Estremera, y para finalizar compró la villa de
Pastrana (1569) y fue nombrado en 1572 por Felipe II duque de
Pastrana con grandeza de España. Ana fue la primera princesa de
Éboli y la primera duquesa de Pastrana. Rui gastó en las compras el
equivalente a cuatro años de la renta anual del duque del
Infantado.
Desde la adquisición de Pastrana hasta su muerte pasaron
cuatro años en los cuales mejoró y amplió los cultivos de la villa,
trajo a moriscos que iniciaron allí una floreciente industria,
logró una feria anual con privilegios especiales, fundó, con su
esposa, la iglesia colegial de Pastrana y favoreció en 1569 la
fundación de dos conventos Carmelitas por santa Teresa de Jesús en
Pastrana.
Durante el periodo de su matrimonio la vida de Ana fue
estable y no se le conocen andanzas ni problemas. Rui la trato
tanto como un padre (por la diferencia de edad), como como marido,
hasta su repentina muerte.
Muerto su marido en 1573, la princesa se instaló en el
convento que había fundado Santa Teresa en Pastrana tras llamarla
para ello la propia princesa («la princesa monja, ¡la casa doy por
deshecha!», dijo la abadesa) logrando que las carmelitas huyeran de
allí trasladándose el convento a Segovia en 1574. Ana mantuvo en el
convento una vida rodeada de sirvientas que atendían sus gustos,
poco acorde pues con el carácter austero que había impuesto Santa
Teresa.
La leyenda infundada de sus amores con Felipe II ha sido
muy usada en la literatura. Sí fue cierto que Escobedo descubrió
sus amores con Antonio Pérez, logrando que Ana lo odiara por ello.
La posible denuncia debida a la lealtad de Escobedo al marido
muerto, seguramente enfurecería por el escándalo al puritano Felipe
II. Parece probable también una intriga compleja de Ana y Antonio
acerca de la sucesión al trono vacante de Portugal y contra D. Juan
de Austria en su intento de casarse con María
Estuardo.
El caso es que, junto con Antonio, Ana instigó el
asesinato de Juan de Escobedo (secretario de D. Juan de Austria) en
1578, logrando la aquiescencia del rey al convencerlo de unas
supuestas intrigas de Escobedo.
Felipe II conoció los manejos políticos de Antonio Pérez
y, con paciencia, fue preparando su caída. Finalmente, Ana fue
arrestada con Antonio en 1579, desterrada por Felipe II a Pinto, a
Santorcaz y luego a Pastrana, en 1581, donde morirá atendida por su
hija menor, Ana de Silva (llamada Ana como la hija mayor de la
princesa, se haría monja luego) y tres criadas. En 1582 Felipe II
despoja a Ana de la custodia de sus hijos y de la administración de
sus bienes. Es curioso que, mientras la actitud de Felipe hacia Ana
podría tildarse de cruel, siempre protegió y cuidó a los hijos de
ésta y su antiguo amigo Rui.
Tras la fuga de Antonio Pérez a Aragón en 1590, Felipe II
mandó poner rejas en las puertas y ventanas del palacio Ducal de
Pastrana. La princesa de asomaba una sola hora al día por la reja
que daba a la Plaza, que se llama desde entonces Plaza de la Hora.
No está tampoco muy claro el porqué de la mencionada actitud cruel
de Felipe II para con Ana, quien en sus cartas llamara "primo" al
monarca y le pidiera en una de ellas «que le protegiera como
caballero». Felipe II se referiría a ella como «la hembra». Ana y
Rui están enterrados en juntos en la Colegiata de
Pastrana.