Pastrana es un pueblo de calles estrechas, rincones secretos y tesoros ocultos. No es un lugar para beberlo de un trago, para conocerlo hay que tomarse un tiempo y disfrutar de sus encantos, sorbo a sorbo, para no emborracharnos y asimilar tanta belleza. En este número descubrimos una de las principales joyas de Pastrana: la iglesia-colegiata con sus sorprendentes museos.
Junto al Palacio ducal, la colegiata es el edificio más significativo de la villa. Si observamos el pueblo desde la distancia, el tejado de este enorme edificio ocupa uno de los vértices del caserío. Cuando callejeamos es difícil ser consciente de la magnitud del recinto, ya que las calles angostas impiden tomar perspectiva para apreciar sus dimensiones. Sus muros exteriores son de factura austera, tosca, y carecen de cualquier tipo de adorno o detalle artístico. La puerta de acceso al templo es sencilla y tiene una decoración gótica en su arco. El atrio para acceder al edificio está separado de la plazuela del ayuntamiento por una verja de hierro forjado y en su interior hay un crucero de piedra en uno de los laterales. Este espacio es conocido como el Rincón del Poeta, ya que en julio de 1973 murió en este lugar el poeta José Antonio Ochaíta mientras recitaba unos versos.
Acceder al templo es adentrarse en otra dimensión: la angostura de
las calles del pueblo contrasta con la amplitud de las naves de la
iglesia, la elegancia de sus arcos y la altura de sus cúpulas y
bóvedas.
La colegiata de Pastrana está dedicada a la Asunción de la Virgen.
La orden de calatrava construyó la iglesia primitiva, en el
siglo XIII. Durante los siglos XIV y XVI se construyó en su
derredor una iglesia con naves cancela y portada gótica. Y
finalmente en el siglo XVII el obispo de Sigüenza, fray Pedro
González de Mendoza, hijo de los príncipes de Éboli, para cumplir
con el deseo expreso de su madre, doña Ana de Mendoza y de la
Cerda, derribó la cabecera anterior y la amplio con un gran crucero
y capilla mayor (1625-1637) de estilo herreriano. Bajo el altar
mayor construyó el panteón para enterramiento de sus padres y los
sucesivos duques de Pastrana.
El coro se encuentra al fondo de la nave central, ocupando el espacio donde se encontraba la primitiva iglesia gótica, y es una de las joyas del templo. Su sillería, obra del escultor Antonio Arteaga Cano, está tallada en madera de nogal.
Junto al coro se encuentra el órgano colegial, una de las piezas
más emblemáticas de la colegiata y posiblemente la más querida por
don Emilio Esteban, párroco titular y gran erudito musical. El
órgano es de estructura barroca y fue construido por Domingo
Mendoza, maestro de la organeros de la corte de Felipe V. La pieza
ha sido recientemente restaurada recuperando todos los matices
sonoros de los 931 tubos de su estructura.
El retablo mayor que preside la nave central data del año 1637,
terminada la última ampliación de la colegiata. Este magnífico
retablo, de enormes dimensiones, es obra Andrés Extarja, vecino de
Sigüenza. La obra se compone de cinco calles y tres cuerpos de
diferentes estilos y está adornado por diez lienzos pintados con
santas, vírgenes y mártires. Como motivo central en el cuerpo
superior, de mayor tamaño que el resto, hay un cuadro que
representa a Cristo en la Cruz, de Matías Jimeno, que había pintado
en la Colegiata y estaba afincado en Sigüenza.
Repartidos por las naves laterales hay otros 17 retablos de bella
factura; casi todos ellos proceden de ermitas y conventos ya
desaparecidos. En el trascoro, junto con la capilla del Santísimo,
se encuentra la capilla de las Reliquias, donde se puede ver la
pila bautismal. Al fondo, dentro de una hornacina, protegida por
dos grandes puertas, se guardan más de trescientas reliquias, entre
las cuales destacan un Lignum Crucis, una reliquia de santa Teresa
y cartas de la misma y san Juan de la Cruz, ilustres huéspedes y
fundadores en Pastrana.
Dentro del recinto de la colegiata, se encuentra el museo de tapices. La antigua sacristía mayor acoge uno de los museos más interesantes de España que sorprende a los visitantes y abruma por la belleza de las obras expuestas. Recientemente inaugurado, sus instalaciones han sido objeto de ampliación y acondicionamiento para que las obras expuestas se puedan admirar en toda su belleza. En sus tres salas se exponen los famosos tapices de Pastrana e importantes piezas textiles, escultóricas, pictóricas y de orfebrería de diferentes autores y épocas.
La primera sala acoge cuatro tapices gótico-flamencos de finales del siglo XV. Estos paños fueron encargados por Alfonso V de Portugal para conmemorar las conquistas de Arcila y Tánger en el norte de África, hazañas por las que fue apodado «el africano».
En la segunda sala se pueden admirar dos tapices que representan
la conquista de Alcázar Seguer, también por Alfonso V. Esta
colección es considerada por los expertos como una de las más
importantes del mundo, no solo por sus enormes dimensiones, la
riqueza de sus materiales y su complejidad compositiva, sino por
narrar hechos contemporáneos a su manufactura.
Los tapices de Pastrana fueron tejidos en Flandes, concretamente
en la ciudad belga de Tournai, en el prestigioso taller Passchier
Grenier, hacia el año 1473 por encargo de la Casa Real portuguesa.
Fueron tomados como botín, según unos, en la batalla de Toro;
según otras fuentes fueron un obsequio personal del rey portugués
al Cardenal Mendoza. Al no disponer en palacio de un sitio con las
dimensiones necesarias para colgarlos, este los legó a la colegiata
con la condición de que se sacaran cada año a las calles para
embellecer la villa con motivo de la procesión del Corpus Christi,
condición que Pastrana cumplió durante muchos siglos.
Los seis tapices que forman la colección tienen, cada uno de
ellos, unas medidas aproximadas de diez-once metros de largo por
cuatro de alto. La temática cuenta las hazañas guerreras del rey
Alfonso V de Portugal en sus campañas de África durante la segunda
mitad del siglo XV. Sorprende su colorido, la composición y su
riqueza iconográfica (armamento, armaduras, vestidos, estandartes y
material de guerra), así como el detalle de los rostros de sus
protagonistas, caras que reflejan sorpresa, dolor, miedo...
También en la sala segunda, además de los dos tapices
anteriormente mencionados, podemos contemplar pinturas y esculturas
de carácter religioso de artistas como Juan de Borgoña o Juan
Carreño de Miranda, así como la antigua cajonera que guarda una
sorprendente colección de ornamentos litúrgicos y vestidos para
celebrar los actos religiosos (casullas, dalmáticas y capas
pluviales).
La sala tercera o sala capitular es la más rica en cuanto a variedad artística se refiere: piezas de orfebrería, escultura y pintura llenan el espacio de la sala. Son piezas de pequeño tamaño, pero de gran valor artístico. Para apreciar esta colección hay que tomarse un tiempo y si es posible que el párroco o uno de los dos guías oficiales les acompañe en la visita mucho mejor, ya que gracias a sus explicaciones podrán apreciar mejor el valor y la singularidad de las piezas expuestas. Es difícil destacar alguna de las obras, pero quizás haya que hacer mención especial al pequeño lienzo de Ecce-Homo de autor desconocido, o al retablillo del siglo XVII de La Piedad firmado por Hans Keller y realizado en marfil; la cruz procesional de mediados del siglo XV (una maravilla de la orfebrería); la pequeña arqueta de Limoges, un pequeño relicario en bronce con esmaltes del siglo XII; o la bellísima escultura que representa a La Divina Pastora, realizada por Francisco Salzillo en el siglo XVIII.
Todo el museo ha sido objeto de una importante reforma para
acondicionar sus instalaciones a los nuevos tiempos y poder mostrar
las obras en todo su esplendor. También se ha cuidado de forma muy
especial la accesibilidad a las salas para que todo el público
pueda admirar las distintas exposiciones, a la vez que se han
extremado las medidas de seguridad dotando las instalaciones de los
equipos de vigilancia más sofisticados.
Una de las principales razones que motivaron al obispo fray Pedro González de Mendoza a realizar las obras de la Colegiata fue crear un lugar apropiado donde pudieran reposar los restos mortales de sus padres, los suyos propios y los de otros miembros de su familia.
En una cripta situada debajo del presbiterio de la iglesia se encuentra el panteón donde reposan los restos mortales de los duques de Pastrana y de otros miembros de su familia en sarcófagos de mármol, jaspe o piedra caliza. Los sepulcros están ordenados en dos alturas a ambos lados de la angosta y fresca estancia.
El sarcófago de fray Pedro González de Mendoza ocupa un lugar
preferente al fondo de la estancia; a su lado reposan los restos de
sus padres: Ruy Gómez de Silva y su esposa doña Ana de Mendoza y de
la Cerda, princesa de Éboli, que falleció tras diez años de
cautiverio por orden de Felipe II, en la pequeña habitación de su
palacio ducal, en febrero de 1592. Un pequeño retrato de los
príncipes de Éboli señala el lugar de su eterno reposo.
La cripta tiene forma de cruz, con un pequeño altar en su
cabecera. En una de las urnas de la cripta reposan los restos de
algunos miembros de la familia Mendoza, trasladados allí desde
Guadalajara después de que los franceses destruyeran y profanaran
el panteón familiar en el convento de San Francisco.
La colegiata de Pastrana es un universo lleno de arte que hay que
conocer con tiempo; hay que dejar las prisas en la puerta, junto al
crucero, y disfrutar del espectáculo sin prejuicios, con los ojos
bien abiertos y los sentidos despiertos para asimilar lo mucho que
se nos ofrece.