Los humanos, cuando queremos insultarnos,
nos ponemos nombres de animales. Llamamos cerdo a una
persona sucia, grosera, ruin. Cuando alguien es desleal o indigno
de confianza lo llamamos perro y cuando nos referimos a una persona
bruta o incivil lo llamamos burro. Cuanta falsedad hay en estas
comparaciones, cuantos prejuicios e ignorancia. El lenguaje está
cargado de connotaciones negativas cuando nos referimos al mundo
animal; esta misma palabra, animal, la usamos para definir a
alguien ignorante y grosero. El lenguaje y sus afecciones
peyorativas hacia los animales son una expresión más de la
violencia con la que les tratamos.
Cualquiera que tenga o haya tenido perro sabe que no hay ser más
leal y digno de confianza que este animal, que daría su vida por
nosotros sin dudarlo. ¿Por qué les identificamos con cualidades
negativas que les son ajenas? Los hinduistas o los musulmanes, a
modo de afrenta, llaman con desprecio perros a los fieles de otras
religiones. Los musulmanes dicen que les tienen miedo porque a
Mahoma le mordió un perro… algo le haría.
Una expresión que usamos habitualmente es la de «sudar como un
cerdo», pues deben saber que los cerdos no sudan, carecen de
glándulas sudoríparas. También deben saber que son animales
extremadamente limpios. Pensamos que cuando un cerdo se revuelca en
sus excrementos lo hace por gusto, porque es un cerdo; pues es
falso, si lo hacen es para regular la temperatura de su cuerpo y
seguramente preferirían hacerlo en una charca, pero claro, en las
oscuras y sucias pocilgas donde viven cautivos toda su vida eso es
un sueño. Aparte de limpios los cerdos son animales extremadamente
inteligentes, más que los perros, los elefantes, los delfines o los
chimpancés y seguro que más que muchas personas. Pueden desarrollar
una memoria a largo plazo realmente sofisticada. Además, son muy
buenos en la resolución de rompecabezas y laberintos e incluso
pueden manipular un joystick, o control remoto. ¿Se imaginan un
cerdo jugando con la Play station? Nunca se me olvidará que, cuando
llegaba la época de la matanza, siempre tenía la sensación de estar
presenciando un asesinato.
Popularmente, el asno tiene fama de tozudo e incluso de lerdo.
Pero los zoólogos que los estudian opinan de forma bien distinta y
aseguran que estos solípedos poseen una conducta compleja e incluso
una gran inteligencia. Muy sensible a los malos tratos, el burro se
niega a responder a ningún estímulo que provenga de sus
maltratadores, de ahí su fama de terco. Ahora bien, en un entorno
favorable, su respuesta a los problemas es sorprendente. En la
Antigüedad el burro era un animal muy valioso y era requerido por
sus cualidades: nobleza y austeridad alimenticia. En Grecia y Roma,
el carácter del asno se usaba como ejemplo de virtud para los
ciudadanos y, tanto en el mundo árabe como cristiano, la tradición
religiosa lo veneraba como montura de Mahoma y Jesucristo. Por
último, durante siglos se trazaron los caminos de montaña siguiendo
los pasos del burro, pues siempre elige la pendiente más suave.
Muchos ingenieros de caminos todavía no lo han conseguido.
Rogelio Manzano Rozas